martes, 25 de diciembre de 2007

El tema del día


Ocho menos cuarto de la mañana, casi menos diez. Uno colectivero por demás apurado. La barrera del peaje de Quilmes que no se levantaba y… pum! Casi una frenada que no fue frenada del todo… es decir, el colectivero del 159 venia como loco, la barrera no se levantó y él decidió atravesarla o, en buen criollo, llevársela puesta, sin más ni más.
¿Los pasajeros? Nosotros estábamos bien, gracias, solo se escuchaba “¿te pisé?” “no, no” “Perdoná ¿estás bien?” “si, no te hagas problema”. Respeto ante todo.
Esto pasó a la mañana cuando iba al trabajo, pero como casi todo tiene que ver con todo, la barrera del peaje se convirtió, en el viaje de vuelta, en “el tema del día”.
Había salido de la segunda escuelita en donde doy clases, y llevaba conmigo una de esas hermosas y nunca cómodas de transportar, cajas navideñas y sabía que el viaje, gracias a ella, iba a ser más incómodo que de costumbre.
Lo bueno, ese día, fue que pude parar el colectivo donde no era parada y el chofer me paró y pude subir. Me paré a su lado para poder poner la caja donde no la golpearan otros pasajeros (a ver si me rompían la botella de vino…), y me agarré fuerte de uno de los caños ubicados en forma vertical (ya que de los otros se me complica por razones de altura…)
Mi diálogo con el señor colectivero comenzó cuando un auto que estaba un poco mal ubicado en la rotonda de la Rábida no dejaba al colectivo avanzar, y el chofer junto a otro pasajero ubicado detrás de mí comentaron: “¡Y qué querés, es mujer!” Y me miraron como diciendo “a ver cómo se defienden…”
La chica del auto hacía gesto como para que el colectivo la pase, pero el chofer, para molestar le tocaba bocina, entonces… abrí la boca y dije “Este es el momento en el que empieza a habla sola diciendo ¿por qué no me pasa?” “Si, es verdad” me contestó el colectivero mientras veía que la chica movía la boca y las manos visiblemente molesta porque el colectivo no la pasaba.
El viaje se desarrolló con calma hasta que llegamos al peaje de Quilmes, donde el colectivo se detuvo.
“A ver si la barrera se levanta ahora…” Dijo el chofer. “¿hay algún mecanismo para que se levante sola?” pregunté, inocentemente. “Si, ahora te muestro.”
La barrera no se levantaba, por lo que estuvimos, aproximadamente, cinco minutos parados en el peaje (cinco minutos no parece tanto, pero en un peaje es el tiempo justo para que las personas se pongan nerviosas).
Transcurrido ese tiempo, la barrera se levantó y pasamos.
“Ves esa calcomanía, bueno, es con lo que cruzamos el peaje. Antes teníamos un aparatito con pilas… que era un quilombo…” “¿Esa de ahí? ¿Y que esté medio despegada es lo que hace que tarde en levantar la barrera?” pregunté.
“No, lo que pasa es que cambiaron la antena, qué se yo… Antes con el otro era peor…” “¿Por la pila, no?” “Si, tenía unas pilas que ni siquiera se conseguían, era un quilombo, además no te dabas cuenta cuándo se acababan… Y éste está despegado porque me rompieron el parabrisa y lo tuvimos que cambiar…” “¿Y se despega fácil?” “No, tuvimos que sacarlo con calor y pegarlo otra vez… ¿ves que tiene una cinta negra? Bueno, ahí se pegó, pero de ese lado no… y con esto que cambiaron de antena… El otro día vi unos tipos que serían ingenieros… ayer. Hasta ayer no había problemas pero desde que pusieron la antena nueva, no se puede pasar bien…”
“Y debe ser de los dos lados porque hay un compañero tuyo se llevó puesta la barrera del otro lado”
“Si, al final, éstos quieren arreglar las cosas y se mandan una atrás de la otra”.
Tanto diálogo hizo que el tiempo pasara y la parada en la que me suelo bajar llegara, así que me despedí deseándole feliz navidad y un “hasta luego”, porque seguro que lo iba a volver a ver.
Ese día aprendí, entonces, que el peaje se puede cruzar gracias a una calcomanía que aunque esté despegada sirve y que los de la autopista, a veces, queriendo mejorar se mandan una atrás de la otra… Información muy útil, ¿no?

jueves, 6 de diciembre de 2007

El acosador del 159...

Me tomé el colectivo a eso de las siete y monedas de la tarde y, como ya estaba bastante lleno, me acerqué a un sitio propicio donde pudiera apoyar mi espalda en el costado de uno de los asientos (que es la manera más común que tenemos los viajeros del 159 para sostenernos cuando los asientos no tienen barrita dónde agarrarse).
Bastante cómoda y momentos antes que el colectivo se pusiera en movimiento, saqué mis anteojos, un libro y me dispuse a hacer el equilibrio correcto para leer y no caerme al tener que dar vuelta la página.
El viaje se desarrollaba con tranquilidad, pero había algo que me inquietaba y no sabía qué era… Tenía la sensación de que alguien me observaba.
En uno de esos sacudones que suele tener el colectivo cuando sube a la autopista levanté la vista del libro y pude comprobar mis sospechas.
Casi en una diagonal exacta estaba sentado un chico que me estaba mirando y en el momento en el que lo miré (únicamente porque algo me llevó a mirar hacia ahí) veo que el muchacho guiña un ojo o (me) guiña un ojo.
“Bueno, pensé, tal vez tiene algo en el ojo, que lo guiñe no quiere decir que me lo está guiñando a mí…”
El viaje continuó sin mayores sobresaltos. Cuando el colectivo bajó de la Autopista cerré el libro, lo guardé como también guardé los anteojos. La sensación de estar siendo mirada por el muchacho del jopo (porque tenía un lindo jopito) seguía...
En un momento, cuando ya estábamos yendo por la calle Brandsen (que es la calle donde comienza a bajarse la mayor parte de la gente) el colectivo se para, sorpresivamente, al igual que el chofer.
“¡Uh!” se escuchó… “¡Cagamos! ¿y ahora?” decía otro. “Bueno, pensé, tal vez no es nada” siempre tan optimista hasta que subió el chofer y dijo:
“Bueno, bajen porque se rompió… no sé, esperen al otro que viene en 15 minutos”
Yo estaba a dos cuadras de la parada de un colectivo que me deja a una cuadra de mi casa, y no tenía mucho qué pensar, ya que las opciones eran: o esperaba al otro colectivo y viajaba peor de lo que había viajado ya pero no pagaba el pasaje (única ventaja); o me tomaba el otro colectivo, viajaba sentada y caminaba menos por sólo $1… y comencé a caminar a la otra parada, muy tranquila, como casi siempre.
En eso veo que el muchacho del jopo venía caminando muy cerca y que me estaba mirando y que se estaba acercando y… “Disculpame ¿Sabés dónde para otro colectivo que vaya a Berazategui?” me dijo.
“Sí, tenés que seguir tres cuadras más y creo que ahí paran todos”
“¿Vos vas para allá?”
“No, yo me tomo otro que me deja más cerca de mi casa”
“¿Por dónde es?”
“A 30 cuadras de acá”… No le iba a dar más información que esa, claro.
Llegué a mi parada y le dije que me quedaba ahí, que tuviera suerte y chau, pero… el tipo no se fue, me dijo que se quedaba que tal vez le convenía ese colectivo y bla bla bla…
“Mirá que éste termina en el Cementerio” le dije (Casualmente yo vivo a la vuelta del Cementerio, pero ese dato no tenía por qué saberlo)
“Ah, entonces no me deja… pero… te estaba mirando en el colectivo y me parecés muy linda… ¿Tenés novio?”
“No, acabo de terminar una relación muy larga y que terminó un poco extraña, así que imaginate que tampoco tengo muchas ganas de tener uno” (Siempre con esa simpatía tan característica en mi)
“¿hace mucho que terminaste?”
“Dos días, pero no quiero hablar de eso”
“Ah, me imagino… yo hace unos meses que terminé una relación de seis años y te entiendo… pero bueno, no sé, si querés pasame tu teléfono y te invito al cine… ¿Viste el Código Da Vinci?...”
“No, no la vi…”
“Bueno… ¿me das tu teléfono? ¿O querés que te de el mío y me llamás vos?”
Realmente no sé por qué este muchacho pensaba que yo tenía ganas de darle mi teléfono o de tener su teléfono, pero ante tanta insistencia le dije que me diera su teléfono y que yo después le daba el mío o le mandaba un mensajito para que le quedara guardado.
“Bueno, anotá… Gonzalo es mi nombre y el número 15…”
Claro que lo anoté con mucha paciencia, casi como si fuera la primera vez que tenía un teléfono en las manos y justo (miren lo que son las casualidades) cuando le iba a dar mi número vino mi colectivo, al que paré y al que me subí, después de saludarlo muy amablemente (es decir, casi con la mano).
La historia podría haber quedado ahí, como una inyección de autoestima, nada más, pero… una semana después…
Me subí al colectivo y, como siempre, me dirigí al fondo del vehículo. Me paré delante de un asiento y cuando miro al pasajero que estaba sentado, identifico a Gonzalo (o el muchacho del jopo) que me miraba con una sonrisa digna de publicidad de crema dental. Como soy muy educada me acerqué y lo saludé…
“¿te querés sentar?” me dijo… la oferta era tentadora, pero si le decía que sí después iba a tener que mantener una conversación y esas cosas… Así que le dije que no, que cómo se iba a parar, que no se molestara… Y veo que, en su insistencia hace un gesto que me desagradó a tal punto que se me notó en la cara:
Mientras me repetía la pregunta levantó un ceja, lo que le dio a su cara un expresión por demás libidinosa, levantó un poco la pierna e hizo que su mano rebotara en su rodilla repetidas veces como diciendo “Sentate acá, mami…”
Me puse seria casi inmediatamente, le dije que no, me di la vuelta y me acomodé del otro lado del pasillo. Unas horas después estaba borrando su teléfono y felicitándome por haber confiado en mi intuición y no haberle mandado nunca mi número.
Me lo crucé muchas veces más, tanto en el colectivo como en la parada y nunca más le hablé, ni lo saludé ni lo miré ni nada de nada… Calculo que habrá pensado que era una histérica, que es lo más fácil y no que él fue un poco desubicado… en fin, cada uno es libre de pensar lo que le convenga…

martes, 27 de noviembre de 2007

159 semirápido - Intro


Creo que ha llegado el momento de rendirle un merecido homenaje al colectivo en el que paso la mayor cantidad de mis horas diarias, al colectivo en donde he vivido muchas experiencias (agradables y no tanto), al colectivo por el que tengo un quiste metacarpofalangeano (o algo así… en criollo sería un quiste en donde se forma el pliegue entre el dedo y la palma) en la mano izquierda… en fin, al nunca y bien ponderado: 159 semirápido.
Comencé a viajar en esta línea, aproximadamente, a mediados del 2000, cuando estaba haciendo el CBC en la calle Paseo Colón (sí, ya sé que no existe más… pero bueno, la mayor parte de las cosas, por suerte, cambia) y, debo confesar que al principio me resistía, imaginen después de dos años de viajar todos los días en tren ¿cómo lo iba a traicionar con un colectivo? Pero bueno, a veces el sentido común es más fuerte que la costumbre y el cariño, y convengamos que desde Constitución hasta Paseo Colón y Cochabamba eran un par de cuadras y caminarlas de noche no era muy recomendable…
En fin, al principio viajaba en el colectivo común que entre una cosa y otra tardaba entre una hora y media a dos horas en llegar a destino, además por esas épocas sólo existía el 159 Diferencial que era más caro y casi de élite.
Pero, como las cosas cambian, la línea 159 también cambió y el Diferencial se volvió más popular, con un boleto más accesible y un recorrido más veloz, pues comenzó a ir por la Autopista La Plata – Buenos Aires, luego de su habilitación.
Entonces, hasta el 2005, más o menos, sólo existía el ramal SS por autopista, pero como había una gran parte de la población que se quedaba afuera del servicio, decidieron extenderlo, gracias a lo que ahora contamos con: SS por autopista, L roja, L azul por primer peaje… eso sí no me pregunten el recorrido de cada uno porque me estarían metiendo en un lío.
El primero de los 3 mencionados es el único que me deja a 4 cuadritas de mi hogar.
No voy a negar que el viaje es más rápido, ya que dependiendo de la hora del día y del chofer que toque en suerte puede durar entre 30 a 50 minutos.
Además dentro del colectivo se ha formado (gracias a que el viaje es corto y económico, dentro de todo) una comunidad de pasajeros, cuando estamos en la parada esperando, somos personas individuales, pero dentro del colectivo somos una masa de gente y nos ayudamos entre nosotros y todo.
Algo muy común es cuando el colectivo se llena mucho mucho (que suele pasar justo en la parada en la que subo yo) hay personas que no llegan a la máquina para sacar el boleto, entonces se escucha “¿me podés sacar el boleto?” “Sí” “gracias” “de nada”. Y así cinco o seis personas más. Todo con respeto.
Por estas condiciones de viaje con una amiga acuñamos el término “ensardinados”, pues, literalmente, viajamos como sardinas… y sin vergüenza puedo decir que cuando veo a las vaquitas que viajan en los camiones, me da un poco de envidia, porque ellas están mucho más cómodas que yo (ojo, igual cuando pienso adonde se dirigen y el olor feo que hay ahí adentro, la envidia se me pasa)
Resumiendo… los próximos posteos estarán dedicados a mis experiencias en este colectivo… las quejas las pueden dirigir a la línea MOQSA o a algún ente regulador de los medios de transporte…

lunes, 22 de octubre de 2007

Seguidilla de infortunios...


Esa semana había llovido todos los días, diluvio tras diluvio, y parecía que no iba a parar nunca, por suerte yo tenía un paraguas que mi mamá se había comprado, y seguro que al enterarse que me lo había llevado, sabía que no lo iba a poder usar nunca más (es que ella es conciente que paraguas que agarro, paraguas que se rompe… juro que no soy yo… es el viento…)
Volvía, entonces, un jueves lluvioso, a mi casa desde la facultad. Me había tomado el 126 que me dejaba justo a la vuelta de la parada del 159, pero esa noche (promediaban las 8) con la lluvia, el transito era caótico, más que de costumbre, y en lugar de frenar justo en la parada, el señor colectivero me dejó en la esquina de Além y Sarmiento… un cachito lejos…
Bajé del colectivo, con mi mp3 bien atornillado, tarareando alguna de las canciones que allí tengo, mientras intentaba abrir el paraguas en un combate casi furioso con un viento que venía de todos lados.
Cuando logré vencer en mi contienda, presiento que un chico se me acerca y me dice “¿No tenés unas moneditas?” “no” le respondí y seguí caminando, pero él no se movía de mi lado. En eso siento que vuelve a hablarme…
“Mirá, no te quiero hacer nada, ¿entendés? No te quiero lastimar, pero dame el mp3 o te mato acá ¿entendés? ¡Dale, dame el mp3 o te mato acá!”
Yo caminaba mirando para adelante en actitud de “no te escucho, no te escucho”, y claro que había entendido todo todo y que estaba muy muy asustada. En eso veo que viene caminando un señor que iba justo en la dirección contraria a la mía. Y, cuando pasó a mi lado, giré mi cuerpo y me le pegué al brazo…
“Disculpe señor, pero voy a caminar con usted porque me estaban robando y estoy un poco asustada, así que voy a seguir con usted hasta la esquina”, le dije mientras me sacaba los auriculares de las orejitas.
“¿Pero qué pasó?” Preguntó el señor “Un pibe me dijo que le tenía que dar el mp3 o que me mataba”, “¿Y tenía un arma?” “No sé, pero me asusté…” (Obviamente que no sabía si el pibe tenía un arma ni me iba a quedar para averiguarlo…)
Llegamos a la esquina en donde me había bajado del colectivo y me despedí del señor dándole las muchas gracias y me dispuse a dar la vuelta manzana para llegar a la parada del 159 sin tener que pasar por el lugar del atraco. En ese momento me empezaron a temblar las piernas y me di cuenta que me podría haber salido mal lo de irme con el señor, pero bueno, en esas situaciones no suelo razonar, suelo actuar y… hasta ahora funcionó…
Cuando llegué a la parada tenía ganas de llorar por el susto, y mientras hacía la cola, intentando no clavarle el paraguas a un chico que estaba adelante mío, escuchaba como una mujer le gritaba a otro pibe que se estaba colando.
Una seguidilla de infortunios, nada más ni nada menos…

viernes, 5 de octubre de 2007

¡Pucha, cómo llueve!


Me desperté a las 6 de la mañana mientras escuchaba cómo diluviaba, con viento, granizo, gran cantidad de agua, y todo lo que se espera de una lluvia de tamaña magnitud.
“Bueno, me dije, espero a que pare un poco y me voy”, ya que, como entraba a trabajar a las 9 de la mañana, me tenía que tomar el colectivo, como muy tarde, a las 7:30 hs., si no iba a llegar tarde.
A eso de las 7 paró de llover, pero la calle estaba muy inundada como para cruzarla, así que hice tiempo y, 15 minutos después, estaba en camino a la parada del colectivo.
Previamente, casi a oscuras porque se había cortado la luz por la tormenta, había separado las monedas para el colectivo y las había depositado sobre la cama.
Una cuadra antes de llegar a la Avenida donde suelo tomarme el 159 semirápido, me di cuenta que había olvidado las monedas. Lo más lógico era ir al quiosco que estaba en la otra esquina de la esquina en la que estaba y, como soy muy lógica, fui con mi billetito de $5 en la mano:
“- Hola… mirá, necesito cambiar monedas… ¿no tendrías algo menor a un peso?...”
“- Tengo… 20 centavos… y… moneditas chicas…”
Y como vi que la señora se movía a la velocidad de Manuelita y yo estaba bastante apurada, le dije que no importaba y emprendí una loca carrera de cuatro cuadras, donde caminé rápido, corrí, volví a caminar rápido, llegué a mi casa, luché con la cerradura de mi puerta, entré, subí la escalera corriendo, agarré las monedas, bajé corriendo, intenté cerrar la puerta con lleva, y como no pude la dejé abierta. Volví a correr, caminar rápido y correr hasta llegar a la parada para esperar al colectivo, todo esto hilvanado por las más bellas palabras que podía destinarme.
A los pocos minutos llegó el colectivo al que subí a los empujones, y pude ubicarme al lado del chofer, presionada por distintos cuerpos, nada cómodo, imaginen… mucho calor, mucha gente, ventanillas cerradas y… lo menos recomendable, estar parada al lado del chofer y ver las maniobras que hacía para esquivar a los transeúntes suicidas, y demás cosillas que ocurren en los días de lluvia.
El colectivo había subido a la autopista La Plata – Buenos Aires que, por la cantidad de agua que había caído y que estaba cayendo, parecía un río.
Ahí se me ocurrió mirar la hora. Eran las 8 y no habíamos llegado ni a la mitad del recorrido…
A los 8:30, y luego de un viaje por demás incómodo, llegué al Edificio Libertador, en la Av. Paseo Colón, donde suelo bajarme para ir hasta el subte D o, en caso de no funcionar, tomarme el 152, pero, como el tiempo era escaso me dije… “Me voy hasta el subte, me bajo en Facultad de Medicina y después me tomo un taxi y listo…”
Cuando iba caminado por Irigoyen vi, en la entrada del subte A el lindo cartelito que indicaba que las líneas A y D no funcionaban por problemas climáticos o por fallas eléctricas. Así que levanté la mano y paré un taxi…
Ni bien subo al taxi y luego del “Buen día” y de indicarle el destino de mi viaje, el taxista gira su cabeza y me dice “¡No compres tomates!” “¿Eh? ¡ah, no no, si comer una ensalada de tomates es casi como comer rubíes!” Dije, muy enterada de que el precio de los tomates era el más caro de la historia del tomate en la Argentina…
“Yo estoy haciendo una campaña para que la gente no compre lo que está caro, porque ahora está todo muy caro…” “Si, y los sueldos bajos…” “Sí, mirá, el otro día fui a Luján con mi mujer y fuimos a una parrilla, pedimos papas fritas y ¿sabés cuánto nos salió? ¡$19! Más caras las papas que la carne…” “Claro, un desastre…”
Mientras el señor me hablaba de la explotación de los trabajadores, de los copetudos que se subían a su taxi defendiendo al gobierno y de cómo él se “la mandaba a guardar”, yo miraba el relojito, donde los pulsos bajaban demasiado rápido para mi gusto (aclaro que no sé mucho de taxis ni de sus relojitos, pero si de algo estoy segura es de que los numeritos cambiaban muy rápido) y, llevada por el discurso del caballero, le dije: “¿Qué rapidito que baja eso? ¿No me vas a cagar, mirá que somos dos laburantes, eh?”
“¡No, piba! Mirá, te explico, es que el reloj cuenta los segundos, los suma y además la velocidad y la cantidad de metros recorridos…” “Igual va muy rápido, en una cuadra cambió dos veces… pero bueno…” “No, no… quedate tranquila que anda bien…” (Sí, bien para vos, pensé, flor de bolazo me dijo, en fin…)El señor cambió de tema y pasó a hablar del clima, que había tenido que parar de trabajar cuando se había largado fuerte, y yo le dije que, en ese momento, estaba en el colectivo, en la autopista, y me preguntó de dónde era. Cuando contesté “Quilmes”, él dijo (y con esto comenzó un monólogo que iba a durar hasta el fin de mi viaje) “Yo viví muchos años en Berazategui, tres casas tengo. La primera me la hice a los 19 años porque en esa época, pensá Argentina año verde, se podía juntar guita y había gente que te podía ayudar, además soy un tipo que siempre ahorró. Yo gano $100, guardo $50 y los otros $50 me los patino y bueno… Con mi primera esposa hicimos la primera casa, después me hice un departamentito en el fondo, porque tenía mucho terreno y, después, edifiqué arriba… Ahora estoy por Jujuy y… (confieso que no recuerdo el nombre de la otra calle y, como soy muy honesta, no voy a inventar por las dudas de poner una calle que nunca se cruce con Jujuy)… Casualmente el domingo tengo que ir, porque le alquilé una de las casas a un pibe y le tengo que dar las lleves y arreglarle un par de cositas… Antes vivía mi hijo con la novia ahí, yo le había dicho ‘Lucas, te la regalo’, pero ellos nunca pagaron ningún impuesto ni nada y al año les cortaron todo, yo les dije que tenían que cuidar las cosas, pero ellos nada… Y yo sé que para los pibes ahora está jodido pero si no lo cuida él… Ahora, ¿sabés dónde está viviendo? En un sucucho de Varela…”
El monólogo siguió un poco más, pero sus palabras eran tantas que se vuelven difusas en mi mente (además no voy a hacer un esfuerzo tan grande por recordar su primer auto, el trabajo de su hijo y el su novia y demás cosas que no modifican nuestras vidas, ¿no?).
A las 9 y monedas llegué al trabajo con la cabeza llena de las historias de una persona a la que, seguramente, no volveré a ver en mi vida, y justo a tiempo para enseñar el pretérito indefinido…

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Curiosidades

Tren

Era un día frío pero luminoso de un invierno de, creo, 1999… volvía de la facultad platense a eso de las tres, tres y media de la tarde. Volvía a Quilmes con la que en ese momento era mi compañera de clases y de viaje, todo tranquilo, nada fuera de lo normal hasta que en Tolosa, primera estación después de La Plata, fuimos testigos de un fenómeno que admiró a todo el vagón.
Paso a relatarlo:
Nosotras estábamos sentadas en los asientos que desde La Plata a Constitución, es decir, en esa dirección, están ubicados a la derecha, y con sorpresa vimos que en la ventanilla del lado izquierdo llovía y en nuestra ventanilla no… a los veinte segundos estaba lloviendo en nuestra ventanilla y en la del lado izquierdo no. Una nube… lo sé, pero creó conmoción y admiración en todos los pasajeros…

Colectivo

Una noche, de esas tantas noches en las que regreso a mi casa desde la Ciudad de Buenos Aires en mi querido 159, tuve la oportunidad de observar que el timbre de ese colectivo estaba dado vuelta, es decir, el botón que uno debe presionar para que el chofer escuche el “Triiiii”, pare y abra la puerta, estaba del lado de abajo y la gente apretaba lo que, en una situación normal, sería el lado de abajo del timbre y, claro, no sonaba, por lo que cuando veían que estaban llegando a sus paradas y el chofer no tenía intenciones de parar y abrir la puerta, empezaban a gritar “¡Chofer! ¡Parada!” y el señor colectivero frenaba susurrando, bueno no tanto porque lo podíamos escuchar todos “Y por qué no tocás el timbre” y en ese momento la gente se daba cuenta que tenía que apretar la parte de abajo que, en una situación normal, habría sido la parte de arriba del timbre.
Obviamente yo pude tocar el timbre de manera que el conductor lo escuchara y debo aclarar que fue muy incómodo.

Subte

Un mediodía, mientras iba a trabajar, después de pasar por la línea B y hacer combinación con la D, pude observar, con mucha sorpresa, a una chica que llevaba una baguette de, y no estoy exagerando, un metro y medio (ya que era sólo unos centímetros más pequeña que yo), envuelta en celofán y decorada con múltiples moñitos rosas… ¿lindo regalito, no?

Hace poco un alumno alemán me dijo que el sistema de subtes de Buenos Aires estaba orientado a la manera de los subtes de Inglaterra, es decir, iban para el lado contrario del transito normal de la ciudad… no sé si es verdad, pero me inclino por creerle, ya que de esa manera, la desorientada no sería yo, si no que los subtes no siguen la orientación vehicular que un ciudadano de este país consideraría correcta…

miércoles, 29 de agosto de 2007

Ahí vamos


Hacía más de una semana que con Laura (la misma Laura de la otra vez…) veníamos planeando ir a ver el recital que Gustavo Cerati daría en forma gratuita y al aire libre y, que además, cerraba un ciclo de recitales que el jefe de gobierno de la cuidad venía realizando hacía tiempo…
El 10 de marzo me encaminé a la casa de Laura, punto de encuentro estratégico del que partiríamos hacia Av. F. Alcorta y Pampa. Claro, antes tomamos mate, hablamos de todo un poco y, obviamente, nos fijamos en la Guía T para estar seguras de nuestro recorrido…
Como eran, aproximadamente, las siete y media de la tarde y el recital comenzaba a las nueve y ambas somos afectas a las caminatas y pensamos que no era tan lejos, decidimos ir caminando. Entonces salimos, desde Río de Janeiro y Sarmiento, hasta nuestro destino final... (si, si… un par de cuadritas)
El día era más que propicio para el ejercicio de la caminata y más cuando hay cosas de las que hay que hablar. Hacía poco que mi amiga había empezado a trabajar en una escuela de español para extranjeros y como yo tenía unos meses más de experiencia comenzamos a pasarnos “recetas” para dar tal o cual tema y, entre pitos y flautas, llegamos al Campo Argentino de Polo… en ese punto ya estábamos deliberando sobre la importancia del modo subjuntivo (sí, porque nosotras nos divertimos a lo grande…).
Veníamos muy compenetradas en nuestra discusión cuando un señor, con una pinta increíble de hombre con experiencia en caballitos me dijo “No le creas nada, nenita… qué lindas que son…” Este comentario nos hizo volver a la realidad y, después de contestarle al señor (quienes me conocen pueden imaginarse la respuesta y quienes conocen a Laura… bueno, es casi lo mismo…), nos preguntamos si estarías yendo por el camino indicado… ninguna de las dos estábamos seguras y, claro, nos pusimos un poquito nerviosas, hasta que comenzamos a ver gente, mucha gente y alguna que otra con remeras alusivas, es decir, con imágenes de Cerati y demás…
Más tranquilas seguimos caminando, aunque cambiamos de tema… así que mientras decidíamos que este año se perfilaba negativo en cuestiones amorosas y los pro y los contras de eso, llegamos a una encrucijada…
“¿Cruzamos o no?...” Y… “mejor saquemos la guía y fijémonos para dónde tenemos que ir”… “Dale… según esto estamos bien y… tendríamos que ir para ahí…” “Che… y si seguimos a la gente… ese pibe va a la facu… y seguro que va al recital…” “Bueno… sigamos a la masa…”
Y seguimos a la plebe y ésta nos llevó a un pasaje oscuro, con árboles y veredas muy angostas, pero bueno, ya estábamos ahí y había que seguir, obvio.
Entonces, después de más de dos horas de caminata llegamos. El recital había empezado a horario, por lo que nosotras nos perdimos casi una hora, pero llegamos justo cuando subió Luis Alberto Spinetta para hacer una hermosa versión de “Té para tres”… Mientras nos abríamos paso entre la multitud y pisábamos y éramos pisadas, nos posicionamos en un lugar donde, aunque por obvias razones de estatura, yo no veía a no ser que me pusiera en puntas de pie, disfrutamos las hora y media que duró el espectáculo… De más está decir que quedamos más que emocionadas.
Todo muy lindo pero había llegado el momento de marcharnos…
Comenzamos a caminar para retomar el camino que habíamos realizado para llegar e, inevitablemente, caímos en el embudo que se había formado por la cantidad de gente que quería hacer lo mismo en el mismo momento…
Después de ver personas con ataques de pánico, de escuchar algún que otro nerviosito, o alguno diciendo “¡dale, dale empujá que no salimos más!”, pudimos evadirnos del embudo y salir al aire casi puro de la noche para iniciar nuestra caminata de vuelta a la casa de Laura, donde nos esperaba la cena, una película y dos hermosas y mullidas camas…
La cuestión fue que en lugar de doblar y hacer el mismo camino que habíamos hecho, seguimos a la multitud, muy divertidas a causa de un muchachito que estaba vestido y peinado igual que Cerati en la tapa del disco… (si, ya lo sé, una boludez pero algo tenía que distraernos del hecho de que nos estábamos haciendo pis encima… y cualquier cosa es buena, ¿no?)
Caminamos y caminamos hasta que… “¿Che, qué hacemos en Av. Cabildo?” “Ah, no sé… ¿no hay ningún colectivo que nos lleve a tu casa?” “Desde acá… no, creo que no” “Fijémonos en la guía…” “¡Qué sería de nosotras sin ella!” “Nada porque igual nos perdemos…” “Es verdad…”
Luego de la triste revelación y de darnos cuenta que no teníamos ningún colectivo desde allí, decidimos desandar el camino realizado, mientras le echábamos la culpa a la mala copia de Cerati que nos había hecho desviar…
Ya con dolor de piernas llegamos al punto de partida y comenzamos a caminar por Av. F. Alcorta… pero… algo muy extraño pasaba… nosotras teníamos que ir para donde la numeración bajaba y, aunque estábamos seguras (y de verdad) que era la dirección correcta, la numeración de la calle ascendía…
“Esto ya es demasiado… está bien que seamos medio pavas para esto pero… si acá dice que tiene que bajar… ¿por qué sube?” “Qué se yo… che, ¿y si cruzamos? No sé, como vinimos por la vereda de enfrente tal vez vemos alguna cosa que nos guíe…” “Dale…”
Cruzamos la calle y… “Che, la numeración baja en esta vereda” “¿si?... Es verdad… no entiendo más nada… enfrente sube, acá baja… ¡Esto es cosa de Mandinga!”
Aproximadamente a las veinte cuadras nos tomamos un colectivo que nos dejó cerca del ansiado hogar, al que llegamos casi corriendo por cuestiones fisiológicas.
Entonces, después de llegar, cenar livianito (porque eran casi las dos de la mañana y ninguna tenía ganas de cocinar o de comer comida elaborada), miramos una peliculita y nos fuimos a dormir con la certeza de que, en primer lugar, no teníamos que volver a confiar en nuestra intuición cuando el tema sea “orientación” y, en segundo lugar, que por un año (o más) estábamos salvadas de pensar en ir a un gimnasio.

domingo, 19 de agosto de 2007

Actitud Buenos Aires


Se me había hecho un poco tarde, así que casi a las diez y pico de la noche me estaba despidiendo de mi enamorado en la estación de subte Bulnes de la línea D, para hacer el camino de siempre, es decir: subte D hasta 9 de julio, combinación con la línea B hasta el Correo Central, donde me tomaría el 159 semirápido hasta un lugar adecuado donde pudiera tomarme un remise (porque, aunque el colectivo me deja a cuatro cuadras de mi casa, ya tuve un encontronazo con un muchacho no muy amable por lo que evito andar muy tarde por estas zonas…)
Entonces, me subí al subte y, como estaba previsto, me bajé en la estación 9 de julio para hacer la combinación… Esperé, esperé… y nada…
En eso vemos (porque no era la única que estaba ahí paradita) que viene un subte del otro lado y, claro, lo primero que pensé fue “si viene uno de allá ahora tendrá que venir una de acá”, lógico, ¿no? Pero no…
El chofer del subte que iba para Los Incas nos dijo, con esa amabilidad que los caracteriza: “No pasan más trenes” “¿Qué?” dijo uno de los muchachos que estaban parados cerca de mí… “Sí, que no pasan más, es hasta y media…” Sonó la alarma, se cerraron las puertas y el subte se fue, dejándonos con la certeza de que por lo menos éramos muchos los que no sabíamos.
Entonces nos encaminamos a las escaleras para salir del mundo subterráneo, pero había dos que estaban cerradas… y una que estaba abierta. Salí a la superficie y, por error seguí mi instinto que me orientaba a cruzar la Av. 9 de julio, sin entender ¿por qué las personas que estaban conmigo abajo no lo hacía si iban para el mismo lado que yo?
Lo único que pensé fue “bueno, irán para otro lado, con tal que no empiece a ver teatros no pasa nada…” Ese era mi único punto de referencia a nivel orientación, si comenzaba a ver teatros era que mi brújula seguía tan estropeada como siempre, si no, era que tenía esperanzas de salir sin la guía T (que no es índice de nada en mi caso…)
Bueno, crucé y empecé a caminar mientras me mandaba mensajitos con el muchacho en cuestión, lo que hizo que me distrajera un poco más de lo habitual. Pasaron dos cuadras y… ¡No! El cartel de “Chiquititas”… Un teatro ya era mas que suficiente para que me diera cuenta que tendría que haber seguido a los que se iban para el otro lado en la salida del subte…
Inmediatamente le mando un mensajito a mi hermana avisándole que iba a llegar un poco tarde porque me había mareado un poco y me había ido para el otro lado, a lo que contestó con un dulce “qué boluda, cuidate”… Di la vuelta y comencé a desandar el camino que había hecho…
A eso de las once y media llegué al Correo Central. Ya se me había pasado el enojo que creo que me duró dos o tres cuadras porque me di cuenta que no era más que mi problema crónico… además es aburrido estar enojada mucho tiempo, ¿no?
Me tomé el semirápido y fue en ese viaje en donde vi aquel bichito verde del que hablé alguna vez… El viaje fue, entonces, más que tranquilo…
Aproximadamente a 20 cuadras de mi casa me bajé para tomarme un remise. Entré a una remisería atendida por una mujer que era la representación femenina de Humpty Dumpty y tenía, además, el tono de voz de un barrabrava… (una delicia de mujer para quien quiera conocerla).
Me contó que había mucho trabajo y empezó a hablar mal de Tinelli y de “Bailando por un sueño”… en fin, los temas no cambiaron mucho en un año…
Por suerte en ese momento recibí un llamado que me sacó del lugar y coincidió con la llegada del señor que iba a conducirme a mi hogar.
Subí al auto, indiqué la dirección y… “¿Vos sos la hija de Raúl?” ¡Upa! “Si…” “¡Ahhh… sos la nieta de Dante, el zapatero!” “si, soy yo” “¿Cómo está tu abuelo?” “Calculo que bien, se murió hace unos años” (si, ya lo sé fue un poco negra mi contestación, pero bueno… así soy)… “Ah… yo lo conocí y a tu mamá y, claro, después al loco de tu viejo… ¿sigue jugando al fútbol?” “claro, si no se muere, el fútbol es una droga para él”… La cuestión es que la conversación dio un giro, no sé cómo y terminamos hablando de él y de la mala suerte que había tenido en la vida… un “te escucho” increíble…
Y así llegué a mi casa, con una anécdota completita, completita…

domingo, 29 de julio de 2007

Te escucho (el regreso...)


Siempre era la misma historia cuando salía de dar mis clases en la escuelita que quedaba en el Palacio Barolo: había que llamar a todos los ascensores y esperar al que llegara primero para salir corriendo, abrir la puerta y entrar… así de difícil era tomarse el ascensor al mediodía en uno de los edificios más lindos de la ciudad.
Así que luego de esperar unos cuantos minutos y de verlo subir y bajar vacío, paró y entré.
Apreté el botón que indicaba “planta baja” pero, como era costumbre, en lugar de bajar subió hasta el piso 14 (es decir, me llevó al último piso del edificio), hecho que, como comprenderán, no me sorprendió porque se había convertido en un ritual habitual para mí.
La cuestión fue que mientras yo subía, innecesariamente, un hombre esperaba muy impaciente en el décimo piso. Pero había que cumplir con lo que estaba en la rutina, así que llegué al 14, saludé a los fantasmas (porque dicen que hay fantasmas en ese edificio y, una vez escuché que si uno tiene la sensación de estar cerca de algún espíritu debe presentarse o por lo menos saludar… creer o reventar… lo dejo a sus criterios) y bajé.
En el piso 10 el ascensor se detuvo y subió el señor que se caracterizaba por tener muy mala cara, por lo que solo atiné a esbozar una leve sonrisa… y…
“¡Vengo de la ART y quieren que vuelva a trabajar!¡Una biga se me cayó… no sé que es lo que no entienden… una biga así de gruesa en la rodilla!” (claro, yo lo miraba con cara de signo de interrogación, pero creo que él pensó que yo entendía lo que me estaba diciendo, en fin…) “Fractura de ligamentos cruzados y de meniscos, una operación de la san puta me tuve que aguantar” “Sí… dicen que es muy dolorosa” (agregué, como para decir algo) “¡Sí! Además, estuve en rehabilitación, y en verano… que es horrible… pero claro, a ellos no les conviene seguir pagándome, porque la rehabilitación sale cara y les conviene más que yo esté laburando que curándome… Pero les dije… ¡yo laburé con los del sindicato, así que si me jodés con esto te mando a los muchachos y te hago un quilombo de aquellos… ¿me entendés?...” “Claro…” (¿Y qué le iba a decir? A ver si me mandaba a los muchachos del sindicato a mí…)
Por suerte el ascensor tocó la ansiada planta baja. Salí casi corriendo, pero antes le desee suerte… no sé si me escuchó. Si escuché que se despidió de mí, porque su “chau” fue bastante enérgico, como si yo perteneciera a la gente de la ART… y bueno…
Mientras iba caminando para tomarme el colectivo que me llevaría a mi otro trabajo, no pude evitar pensar que tal vez necesitaba descargar su ira, su impotencia, lo que sea; ahora, la pregunta era… ¿Por qué todos los locos quieren contarme sus problemas? ¿Me confundí de carrera? ¿Tendría que haber estudiado psicología y pasar mis días en el Borda o en el Moyano?... Muchas, muchas preguntas que no van a tener respuesta nunca…

domingo, 15 de julio de 2007

Un paseo por el barrio


Aclaración: Esta breve historia fue, originalmente, un mail que le mandé a un gran amigo y que él publicó en su blog. Puedo decir que eso fue el germen de lo que hoy es este lugar.
Así que gracias por haber sido, sin lugar a dudas, el primer gran lector de mis crónicas.
http://www.lucasbcn.blogspot.com



Ayer tuve un episodio de desorientación en mi propio barrio, ¿lo podés creer? Si, yo creo que lo podés creer tranquilamente, es que no existe una guía T de mi barrio (esto de vivir en el conurbano me mata). La cuestión fue que fui a darme la vacuna contra la rubéola (gracias a lo cual por tres meses no puedo quedar embarazada...Y yo que quería poblar la Patagonia... y bué, será en otra década) y me encaminé hacia el dispensario, sala de primeros auxilios o como gustes llamarle que queda, aproximadamente, a 7 cuadras de mi casa, al lado de una iglesia a la que iba mucho de pequeñita (no se si te acordás que te conté que a los 5 años me sabía la misa de memoria), pero a la que no iba desde los 10 años (sacando cuentas... hace... 16 años que no iba por ahí).
Bueno, caminé, caminé... siempre mirando hacia la izquierda, dirección en la que creía que estaba el lugar y nada. Cuando llegué a una esquina que ya me parecía de otro barrio, llamé a mi mamá para preguntarle y me dijo "¿Cómo que te perdiste? Pero si está al lado de la iglesia" Y la iglesia dónde está, fue mi pregunta, a lo que mi madre, cariñosa como ella sola, respondió "pero Valeria, que boluda que sos, te perdés en tu propio barrio"…
En fin, luego de justificarme diciendo que me habían movido las casas de lugar, mi madre me dijo la calle y llegué. Me aplicaron una vacuna que me hizo inmune a la rubéola y volví a mi casa...Si, lo reconozco, soy un desastre, pero ya lo tengo asumido.

lunes, 2 de julio de 2007

El asadito


Era uno de esos sábados de verano donde el sol está a la temperatura justa y el vientito ayuda para que el calor no sofoque, es decir, un lindo día de verano en Buenos Aires.
Habíamos arreglado ir todos los chicos del grupo de italiano a la casa de Hernán a comer uno de sus memorables asados por el barrio de Saavedra, pero claro yo había quedado en pasar antes por la casa de Laura para charlar un poco con ella y con Ana, su amiga.
Entonces, alrededor de las cinco de la tarde nos encontrábamos las tres damas conversando de, entre otras cosas, muchachos (bien y mal, claro… es casi inevitable que cuando las mujeres hablan de hombres las conversaciones caigan en el maniqueísmo), de rituales budistas, de cultos a demonios que habitan en las minas de Bolivia, y de otras cosas que la memoria no me permite recordar. En plena cháchara nos dimos cuenta que nos teníamos que ir. Hernán nos había citado a las siete para empezar a hacer el asado, las ensaladas, poner la mesa y, además, lo más importante, hacer la picadita previa.
Consultamos nuestras Guías T y salimos, convencidas de que el 71 paraba en la calle Patricias Argentinas.
Cuando llegamos a la parada vimos que un colectivo estaba a punto de irse. Corrimos, nos subimos y nos dispusimos a disfrutar del viaje, sin tener en cuenta un detalle casi superfluo: el 71 no para en Patricias Argentinas…
Con Laura nos sentamos en un par de asientos dobles y Ana lo hizo en uno individual, pero a los cinco minutos de viaje pudo sentarse delante nuestro y, así, proseguir con nuestras charlas… Estábamos tan seguras de ir por el camino correcto…
Cuando promediaban diez minutos de viaje decidimos (aunque estábamos convencidas de habernos tomado el colectivo correcto, éramos consientes de mi poca capacidad de orientación y del despiste natural de Laura) que era conveniente chequear que el recorrido del colectivo se ajustara a las calles de nuestras Guías T…
Y no había caso, intentábamos buscar las coincidencias pero era imposible. El recorrido del 71 no se ajustaba con nuestro colectivo… “Seguro que cambiaron el recorrido y esta guía es vieja” dije mirando mi guía del 2004.
“Pero la mía dice lo mismo y es de este año” dijo Laura mostrándonos la tapa de su Guía T donde sobresalía un enorme 2006 en naranja.
“A ver chicas, denme una de las guías…” dijo Ana un poco cansada de vernos intentar hacer que un círculo encaje en un rectángulo…
Miró la guía con gran solemnidad, buscó el mapita, preguntó “¿Cuál es la calle?” “Manuela Pedraza” dijimos casi a dúo… Volvió a mirar el mapita, miró el boleto del colectivo, después por la ventanilla y dijo, casi como una revelación: “Bueno, nos tomamos otro colectivo, por eso no encuentran las calles… bajémonos acá que por acá todavía pasa el 71”.
Y nos bajamos en Chacarita. El 65 se fue y nosotras nos tomamos el colectivo correcto admiradas de la capacidad de razonamiento y ubicación que tuvo Ana, porque… si las calles por las que transitaba el colectivo no eran las mismas que indicaba la guía ¿por qué empecinarse en hacerlas encajar? Buena pregunta, claro que no tiene una respuesta lógica, o por lo menos la única que pudimos encontrar fue… “Y bueno, somos un poquito despistadas…” para nada convincente.
Casi a las ocho y media llegamos a la casa de Hernán, luego de verlo colocar estratégicamente en forma piramidal los carboncitos para el asado, terminamos cenando a la una de la madrugada ¿cómo? Vaya uno a saber, fue el asado más lento del mundo…
Algo que queda reflejado en esta experiencia es que sí o sí los amigos tienen cosas en común y que el dicho “Dios los cría y el viento los amontona”, a nosotros, nos viene como anillo al dedo.

sábado, 16 de junio de 2007

Te escucho (3ª parte... ¿y final?)


Tenía que ir de un trabajo a otro, y como no tenía tiempo de probar nuevas alternativas de transporte y correr el riesgo de perderme o llegar tarde, siempre hacía el mismo recorrido, es decir, me tomaba el subte A y combinaba con el D para bajarme en Facultad de Medicina.
Ese día llovía muchísimo, así que cuando me tomé el subte A estaba casi hecha sopa. Dos estaciones antes de Perú escuché: “Metrovías informa que la línea D no presta servicios a causa de problemas climáticos”… traducción: la línea D estaba inundada y no funcionaba… esto me obligó a buscar en mi guía T una alternativa, ya que en plena desesperación recordé que existían los colectivos.
Me bajé en Plaza de Mayo y por suerte ya no llovía con tanta intensidad, sólo garuaba.
Crucé la Plaza y me dispuse a tomar a tomar el 111 que era, hasta el momento, el único colectivo que creía haber visto por la zona a la que me dirigía.
Habían pasado 15 minutos y el bendito colectivo no venía, entonces, saqué mi guía y descubrí que podía tomarme otro… opté por el 29.
Cuando logré subirme casi me había secado y por suerte encontré un asiento… Pero lo interesante de la historia no fue esto sino lo que escuché…
Mientras intentaba develar si la persona que estaba sentada a mi lado era un él o una ella sin ser muy obvia, escuché esta conversación entre un señor y una señora que estaban sentados detrás de mí.
Contexto situacional: pasábamos por la Catedral cuando, según creo, la señora se persignó, entonces…
Sr: - ¡Qué bien… católica como yo!
Sra: - Si, si… claro…
Sr: - Muy bien, yo voy siempre a la iglesia.
Sra: - Si, yo también, todos los domingos.
Sr: - Y… ¿A cuál va?
(“¡Epa! La tercera edad levanta hablando de iglesias, mirá vos…” pensaba yo)
Sra: - A la iglesia que está en la calle…
(no recuerdo qué calle era… pero si a alguno le interesa puedo hacer una listita de iglesias…)
Sr: - ¡Ah! Yo también pero voy a la tarde porque, aunque estoy jubilado sigo trabajando…
Sra:- Sí, yo también estoy jubilada pero trabajo…
Sr: - ¿Y qué hace?
Sra: - Soy óptica… pero antes estudié para maestra…
Sr: - Y la jubilación docente ahora no es mala…
Sra: - No… si mis amigas que estudiaron conmigo y siguieron enseñando tienen una jubilación muy buena… pero como yo me jubilé del ejército… no me puedo quejar.
Sr: - Claro, qué bien… ¿Y ahora dónde trabaja?
Sra: - Como secretaria en una óptica…
Sr: - Yo me levantó a las cinco de la mañana para ir al trabajo… es que todavía me siento muy bien para estar sin hacer nada…
Sra: - Yo soy muy activa… hago natación y me reúno con las chicas a jugar a las cartas…
(me encanta cuando dicen “las chicas”, esa frase dicha por una señora me hace pensar en viejitas muy maquilladas y con mucho olor a perfume)
Sr: - ¡Qué bien! Si, yo también hago mucha actividad, es muy buena para nuestra edad, además no me puedo quedar quieto… como buen pisciano…
Sra: - ¡Ah! Claro…. Qué lindo signo…
(Se viene la charla astrológica)
Sr: - Si… pero igual tenemos carácter… Pero no malo, solo reaccionamos, no como mi suegra que es sagitariana y tiene un carácter bien bravo. A mi esposa la tenía cortita cuando éramos novios…
Sra: - Mi esposo es de sagitario, pero a mí nunca pudo ponerme límites, es que soy acuariana y las acuarianas somos muy independientes…
Sr: - Claro, claro…
Sra: - además, por suerte, salimos mucho…
Sr: - Yo con mi señora igual, vamos muy seguido a un tenedor libre que queda por Belgrano…
Sra:- ¡Ah, qué casualidad! Yo también a uno que queda cerca de la casa de uno de mis hijos…
Sr: - Mire que bien…
(En este momento de la conversación la persona que estaba sentada a mi lado se bajó, e inmediatamente los pasajeros de atrás se callaron… Sin lugar a dudas, develando el misterio que me había ocupado los primeros minutos del viaje, era un él convertido, con muy poco cuidado ya que se le notaba la barba, en una ella)
Sr: - Cada vez hay más…
Sra: - No crea, lo que pasa es que ahora se muestran más que en nuestra época…
(la señora presentaba signos de incomodidad, o por lo menos era lo que yo presentía…)
Sr: - Igual con tanta peste que hay dando vueltas se van a morir todos…
Sra: - Y… si, pero no todos son así…
Lamentablemente, en este punto de la conversación donde iba a desplegarse, creo, argumentos a favor y en contra de los homosexuales, tuve que bajarme y correr las seis cuadras que me restaban para llegar a mi trabajo. Lo bueno es que ya no llovía más y yo estaba bastante seca…

domingo, 3 de junio de 2007

Te escucho (2ª parte)


La noche anterior había arreglado con un amigo realizar una excursión rememorativa por la ciudad de La Plata, ya que él había pasado ahí sus primeros años de vida, y a mi no iba a molestarme recordar los momentos vividos por las calles platenses.
Lo interesante de todo esto era que el paseo había sido organizado con otros amigos que no contaban con mi presencia, entonces, yo iba a aparecer sorpresivamente en la estación de La Plata para alegría de todos.
El plan era casi perfecto: yo tenía que tomarme el tren anterior al que ellos se tomarían en Constitución, es decir, iba a tener que esperar en la estación “Dardo Rocha” entre 20 y 30 minutos, tiempo en el que debía buscar un sitio donde esconderme y del que les saldría al paso para sorprenderlos…
Al otro día salí de mi casa, aproximadamente, a las 9:30 hs. de la mañana, y caminé las quince cuadras que me separaban de la estación de Ezpeleta. Ya en el lugar saqué boleto (ida y vuelta, obvio) y me tomé el tren. Era sábado por la mañana, hacía mucho frío y viajaba mucha gente.
Cuando llegué recorrí un poco la estación. La habían arreglado un poco, y aunque habían pasado seis años, yo no la veía muy diferente.
Durante la inspección encontré el sitio donde iba a esconderme y me dispuse a esperar a mis amigos.
Cerca de mi futuro escondite vi un banco bañado por completo por la luz del sol, ideal para un día frío, por lo que me dirigí hacia él y me senté para disfrutar del sol.
A los pocos minutos una mujer con visibles problemas mentales se sentó a mi lado. Discutió con el perro que la seguía y luego se fue. Nada del otro mundo.
Mientras miraba como las personas y los trenes iban y venían, un señor se sentó al lado mío… “Acá se está lindo… hay solcito…” “¡Upa! ¿Y éste?... Bueno, esperemos que no esté loco…” pensé.
“Soy Luis” me dijo y me contó que, en ese momento, vendía en los trenes repasadores, franelas, broches, y esas cosas tan útiles para la casa y la cocina. Me dijo que no se podía quejar de su trabajo, que le daba lo suficiente para comer y vestirse, pero que antes… que él antes estaba mejor…
“Cuando era pibe, así como vos… porque vos sos una piba, ¿no?” “Y… no tanto, tengo 25…” “bueno, sos una piba… cuando yo tenía tu edad era albañil y laburaba bien. Me había casado con una mina que era muy buena y tuvimos dos hijos, una mujer y un hombre… Con lo que laburé pude hacerle la casita y… no te miento… estábamos bien. Los chicos fueron a la escuela. La piba terminó el secundario y se casó con un boludo… pero bueno, ella es feliz; y el pibe consiguió un laburo en Córdoba y se fue para allá… igual no tengo relación con ninguno de los dos desde que mi mujer se murió.
Yo me puse muy mal, viste… ella me mantenía derecho… y cuando se me fue me dediqué a tomar, y el alcohol no es bueno… me hizo perder todo, además me dediqué a jugar… y entre una cosa y otra me quedé seco.
Nadie me ayudó… mi hijo vendió la casa que yo les hice y se fue… y mi hija, bueno… es tan boluda como el tipo con el que se casó. Muy mal estuve yo… imaginate que hasta que dormir en la calle, y me metieron preso un par de veces por borracho…
Pero ahora estoy bien, conocí a una mujer y ella me ayudó mucho… no somos novios pero nos acompañamos… Ella vive en Ringuelet, vive con el hijo… y yo tengo mi ranchito en Gonnet, y a veces ella viene a mi casa y se queda. Yo no voy a su casa porque al hijo no le gusta…”
(Luis me detalló algunas cositas de su relación con esta mujer, pero, por suerte, mis barreras de censura se encargaron de reprimir esos recuerditos no muy agradables…)
“¿Vos de dónde sos?” “De Quilmes…” “Uhhh… yo ando mucho por ahí… conozco a todos los que venden en Irigoyen y Rivadavia… que raro que nunca te vi…” (Esa esquina es la conjunción de la peatonal quilmeña, una especie de calle Florida pero con menos gente, y la calle que viene de la estación de trenes, por lo que no era nada raro que nunca me hubiera visto y viceversa).
“Bueno… me tengo que ir a trabajar… un gusto hablar con vos y capaz un día nos vemos por Quilmes. Chau” “Puede ser, chau”.
Luis se fue a tomar el tren con su bolso lleno de cosas útiles para la casa y la cocina, y yo me quedé esperando a mis amigos que se habían retrasado más de la cuenta…
Cuando llegaron y luego de la emoción de la sorpresa, me enteré que el paseo había estado a punto de no realizarse porque uno se había quedado dormido, y que por eso llegaron más de una hora tarde.
Igual, esperar no había sido tan malo, ya que el tiempo pasó relativamente rápido gracias a Luis y su historia.

domingo, 20 de mayo de 2007

Te escucho (1ª parte)


Hay situaciones que, yo no sé si les pasa a muchos, pero en mí son casi recurrentes. Hablo de esas ocasiones en que una está o tranquilamente sentada en algún medio de transporte o parada esperando el colectivo o caminado por la calle o, por qué no, en alguna sala de espera, y alguien te mira y empieza a contarte la historia de su vida o el problema que tiene en ese momento. Yo no sé si inspiro confianza o tengo cara de que me interesan los problemas de absolutamente todo el mundo, lo único que sé es que me pasa seguido.
El primer recuerdo que tengo de una situación de este tipo es de cuando tenía 16 años y estaba haciendo tiempo mientras esperaba que el chico que me gustaba en esa época llegara. Había ido a dar una vuelta por las calles aledañas al punto de encuentro (para reconocer el terreno dirían los que me conocen…), cuando vi a una mujer meterse furtivamente en el jardín de una casa y cortar unos tallos de una gigantesca planta de lavanda. Yo la venía mirando y no iba a decirle nada, obvio, pero, vaya uno a saber por qué, la señora me miró y me dijo “no hay nada mejor que las flores de la lavanda para perfumar los cajones o los armarios”. “Sí”, le contesté con una leve sonrisa y de inmediato se presentó y empezó a caminar conmigo.
Me enteré de los pormenores del noviazgo de su hija, de la mejor manera para que el perfume de la lavanda dure mucho, y ella me preguntó sobre mis cosas, y e dio consejos sobre cómo tratar a mis padres, al muchachito con el que tenía amores y otras cosas que, por suerte o por desgracia, olvidé. Igualmente me dio su teléfono y me dijo que la llamara para que sigamos hablando, con la treta de “sos muy madura para tu edad…” “Sí” le dije, guardé el papel y nunca la llamé.
Otras situaciones semejantes me han ocurrido arriba del tren o del colectivo, y haciendo un gran ejercicio de memoria sé que puedo traer muchas al presente, pero hay dos que se me presentan sin ningún tipo de esfuerzo:
La primera es de una tarde en la que volvía a mi casa desde la Ciudad de Buenos Aires, y me había tomado el tren en Constitución (dónde más…). Las cuestión fue que me senté en uno de esos asientos que tienen los trenes (o mejor dicho, tenían, porque ahora los cambiaron por unos de plástico verdes y/o azules, duros, una porquería…), que uno puede mover el respaldo y acomodarlo acorde a la dirección en la que va el tren. Bueno, estaba sentada muy plácidamente leyendo un apunte de la facultad cuando un chico con Síndrome de Down se me sentó al lado. Hasta ahí todo tranquilo, yo leía y a veces miraba por la ventanilla, volvía a los apuntes, y así casi rutinario, cuando de repente el chico me tocó el hombro, lo miré y me estaba sonriendo. Le sonreí y él me dijo “beso” poniendo su mejilla como para que lo besara. “No”, le dije con esa voz que a veces se les pone a los nenes chiquitos. Entonces, se acercó y me dio un beso. A los dos minutos me dio otro y me dijo algo así como que él sabía leer… Yo estaba bastante incómoda y él bastante pesado. Ahí fue cuando un señor que tenía sentado enfrente mío lo miró y le dijo “¡Dejá a mi hija en paz! ¡Dale, tomátelas!” El chico se fue con cara de susto y yo empecé a tranquilizarme. “Si no lo rajaba así andá a saber qué hacía…”, un poco exagerado pero bueno, “Sí, gracias, ya me estaba incomodando”. “Me di cuenta por eso le dije eso, además yo tengo una hija de tu edad…” Y ¡Largamos! Pensé. Dicho y hecho. La hija tenía casi mi edad y estudiaba y trabajaba, y tenía un nieto pero de parte del hijo y bla, bla, bla… Se bajó antes que yo y, por suerte, antes de empezar a hablar de política…
La segunda historia es de una tarde en la que volvía de La Plata. También me había sentado en esos asientos dobles, y también, estaba leyendo cosas de la facultad. Pero, como estaba cansada después de todo un día universitario, decidí hacer un viaje contemplativo, por lo que guardé mis apuntes y me dispuse a mirar por la ventanilla.
En eso, el hombre que tenía enfrente me dijo “¿Venís de la facultad?” Movimiento afirmativo de cabeza (ustedes me preguntarán: ¿Si no querías que te hablen, para qué les respondías?... Excelente pregunta. Mi respuesta: soy muy educadita).
“¿Y qué estudiás?” “Letras” y bueno ahí le tuve que explicar de que se trataba eso (Bueno, en esa época – mi primer año de facultad – creo que tenía la necesidad de explicar de qué se trataba la carrera). Y… mi pregunta “¿Y vos qué hacés?” “Yo soy vendedor ambulante. Vendí mucho tiempo arriba del tren, pero ahora hay mucha gente vendiendo, entonces me pasé al bondi…” Y ahí empezó la cosa: que era casado con hijos; que compraba libritos para pintar y los vendía; que desconfiara de las mujeres con bebés, porque algunos de esos chiquitos eran alquilados, que sacaban más de $800 por mes; que los que vendían comida remarcaban la fecha de vencimiento; que uno tenía que andar con cuidado… “Yo lo sé porque anduve mucho tiempo por acá”.
Llegamos a Quilmes y yo me tenía que bajar… “Yo también me bajo acá” me dijo “¿No querés tomar un café y charlamos un poco más?” “No, no puedo… un gusto. Chau.” Me bajé del tren casi corriendo…
Conclusiones: 1) Nunca sentarse en esos asientos dobles; 2) Es conveniente llevar, siempre, algún reproductor musical, así uno se enchufa y listo. Sordo ante el mundo; y 3) La lavanda es muy buena, principalmente, para los cajones de medias, bombachas (o calzoncillos, dependiendo del género sexual de l dueño del cajón), y que se pueden armar bolsitas para poner debajo de las almohadas y así tener un sueño perfumado.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Amores perros


Hacía unos meses que nuestra perra se había muerto, y por esto y por otros temitas, en mi casa estábamos todos bastante sensibles, y se palpaba en el ambiente la necesidad de tener un perrito que nos cambiara el humor.
Un día una amiga, que estaba al tanto de esto, me llamó para contarme que en un kiosco del barrio de Belgrano había un cartel con la leyenda “Se regalan perritos”, y que había uno que, si yo quería, podía ir a buscar por mi. Obviamente le dije que sí y que esa semana iría por él a su casa.
A los dos días volví de la facultad de La Plata, pasé por mi casa a buscar un bolso donde, si era necesario pudiera meter al canino, y me fui a tomar el tren para bajarme en Constitución, tomarme el subte C hasta Av. de Mayo para combinar con la línea A hasta la estación Loria.
Cuando entré a la casa lo primero que hice fue mirar para todos lados para ver si lo veía… y nada… hasta que, de atrás de un sillón, vi una cosita negra que se me acercó casi corriendo (imagínense: un perrito del tamaño de una de esas botellitas de vidrio de Coca Cola, negrito, peludito y con las patitas cortitas y marrones… ¡precioso!)
El tema era cómo llevarlo, ya que el viaje era muy largo y el pobre animalito no iba a resistir una hora y media en colectivo… ¿Qué podía hacer? La única opción que se me ocurrió fue la de hacer un viaje con escalas… Subte, tren, colectivo…
Guardé los juguetitos que le había dado el dueño de la mamá del perrito a mi amiga y lo envolví en una mantita que era “su” mantita, y bueno… si era de él no la iba a dejar…
Había empezado a garuar, por lo que caminé rápido hasta el subte. En esa cuadra y media el pichicho se portó bien y pensé que el viaje sería tranquilo.
Subí al subte y pude comprobar que no había ningún lugar donde sentarme, así que, mientras con una mano me sujetaba fuerte de uno de esos caños aptos para la gente normal, con la otra sostenía al perrito. A las dos estaciones el pequeñín empezó a moverse, era como si quisiera escalar hasta mi cuello y, mientras él subía la mantita bajaba, y yo intentaba que ni perro ni manta se cayeran…
Llegué a Lima, hice la combinación con la línea C y de ahí a Constitución.
Fuera del subte se tranquilizó, aunque la estación era un mundo de gente, creo que él no lo notó.
Cuando me subí al tren faltaban como veinte minutos para que saliera, gracias a lo que pude conseguir un asiento con ventanilla… era una ventanilla, aunque no cerraba del todo y entraba vientito por todos lados… “Bueno, por lo menos no se va a sentir ahogado”, pensé.
Como no se sentó nadie al lado mío por varias estaciones, aproveché para dejarlo algunos minutos paradito en el asiento, cuidando que no se cayera, igual se acomodó en mi regazo y se quedó dormido. Por mi parte, estaba incómoda y me estaba mojando con a garúa que entraba por la ventanilla (porque: si una ventanilla está abierta permanecerá abierta hasta que desaparezca… máxima indiscutible de la ex línea Roca).
Llegué a la estación de Quilmes y me fui a tomar el colectivo para llegar a mi casa (aproximadamente a 30 cuadras de la estación, localidad de Ezpeleta en el partido de Quilmes, un poco de geografía sureña…)
Ya no lloviznaba y la mantita había pasado a ocupar un lugar en mi bolso junto a los juguetes, el perrito estaba tranquilo, o mejor dicho, cansado.
Cuando llegamos a mi casa tuvo un gran recibimiento, y a la hora de dormir, no me pregunten cómo, terminó acomodado en mi almohada y mordisqueándome el pelo durante gran parte de la noche…

sábado, 5 de mayo de 2007

Oscuro


Era uno de esos clásicos veranos de Buenos Aires, es decir, húmedo y muy caluroso, allá por el 2000.
Había ido a visitar a mi enamorado que se encontraba postrado en su casa tras una de esas dolorosas operaciones de rodilla.
Después de algunas horas de escuchar continuas quejas (que el calor, que la pierna, que el ventilador, que la mar en coche) y teniendo en cuenta que para volver a mi casa tenía que ir hasta la estación de Once, desde la que tenía hora y media de viaje, decidí a las 5 de la tarde, aproximadamente, partir hacia mi hogar.
Un detalle que no se puede obviar: ustedes saben que es muy común que cuando hace mucho calor el sistema eléctrico de la Ciudad de Buenos Aires colapsa, y bueno, ese día no iba a ser la excepción.
Entonces, después de bajar 17 pisos por escalera y de soportar el comentario de una mujer entrada en años : “Bajar es más fácil que subir”, mientras veía los inconfundibles signos de agitación que expresaba todo mi cuerpo, salí a la calle.
El calor era agobiante por lo que decidí tomarme el subte, aunque estaba muy cerca de Plaza Miserere.
Caminé la cuadra que me separaba de la estación Loria de la línea A, intentando buscar un poco de sombra, una misión más que imposible a pesar de que ya eran más de las 5 de la tarde.
Cuando llegué bajé las escaleras muy despacio (ya que mis piernitas no estaban acostumbradas a tanto ejercicio) y, también con lentitud, crucé el molinete y me dispuse a esperar el subte.
En menos de 10 minutos me encontraba haciendo fuerza para abrir la puerta de uno de los coches y subiendo a él para comenzar mi retorno… Calculé que en menos de 5 minutos iba a estar en la estación Plaza Miserere, pero bueno… ustedes se habrán dado cuenta que no sé calcular muy bien…
Casi a mitad del recorrido el subte se paró y todo se volvió oscuro… Yo pensaba que en unos segundos todo volvería a la normalidad, pues a veces esas cosas pasan, pero ya habían pasado, aproximadamente, más de 5 minutos y seguía todo igual de oscuro y quieto, por lo que las personas comenzaron a preocuparse (y yo como parte de esas personas también).
Fue entonces cuando vimos acercarse por las vías, desde la parte de adelante del subte, una linterna que iba deteniéndose en cada vagón. Cuando la linterna o, mejor dicho, su portador, llegó al nuestro abrió las puertas y nos dijo “Se cortó la luz en toda la línea, así que van a tener que bajar e ir caminando hasta Miserere”.
Ahí empezaron las quejas, en contra del subte, en contra del intendente, en contra de los mosquitos, en contra de lo que ustedes quieran. Y mientras algunos seguían expresando su inconformismo, otros sacaban las escaleritas de debajo de los asientos, las ubicaban en las puertas y bajaban, al tiempo que, obviamente, eran seguidos por los quejumbrosos.
La misma linterna que terminó de avisar a toda la formación del penoso acontecimiento, se encargó de guiarnos hacia la estación ya que no podíamos caminar por cualquier lugar.
Caminar por las vías en la oscuridad era, además de dantesco, bastante incómodo más si se está en sandalias (como yo en ese momento), y si a eso se le agrega la posibilidad de que haya algún bicho dando vueltas o, en el peor de los casos, la sensación de que, en algún momento, iba a pasarme una rata por los pies…
Estaba sumergida en esos pensamientos cuando la linterna se convirtió en un operario de Metrovías que nos mostró la escalerita para subir al andén (en este punto debo confesar mi emoción, ya que me gusta eso de poder estar en esos lugares que sólo están permitidos para “personal autorizado”).
Como una manada nos dirigimos a la salida, obviamente, siendo consecuentes con el discurso quejoso que nos acompañó todo el recorrido por el averno de la línea A.
Cuando salí a la superficie el calor seguía muy cómodamente instalado, aunque el había empezado a bajar.
En la parada del colectivo había una cola bastante larga, y algunas de las personas que estaban ahí habían compartido la caminata subterránea conmigo… (y seguían quejándose… ¡Qué persistencia!)
Luego de 20 minutos de espera pude subirme al 98, y después de una hora y media, logré llegar a mi casa.
Al abrir la puerta lo primero que escuché fue “¿Qué te pasó?”, pregunta que disparó mi relato, interrumpido, en algunas ocasiones por “¡¿Pero siempre te pasa algo!? ¡¿No podés ir y venir sin tener algún inconveniente!?... Y… Parece que no…

martes, 1 de mayo de 2007

Receso creativo

Disculpen las molestias pero mi cerebro está, en este momento, en otras actividades.

domingo, 15 de abril de 2007

Los eucaliptos


Una noche volvía a mi casa después de cuatro horas de Sociedad y Estado y Economía (para mí un tramite después de dos años agotadores de cursada en la UNLP, pero bueno, todo cambio implica riesgos y haberme pasado a la UBA requirió mi paso por el CBC…), había esperado el colectivo, aproximadamente, por veinte minutos, hacía frío y tenía muchas ganas de estar en mi casa, pero me restaba una hora y cuatro de viaje. A las 21:30 hs. logré subirme al 159 L azul en la esquina de Av. Garay y Av. Paseo Colón.
Por suerte el colectivo venía relativamente vacío, gracias a lo que pude sentarme junto a la ventanilla. Saqué mi walkman y me dispuse a disfrutar del viaje, es decir, ver el paisaje, escuchar la musiquita que tenía en ese momento y ver a las personas que subían, permanecían y bajaban del colectivo.
Al estar sentada cerca del fondo podía ver el movimiento de los pasajeros sin preocuparme por ser vista, ideal para mí. Me encontraba en estas tareas cuando vi que subía un chico con visibles síntomas de mamúa, cuya humanidad se desparramó en el primer asiento individual que se encontraba detrás del chofer.
Desde donde estaba yo me pareció que el muchacho se había quedado dormido, nada trascendente.
El viaje iba desarrollándose como de costumbre.
El 159 L azul (el color es necesario ya que existe una L roja que va para otro lado… la línea MOQSA tiene todo fríamente calculado…) debe pasar por las inmediaciones de un barrio de emergencia conocido como “Los eucaliptos”, ya que está rodeado, atravesado, lleno de estos lindos arbolitos.
Mientras estaba doblando veo que el borrachín del primer asiento se levanta (un detalle: tenía un bolso enorme que le colgaba del cuello)… Por mi parte, mientras veía sus movimientos guardaba mis auriculares en el bolso seguro que cansada de escuchar lo que estaba escuchando.
De repente, justo en la esquina de “Los eucaliptos” el borrachín dice: “Todos quietos o los quemo” mientras metía su mano en el bolso en actitud de “tengo un arma, al primero que se mueva lo lleno de agujeritos” (obviamente nunca vimos si tenía un arma o estaba agarrando el mango de un cepillo)
“¡Denme todo lo que tengan! ¡La billetera señora! ¡quiero la guita! ¡A ver vo’!” Era lo que gritaba mientras avanzaba obteniendo el fruto de sus ruegos.
En ese momento yo había sacado el monederito donde había guardado todas las monedas que tanto esfuerzo me había llevado juntar, un monederito muy lindo, y como él quería el dinero (y yo soy muy obediente) estaba intentando sacar todas las monedas, porque el monedero era mío y me gustaba mucho y ¿para qué lo iba a querer él?… Cuando llegó a mi asiento me miró realizando mi labor y me arrancó el monedero de las manos… Quedé dura… las monedas no me importaban, pero ¡el monedero! Era una de esas cosas de las que uno no quiere desprenderse nunca, que tienen un valor particular, y había pasado a manos de un ladrón que se había bajado del colectivo y había empezado a correr por las calles internas de “Los eucaliptos”.
El chofer arrancó y después de dos cuadras donde los comentarios iban desde “Estaba con todo encima” pasando por el nunca y bien ponderado dicho de las personas mayores “ese chico estaba drogado” llegando al “por suerte no tenía los documentos en la billetera”; el chofer frenó el vehículo y nos dijo “¿Quieren ir a la comisaría?” A lo que la mayoría respondió “No”, salvo algún justiciero anónimo que dijo un tímido “Si” que nadie oyó.
Y yo solo podía pensar en mi monedero perdido al que nunca pude suplantar…

lunes, 2 de abril de 2007

Bestiario


No sólo de extravíos se vive, existen también otro tipo de experiencias dignas de ser narradas.
Las que siguen son tres breves historias, ocurridas en distintos momentos de mi vida, que poseen un mismo hilo conductor… bichos, alimañas, como gusten…

Cara a cara

Esa tarde (casi noche diría teniendo en cuenta que era invierno, y que a las siete ya está oscurito) volvía a mi casa nuevamente desde Congreso, nuevamente en el 98, pero, esta vez, en el ramal correcto.
Había encontrado, por suerte, un asiento individual desde el que podía apreciar el bello paisaje que me ofrecía la ciudad (contando Constitución y Avellaneda).
El viaje transcurría (para maravilla de todos) sin sobresaltos. Hasta que de repente vi una cosa extraña acercándose, sigilosamente, desde la ventanilla de adelante. Me paralicé.
Ella seguía acercándose. Era muy pequeña, roja y sus antenitas se movían sin parar. Cuando llegó al marco metálico de mi ventanilla se detuvo.
Inmediatamente cerré la boca (no es que la tenía abierta, pero apreté los labios, ya que siempre tengo la sensación, cuando hay algún bichito cerca –y más tan cerca- que se me va a meter en la boca o en el pelo… y bueno, nadie es perfecto…). La cucarachita estaba a quince centímetros de mi cara, podía distinguir cada parte de su cuerpito, cada uno de sus movimientos.
En ese momento lo único que podía pensar era que de un instante al otro iba a volar, o a dar un salto y se me iba a meter en el pelo. Entonces, muy suavemente, saqué un pañuelito descartable de mi bolso, lo hice un bollito (para evitar cualquier posibilidad de contacto entre ella y yo) lo aproximé al insecto y lo empujé lejos de mí, es decir, lo tiré para adelante.
No puedo asegurar el lugar exacto donde cayó, peor creo que la abundante y rulosa cabellera de una señora que estaba dos asientos adelante fue una pista de aterrizaje segura para el bichito.
Aunque sabía que no era así, cuando bajé del colectivo no podía evitar sentir cucarachitas caminándome por todo el cuerpo.


Saltando

Llegamos con mi hermana, luego de una amena tarde con amigos, a la Plaza del Correo de donde sale el 159.
La cola, que cuando llegamos no era muy larga, fue poblándose poco a poco, con el transcurso del tiempo.
Mientas conversaba con mi hermana sobre los acontecimientos del día, escuchamos que un chico que estaba con su novia detrás nuestro le decía “¡Mirá! ¡Mirá el árbol! ¡Uhhh!” Obviamente, no pudiendo resistirme a la curiosidad, también miré.
Aproximadamente a cinco metros de donde nos encontrábamos había un arbolito (muy parecido a esos árboles de cuentos de terror, todo torcido y con sus ramitas peladas) en cuya base había un hueco de donde salían ratitas.
En un primer momento solo eran dos que salían, despacio, como inspeccionando la zona, pero en pocos minutos eran alrededor de cinco ratitas saltando de acá para allá.
“¡Mirá parecen conejos cómo saltan!” Dijo la chica de la pareja que estaba atrás nuestro, y como nosotras estábamos mirando también el comentario se hizo extensivo.
“Es verdad, cómo saltan… hasta son simpáticas”, dijimos con mi hermana.
Lo interesante era que cada vez se alejaban más del arbolito, acercándose a los tachos de basura, a los puestos de panchos y galletitas (sí, un asco… pero bueno).
Cuando tomamos el colectivo (que se hizo esperar bastante, aunque con las ratitas estábamos todos muy entretenidos) pudimos ver cómo bajaban la parecita que separaba la tierra de donde habíamos hecho la fila del colectivo y pasearse tranquilas en busca de comida.


Verde

Había pasado una tarde digna de recordar, pero como todo lo bueno (o casi todo) tiene su final, tenía que volver a mi hogar, por lo que fui a la Plaza del Correo a tomarme el 159 semirápido.
Como era costumbre iba a viajar parada así que busqué un sitio donde pudiera agarrarme de los pasamanos de los asientos (ya que al otro, el del techo, no llego y no por ser muy petisa, ¡ojo! Sino porque los que construyen los colectivos tienen la idea falaz de que los argentinos miden todos del metro sesenta para arriba y no es así, ¿no?...)
Bueno ya ubicada y con el colectivo en marcha comenzó mi regreso.
Cuando estaba en la mitad del viaje veo algo moviéndose en mi brazo (por suerte yo tenía una campera, es decir, el brazo cubierto). Era un bichito verde, de forma romboidal que se movía, por suerte para mí, despacio. Inmediatamente apreté los labios (por lo comentado anteriormente) y miré a mi alrededor, nadie me miraba.
Entonces, rápidamente, con ayuda de mis dedos índice y pulgar expulsé al insecto de mi brazo.
Lo vi caer en la espalada de un chico que estaba detrás de mí… “¿Le digo o no?” Pensé, pero en eso veo que el bicho desciende por su espalda y pasa a su maletín (no voy a detallar el recorrido…) En ese momento el chico se sentó, pero el bicho verde seguía ahí, se había pasado a su pierna, y creo que ahí sintió el cosquilleo porque sin pausa le dio un manotazo que lo tiró al piso.
Calculo que alguien lo habrá pisado… y bueno… la vida del insecto es triste, no hay más vuelta que darle…

domingo, 25 de marzo de 2007

Expreso Quilmes S.A.


Eran alrededor de las diez de la noche, y después de indagar en mi guía, decidí tomarme el colectivo 98 para volver a Quilmes desde el porteño barrio de Congreso. (Un dato para nada menor, es que en esa época -1999- sólo sabía volver en tren, es decir, era mi primera experiencia colectivera).
En Av. Belgrano y Sarandí había una parada y ahí estuve hasta que el colectivo apareció. Pagué $1,25 y miré hacia el fondo por si había algún asiento libre, y tuve suerte pues conseguí uno al lado de la ventanilla.
Hasta cruzar el Puente Pueyrredón el trayecto se iba desarrollando acorde a lo indicado en mi guía.
Pero de repente el colectivo tomó una ruta que no era la que yo esperaba (obviamente la única persona que se turbó por el supuesto cambio de recorrido fui yo…)
Al cabo de casi una hora estábamos llegando a la Estación de Berazategui (recuerden que yo pensaba bajarme en Quilmes, y para aquellos que no tienen mucha noción de la geografía bonaerense, Berazategui está justo después de Quilmes y antes de La Plata). Todavía no puedo entender que operación “lógica” me llevó a pensar que, en algún momento, el colectivo iba a regresar al centro de Quilmes…
Lo correcto habría sido bajarme ahí y enmendar mi error que, en ese entonces, sólo era el de haberme pasado una estación, nada grave… pero ¿quién me aseguraba que el colectivo no iba a volver? Estaba tan convencida que, en ese instante, habría podido discutir el recorrido del colectivo como si yo misma lo hubiera trazado.
Obviamente el colectivo nunca dobló, y a los 30 minutos habíamos llegado a la Terminal del 98 en la desolada localidad de Villa España, partido de Berazategui.
Todos habían bajado excepto el colectivero y yo… “¿No vuelve a Quilmes?” “No, es la Terminal, no salen más colectivos.” Y se bajó también.
¿Qué iba a hacer a las once y media de la noche en un lugar por completo desconocido para mí? Primero, calmarme. Imposible. Entonces, cambiar el primer paso. Primero, buscar un teléfono público (recuerden que en el ’99 no abundaba la telefonía celular como ahora).
“- Hola, má… estoy en Villa España… parece que me confundí de colectivo…
- ¿Qué? ¿Otra vez? Bueno, buscá una remisería y venite… ¿pero cuál te tomaste?
- El 98…
- ¿Pero qué número?”
Pequeño detalle: el 98 tiene distintos ramales, dos de ellos me habrían dejado en el centro de Quilmes; y los otros tres no… (adivinen cuál fue mi respuesta y qué me dijo mi mamá).
Segundo paso: buscar una remisería. Empecé a caminar y me topé con las vías del tren ¿cruzar o no cruzar? Era el dilema.
Miré al sur: no venía ningún tren. Miré al norte: no venía ningún tren. Miré al este: no venía nadie. Miré al oeste: no venía nadie, pero se apreciaban luces y casas, y, quien dice, vida. Entonces, crucé.
Caminé dos cuadras hasta llegar a una remisería. “20 minutos de demora” “¿Y otra remisería por acá?” “Enfrente de la Catedral” “¿Y la Catedral?”
El pobre señor me explicó pero ya había decidido esperar ahí, además se había formado un lindo grupo de gente (faltaban las guitarras y las empanadas y eso parecía una peña).
Los 20 minutos se hicieron 30, y cuando ya estaba pensando en volver a llamar a mi casa para que supieran que aún estaba viva, apareció un auto.
Cuando llegué a mi casa nadie estaba preocupado, todo lo contrario, porque no era la primera vez y sabían que no sería la última.



(Fotomontaje: Marina García
http//:www.fotolog.com/salkix)

domingo, 18 de marzo de 2007

Vía Circuito

Justo ese día nos habían pasado una de las clases dos horas más tarde, por lo tanto habíamos tenido esas hermosas horas muertas tan famosas en todas las facultades de La Plata.
Así que, después de una clase sobre la estética adorneana, nos encaminamos hacia la estación de trenes. La cuestión era que a las 18:30 hs. estábamos esperando el tren que iba a llevarnos a nuestro hogar dulce hogar. Pero… “¡Accidente en Quilmes, los trenes no salen!” “¡¿Qué?! ¿Y ahora?”
Teníamos dos opciones: o esperábamos hasta que los trenes comenzaran a funcionar (que podía ser en dos horas o nunca) o nos tomábamos el último tren “Vía circuito Bosques – Varela – Temperley”. Las dos opciones implicaban pros y contras…
Decisión: “Tomémonos el vía circuito, nos bajamos en Bosques y de ahí un bondi a Quilmes”, me dijo mi compañera de viaje… “Bueno, pero… ¿Vos sabés qué colectivo nos deja?” “Sí, si no preguntamos”.
Entonces nos subimos al tren (cuya fragancia distintiva era una penetrante mezcla de pis y panchos) y comenzó nuestro viaje.
El paisaje que se veía por las ventanillas no era muy alentador, imagínense: Las vías estaban bordeadas por árboles, por lo tanto, verde por acá, verde por allá, y, por qué no, alguna que otra rama entrando por las ventanas y las puertas (siempre abiertas… en realidad, inexistentes).
Después de 20 minutos llegamos a Bosques… “¿Y el colectivo?” Obviamente no teníamos ni la menor idea de dónde paraba o si existía en realidad ese colectivo, por lo tanto, decidimos preguntar.
“Y, mirá tenés uno en la ruta (como a 10 cuadras en la mismísima nada) o tenés uno acá a 3 cuadras para allá.” (Señaló hacia un lugar que no sé dónde quedaba, suerte que mi compañera estaba prestando atención, porque yo todavía estaba pensando ¿Dónde está la ruta?)
Caminamos las tres cuadritas de tierra y llegamos a la parada. Esperamos unos cuantos minutos y nos subimos al 300 (línea MOQSA o, el nunca y bien ponderado “blanquito” que anda por el sur del conurbano bonaerense).
Aproximadamente en una hora y media pasamos por la estación de Quilmes y pudimos comprobar que los trenes ya pasaban, es decir, los despojos del accidente se habían levantado antes de lo que nosotras esperábamos, es decir, mucha odisea sin sentido… en fin… El gran comentario fue “Bueno, por lo menos vamos a tener algo para contar…”
Un consuelo que sería real.
(Foto: Estación de Quilmes.
Marina García)

miércoles, 14 de marzo de 2007

Buscando la UNLP

Corría el año 1997, más precisamente el mes de diciembre, alguien tenía que ir a averiguar cuándo comenzaban las inscripciones en la Universidad Nacional de La Plata y, claro, todas tenían algo más interesante que hacer y por eso me ofrecí.
Tan complicado no podía ser, teniendo en cuenta que de chica había ido a La Plata miles de veces con mi familia a visitar el museo y el zoológico, además yo no me iba a dejar intimidar por unas cuantas diagonales.
Tomé la precaución (aunque ustedes tengan dudas de ello) de mirar más de 200 veces el mapa de la ciudad (muy prolijo, por cierto, se ve que había gente que sabía lo que hacía), hice unas cuantas averiguaciones, es decir, le pregunté a mi papá que, aunque no explica mal, yo nunca le entiendo. Con algunas instrucciones aprendidas de memoria me tomé el tren “La Plata vía Quilmes parando en todas”.
52 minutos de viaje y llegué, por fin, ahora sí iba a poner a prueba mi fabuloso sentido de la orientación: la estación queda en la calle 1, yo tenía que llegar a la 4 que empalma con la diagonal 80, que me conduce a la 48 y de ahí hasta “48 entre 6 y 7, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP.” ¡A caminar!
Encontrar la 4 no fue difícil: 1, cruzar. 2, cruzar. 3, cruzar. Calle 4, ahora la diagonal… pero… ¿dónde?
Después de pasar dos veces por el mismo edificio de azulejos verdes (por ende, después de descubrir que estaba caminado en círculos) decidí preguntar por la diagonal a un señor con cara de pocos amigos. Muy descortésmente me contestó (señalando hacia la esquina) “Ahí, nena, ahí está la diagonal 80”. Dos veces había pasado por ese lugar, en fin…
Me encaminé hacia la esquina, tomé notas mentales de algunos puntos estratégicos (como una terrible iglesia, muy pero muy visible…), y caminé por la 48 hasta la 6. Descubrí la facultad (“¡Muy linda, se parece al normal!” mi colegio secundario). Hice mis averiguaciones y me fui, no sin antes contar las cuadras, distinguir negocios, semáforos y demás cosas útiles.
En el tren tuve oportunidad de escribir mis notas mentales: 3 puntitas y 2 cuadras, dobla mi cuerpo a la derecha y cruzo, 2 cuadras y 1 a la izquierda. Cuadra de la esquina Banco Provincia.
Revisando una agenda vieja encontré esas notas, y en la misma hoja una nota que decía “¡Llegué bien!”…
Solo yo puedo entender lo emocionante que es que mis guías me sirvan.

martes, 13 de marzo de 2007

Intro

Este blog estará enteramente dedicado al relato de mis experiencias en viajes urbanos. Muchos pensarán, después de leer alguna o algunas (o la gran mayoría de ellas) "Esta mina es una boluda, ¿por qué no se compra una guía?", y estarán en todo su derecho, más después de saber que tengo una guía que es casi mi biblia, de la que casi no me separo y que, sin embargo, me he perdido más de una vez gracias a ella (pueden pensar en malas lecturas o en interpretaciones erróneas... yo diría... las maravillas de la hermenéutica).
La cuestión es simple: tengo una brújula interna cuyos puntos cardinales distan mucho de los reales, es decir, mi Norte no es el Norte real, por lo tanto, mi orientación es un poco confusa o, mejor dicho, nula.
Toda mi vida he tenido problemas en relación al transporte urbano y a mi orientación en las ciudades.
Cuando era chica no podía viajar más de 30 cuadras sin descomponerme, hecho que a mi mamá le generaba una verdadera angustia cuando veía que, a las 15 cuadras de habernos tomado el colectivo, yo empezaba a ponerme pálida y a tener visibles signos de mareo, sabía que teníamos que bajarnos o la catástrofe sería inminente. A mi hermana, en esa época, le daba rabia únicamente y era muy entendible.
Con los años eso fue pasando, en primer lugar gracias a una pastillita milagrosa sin la que no podía ir a ninguna excursión escolar; y, en segundo lugar, a que una crece y las distancias se acortan y la necesidad de viajar hace que los pequeños problemas desaparezcan si o si.
Superado ese ínfimo problemita apareció otro: mi brújula particular. Tengo una amiga que, después de 14 años de conocernos, sabe que la única manera que podamos encontrarnos es si me dice "nos encontramos frente a tal supermercado o a tal iglesia o a tal plaza", porque tuvo que soportar más de una vez mi pregunta "¿y esa calle cuál es?" "La de la iglesia"... "Ahhhh".
Lo único bueno es que lo tengo tan asumido que tomo la precausión de salir con tiempo para perderme y llegar a horario a todos los lugares.
La amistad, el amor, el estudio y el trabajo me han llevado a transitar por la ciudad y a vivir situaciones que para una persona con la brújula bien orientada rayan el ridículo, pero para mí son casi cotidianas.