viernes, 29 de agosto de 2008

El tren...


Era una de esas mañanas de fin del invierno, cuando el solcito empieza a calentar ya desde tempranito pero sin exagerar.
Me había tomado el colectivo con la certeza de que iba a llegar a horario, justo para disfrutar de unos buenos mates y de las conversaciones femeninas que se daban en la cocina minutos de empezar las clases.
Iba agarrada de dónde podía, como siempre, pero muy tranquila escuchando la radio. El tránsito, como siempre, caótico... en fin... todo normal hasta que llegamos al puente que baja de la autopista en la Av. Huergo y el colectivo se detuvo de repente...
Pasaron unos minutos, demasiados para ser un simple embotellamiento, y la gente empezó a ponerse nerviosa, como siempre. La cuestión era que no sólo el colectivo en donde yo estaba, sino que todos los habitantes de los otros vehículos estaban nerviosos, tanto que comenzaron a bajarse de los autos, hablar entre ellos, todos muy alterados.
Pasaron unos minutos más, para ser exacta como 20 minutos y el chofer del colectivo fue increpado por algunos de los pasajeros que le pedían que abra las puertas porque llegaban tarde y se querían bajar para ir caminando.
Después de una breve discusión y de ver que otras personas de otros colectivos estaban caminando por la autopista, el colectivero abrió las puertas y bajamos...
Empecé a caminar por la autopista siguiendo a la gente y cuando llegamos a la Avenida pude ver que la razón por la que el tránsito no se movía era que había un tren carguero pasando por la vía que corta la avenida.
¿Qué podía hacer? Llamé y avisé que llegaba tarde... pero... ¿esperaba que terminara de pasar el tren o hacía como el resto de las personas cruzaba por arriba de él? Terminé siguiendo al resto, pero antes de pasarlo por arriba, hice un acto comunitario...
Resulta que había una chica morrudita que no podía subir la escalerita, unos minutos había subido un muchacho con un timbal al que le pidió ayuda, pero él desde arriba no podía solo, entonces yo, como soy un pan de Dios, la empujé desde abajo y subió la gorda. Claro que cuando estiré la mano para que me ayudaran a mí, no había nadie, por suerte aún tengo la habilidad de la gente que ha trepado muchos árboles en la niñez, por lo que no tuve mayores problemas para subir y bajar del tren.
Luego de esa hazaña, caminé por una Av. Huergo vacía hacia Brasil y, sin darme cuenta, me puse a la par del muchacho del timbal, que me contó que gracias al "puto tren perdí el micro a Rosario" donde iba a laburar haciendo su música.
Nos separamos en la parada del 152, colectivo que tomé y del que me bajé después de unos 20 minutos de viaje.
Llegué una horita tarde al laburo, pero no importaba, lo único importante era acomodar los acontecimientos para poder contarle a mis compañeros de trabajo mi nueva anécdota.

sábado, 23 de agosto de 2008

Colectiveros

Durante el tiempo que llevo viajando en el 159 he podido observar que cada colectivero tiene algo que lo hace especial, algo que hace que uno diga "Uh... me tocó este que..." completando con la característica que lo distinga como único e irrepetible.
A continuación detallaré algunos porque, como dicen... para muestra sobra un botón:
Colectivero frenador
Éste es un hombre de mediana edad cuya principal característica es la de frenar de golpe, no importa dónde esté, él frena. Por ejemplo, vamos por la autopista y a 20 metros tiene un auto que va disminuyendo la velocidad, el tipo frena de golpe y arranca de golpe, produciendo un lindo vaivén entre los pasajeros.
Colectivero conversador
Este señor es uno de los colectiveros con los que da placer viajar, porque además de ser un buen conductor, es muy bueno conversando. Saca temas que, si bien no son interesantes, son llevados adelante con una maestría digna de un retórico. Ustedes saben de quién estoy hablando, si ven alguna de las viejas historias lo van a reconocer en el chofer que me aleccionó sobre las tarjetitas del peaje.
Colectivero dancer
No sólo él si no también el colectivo tienen una onda digna de discoteca: luces violetas, vidrios un poco oscuritos, las cortinitas siempre cerradas... él: anteojos oscuros y un corte y tintura en su cabello que son la envidia de mucha señora mal teñida. Música: electrónica, por supuesto... un poco estresante para mí, pero bue...
Colectivero...
En realidad no sé qué nombre darle, es un señor un poco ambiguo, es decir, el colectivo está decorado como si fuera un bulo, pero bien berreta. El asiento con una especie de piel roja, una bolita de espejo colgando del techo, flecho de los espejos por los que suelen mirar para el fondo... y él, bueno, es un señor mayor, unos 60 añitos le daría yo, pelo atado en un colita, canoso, uñas largas (de verdad bastante largas), muy flaco.
Un día con una amiga recuerdo que debatimos si el señor era colectivero de día/travesti de noche (lo que explicaba las uñitas) o simplemente un descuidado que no se cortaba las uñas... Nunca lo sabremos