domingo, 29 de julio de 2007

Te escucho (el regreso...)


Siempre era la misma historia cuando salía de dar mis clases en la escuelita que quedaba en el Palacio Barolo: había que llamar a todos los ascensores y esperar al que llegara primero para salir corriendo, abrir la puerta y entrar… así de difícil era tomarse el ascensor al mediodía en uno de los edificios más lindos de la ciudad.
Así que luego de esperar unos cuantos minutos y de verlo subir y bajar vacío, paró y entré.
Apreté el botón que indicaba “planta baja” pero, como era costumbre, en lugar de bajar subió hasta el piso 14 (es decir, me llevó al último piso del edificio), hecho que, como comprenderán, no me sorprendió porque se había convertido en un ritual habitual para mí.
La cuestión fue que mientras yo subía, innecesariamente, un hombre esperaba muy impaciente en el décimo piso. Pero había que cumplir con lo que estaba en la rutina, así que llegué al 14, saludé a los fantasmas (porque dicen que hay fantasmas en ese edificio y, una vez escuché que si uno tiene la sensación de estar cerca de algún espíritu debe presentarse o por lo menos saludar… creer o reventar… lo dejo a sus criterios) y bajé.
En el piso 10 el ascensor se detuvo y subió el señor que se caracterizaba por tener muy mala cara, por lo que solo atiné a esbozar una leve sonrisa… y…
“¡Vengo de la ART y quieren que vuelva a trabajar!¡Una biga se me cayó… no sé que es lo que no entienden… una biga así de gruesa en la rodilla!” (claro, yo lo miraba con cara de signo de interrogación, pero creo que él pensó que yo entendía lo que me estaba diciendo, en fin…) “Fractura de ligamentos cruzados y de meniscos, una operación de la san puta me tuve que aguantar” “Sí… dicen que es muy dolorosa” (agregué, como para decir algo) “¡Sí! Además, estuve en rehabilitación, y en verano… que es horrible… pero claro, a ellos no les conviene seguir pagándome, porque la rehabilitación sale cara y les conviene más que yo esté laburando que curándome… Pero les dije… ¡yo laburé con los del sindicato, así que si me jodés con esto te mando a los muchachos y te hago un quilombo de aquellos… ¿me entendés?...” “Claro…” (¿Y qué le iba a decir? A ver si me mandaba a los muchachos del sindicato a mí…)
Por suerte el ascensor tocó la ansiada planta baja. Salí casi corriendo, pero antes le desee suerte… no sé si me escuchó. Si escuché que se despidió de mí, porque su “chau” fue bastante enérgico, como si yo perteneciera a la gente de la ART… y bueno…
Mientras iba caminando para tomarme el colectivo que me llevaría a mi otro trabajo, no pude evitar pensar que tal vez necesitaba descargar su ira, su impotencia, lo que sea; ahora, la pregunta era… ¿Por qué todos los locos quieren contarme sus problemas? ¿Me confundí de carrera? ¿Tendría que haber estudiado psicología y pasar mis días en el Borda o en el Moyano?... Muchas, muchas preguntas que no van a tener respuesta nunca…

domingo, 15 de julio de 2007

Un paseo por el barrio


Aclaración: Esta breve historia fue, originalmente, un mail que le mandé a un gran amigo y que él publicó en su blog. Puedo decir que eso fue el germen de lo que hoy es este lugar.
Así que gracias por haber sido, sin lugar a dudas, el primer gran lector de mis crónicas.
http://www.lucasbcn.blogspot.com



Ayer tuve un episodio de desorientación en mi propio barrio, ¿lo podés creer? Si, yo creo que lo podés creer tranquilamente, es que no existe una guía T de mi barrio (esto de vivir en el conurbano me mata). La cuestión fue que fui a darme la vacuna contra la rubéola (gracias a lo cual por tres meses no puedo quedar embarazada...Y yo que quería poblar la Patagonia... y bué, será en otra década) y me encaminé hacia el dispensario, sala de primeros auxilios o como gustes llamarle que queda, aproximadamente, a 7 cuadras de mi casa, al lado de una iglesia a la que iba mucho de pequeñita (no se si te acordás que te conté que a los 5 años me sabía la misa de memoria), pero a la que no iba desde los 10 años (sacando cuentas... hace... 16 años que no iba por ahí).
Bueno, caminé, caminé... siempre mirando hacia la izquierda, dirección en la que creía que estaba el lugar y nada. Cuando llegué a una esquina que ya me parecía de otro barrio, llamé a mi mamá para preguntarle y me dijo "¿Cómo que te perdiste? Pero si está al lado de la iglesia" Y la iglesia dónde está, fue mi pregunta, a lo que mi madre, cariñosa como ella sola, respondió "pero Valeria, que boluda que sos, te perdés en tu propio barrio"…
En fin, luego de justificarme diciendo que me habían movido las casas de lugar, mi madre me dijo la calle y llegué. Me aplicaron una vacuna que me hizo inmune a la rubéola y volví a mi casa...Si, lo reconozco, soy un desastre, pero ya lo tengo asumido.

lunes, 2 de julio de 2007

El asadito


Era uno de esos sábados de verano donde el sol está a la temperatura justa y el vientito ayuda para que el calor no sofoque, es decir, un lindo día de verano en Buenos Aires.
Habíamos arreglado ir todos los chicos del grupo de italiano a la casa de Hernán a comer uno de sus memorables asados por el barrio de Saavedra, pero claro yo había quedado en pasar antes por la casa de Laura para charlar un poco con ella y con Ana, su amiga.
Entonces, alrededor de las cinco de la tarde nos encontrábamos las tres damas conversando de, entre otras cosas, muchachos (bien y mal, claro… es casi inevitable que cuando las mujeres hablan de hombres las conversaciones caigan en el maniqueísmo), de rituales budistas, de cultos a demonios que habitan en las minas de Bolivia, y de otras cosas que la memoria no me permite recordar. En plena cháchara nos dimos cuenta que nos teníamos que ir. Hernán nos había citado a las siete para empezar a hacer el asado, las ensaladas, poner la mesa y, además, lo más importante, hacer la picadita previa.
Consultamos nuestras Guías T y salimos, convencidas de que el 71 paraba en la calle Patricias Argentinas.
Cuando llegamos a la parada vimos que un colectivo estaba a punto de irse. Corrimos, nos subimos y nos dispusimos a disfrutar del viaje, sin tener en cuenta un detalle casi superfluo: el 71 no para en Patricias Argentinas…
Con Laura nos sentamos en un par de asientos dobles y Ana lo hizo en uno individual, pero a los cinco minutos de viaje pudo sentarse delante nuestro y, así, proseguir con nuestras charlas… Estábamos tan seguras de ir por el camino correcto…
Cuando promediaban diez minutos de viaje decidimos (aunque estábamos convencidas de habernos tomado el colectivo correcto, éramos consientes de mi poca capacidad de orientación y del despiste natural de Laura) que era conveniente chequear que el recorrido del colectivo se ajustara a las calles de nuestras Guías T…
Y no había caso, intentábamos buscar las coincidencias pero era imposible. El recorrido del 71 no se ajustaba con nuestro colectivo… “Seguro que cambiaron el recorrido y esta guía es vieja” dije mirando mi guía del 2004.
“Pero la mía dice lo mismo y es de este año” dijo Laura mostrándonos la tapa de su Guía T donde sobresalía un enorme 2006 en naranja.
“A ver chicas, denme una de las guías…” dijo Ana un poco cansada de vernos intentar hacer que un círculo encaje en un rectángulo…
Miró la guía con gran solemnidad, buscó el mapita, preguntó “¿Cuál es la calle?” “Manuela Pedraza” dijimos casi a dúo… Volvió a mirar el mapita, miró el boleto del colectivo, después por la ventanilla y dijo, casi como una revelación: “Bueno, nos tomamos otro colectivo, por eso no encuentran las calles… bajémonos acá que por acá todavía pasa el 71”.
Y nos bajamos en Chacarita. El 65 se fue y nosotras nos tomamos el colectivo correcto admiradas de la capacidad de razonamiento y ubicación que tuvo Ana, porque… si las calles por las que transitaba el colectivo no eran las mismas que indicaba la guía ¿por qué empecinarse en hacerlas encajar? Buena pregunta, claro que no tiene una respuesta lógica, o por lo menos la única que pudimos encontrar fue… “Y bueno, somos un poquito despistadas…” para nada convincente.
Casi a las ocho y media llegamos a la casa de Hernán, luego de verlo colocar estratégicamente en forma piramidal los carboncitos para el asado, terminamos cenando a la una de la madrugada ¿cómo? Vaya uno a saber, fue el asado más lento del mundo…
Algo que queda reflejado en esta experiencia es que sí o sí los amigos tienen cosas en común y que el dicho “Dios los cría y el viento los amontona”, a nosotros, nos viene como anillo al dedo.