martes, 25 de diciembre de 2007

El tema del día


Ocho menos cuarto de la mañana, casi menos diez. Uno colectivero por demás apurado. La barrera del peaje de Quilmes que no se levantaba y… pum! Casi una frenada que no fue frenada del todo… es decir, el colectivero del 159 venia como loco, la barrera no se levantó y él decidió atravesarla o, en buen criollo, llevársela puesta, sin más ni más.
¿Los pasajeros? Nosotros estábamos bien, gracias, solo se escuchaba “¿te pisé?” “no, no” “Perdoná ¿estás bien?” “si, no te hagas problema”. Respeto ante todo.
Esto pasó a la mañana cuando iba al trabajo, pero como casi todo tiene que ver con todo, la barrera del peaje se convirtió, en el viaje de vuelta, en “el tema del día”.
Había salido de la segunda escuelita en donde doy clases, y llevaba conmigo una de esas hermosas y nunca cómodas de transportar, cajas navideñas y sabía que el viaje, gracias a ella, iba a ser más incómodo que de costumbre.
Lo bueno, ese día, fue que pude parar el colectivo donde no era parada y el chofer me paró y pude subir. Me paré a su lado para poder poner la caja donde no la golpearan otros pasajeros (a ver si me rompían la botella de vino…), y me agarré fuerte de uno de los caños ubicados en forma vertical (ya que de los otros se me complica por razones de altura…)
Mi diálogo con el señor colectivero comenzó cuando un auto que estaba un poco mal ubicado en la rotonda de la Rábida no dejaba al colectivo avanzar, y el chofer junto a otro pasajero ubicado detrás de mí comentaron: “¡Y qué querés, es mujer!” Y me miraron como diciendo “a ver cómo se defienden…”
La chica del auto hacía gesto como para que el colectivo la pase, pero el chofer, para molestar le tocaba bocina, entonces… abrí la boca y dije “Este es el momento en el que empieza a habla sola diciendo ¿por qué no me pasa?” “Si, es verdad” me contestó el colectivero mientras veía que la chica movía la boca y las manos visiblemente molesta porque el colectivo no la pasaba.
El viaje se desarrolló con calma hasta que llegamos al peaje de Quilmes, donde el colectivo se detuvo.
“A ver si la barrera se levanta ahora…” Dijo el chofer. “¿hay algún mecanismo para que se levante sola?” pregunté, inocentemente. “Si, ahora te muestro.”
La barrera no se levantaba, por lo que estuvimos, aproximadamente, cinco minutos parados en el peaje (cinco minutos no parece tanto, pero en un peaje es el tiempo justo para que las personas se pongan nerviosas).
Transcurrido ese tiempo, la barrera se levantó y pasamos.
“Ves esa calcomanía, bueno, es con lo que cruzamos el peaje. Antes teníamos un aparatito con pilas… que era un quilombo…” “¿Esa de ahí? ¿Y que esté medio despegada es lo que hace que tarde en levantar la barrera?” pregunté.
“No, lo que pasa es que cambiaron la antena, qué se yo… Antes con el otro era peor…” “¿Por la pila, no?” “Si, tenía unas pilas que ni siquiera se conseguían, era un quilombo, además no te dabas cuenta cuándo se acababan… Y éste está despegado porque me rompieron el parabrisa y lo tuvimos que cambiar…” “¿Y se despega fácil?” “No, tuvimos que sacarlo con calor y pegarlo otra vez… ¿ves que tiene una cinta negra? Bueno, ahí se pegó, pero de ese lado no… y con esto que cambiaron de antena… El otro día vi unos tipos que serían ingenieros… ayer. Hasta ayer no había problemas pero desde que pusieron la antena nueva, no se puede pasar bien…”
“Y debe ser de los dos lados porque hay un compañero tuyo se llevó puesta la barrera del otro lado”
“Si, al final, éstos quieren arreglar las cosas y se mandan una atrás de la otra”.
Tanto diálogo hizo que el tiempo pasara y la parada en la que me suelo bajar llegara, así que me despedí deseándole feliz navidad y un “hasta luego”, porque seguro que lo iba a volver a ver.
Ese día aprendí, entonces, que el peaje se puede cruzar gracias a una calcomanía que aunque esté despegada sirve y que los de la autopista, a veces, queriendo mejorar se mandan una atrás de la otra… Información muy útil, ¿no?

jueves, 6 de diciembre de 2007

El acosador del 159...

Me tomé el colectivo a eso de las siete y monedas de la tarde y, como ya estaba bastante lleno, me acerqué a un sitio propicio donde pudiera apoyar mi espalda en el costado de uno de los asientos (que es la manera más común que tenemos los viajeros del 159 para sostenernos cuando los asientos no tienen barrita dónde agarrarse).
Bastante cómoda y momentos antes que el colectivo se pusiera en movimiento, saqué mis anteojos, un libro y me dispuse a hacer el equilibrio correcto para leer y no caerme al tener que dar vuelta la página.
El viaje se desarrollaba con tranquilidad, pero había algo que me inquietaba y no sabía qué era… Tenía la sensación de que alguien me observaba.
En uno de esos sacudones que suele tener el colectivo cuando sube a la autopista levanté la vista del libro y pude comprobar mis sospechas.
Casi en una diagonal exacta estaba sentado un chico que me estaba mirando y en el momento en el que lo miré (únicamente porque algo me llevó a mirar hacia ahí) veo que el muchacho guiña un ojo o (me) guiña un ojo.
“Bueno, pensé, tal vez tiene algo en el ojo, que lo guiñe no quiere decir que me lo está guiñando a mí…”
El viaje continuó sin mayores sobresaltos. Cuando el colectivo bajó de la Autopista cerré el libro, lo guardé como también guardé los anteojos. La sensación de estar siendo mirada por el muchacho del jopo (porque tenía un lindo jopito) seguía...
En un momento, cuando ya estábamos yendo por la calle Brandsen (que es la calle donde comienza a bajarse la mayor parte de la gente) el colectivo se para, sorpresivamente, al igual que el chofer.
“¡Uh!” se escuchó… “¡Cagamos! ¿y ahora?” decía otro. “Bueno, pensé, tal vez no es nada” siempre tan optimista hasta que subió el chofer y dijo:
“Bueno, bajen porque se rompió… no sé, esperen al otro que viene en 15 minutos”
Yo estaba a dos cuadras de la parada de un colectivo que me deja a una cuadra de mi casa, y no tenía mucho qué pensar, ya que las opciones eran: o esperaba al otro colectivo y viajaba peor de lo que había viajado ya pero no pagaba el pasaje (única ventaja); o me tomaba el otro colectivo, viajaba sentada y caminaba menos por sólo $1… y comencé a caminar a la otra parada, muy tranquila, como casi siempre.
En eso veo que el muchacho del jopo venía caminando muy cerca y que me estaba mirando y que se estaba acercando y… “Disculpame ¿Sabés dónde para otro colectivo que vaya a Berazategui?” me dijo.
“Sí, tenés que seguir tres cuadras más y creo que ahí paran todos”
“¿Vos vas para allá?”
“No, yo me tomo otro que me deja más cerca de mi casa”
“¿Por dónde es?”
“A 30 cuadras de acá”… No le iba a dar más información que esa, claro.
Llegué a mi parada y le dije que me quedaba ahí, que tuviera suerte y chau, pero… el tipo no se fue, me dijo que se quedaba que tal vez le convenía ese colectivo y bla bla bla…
“Mirá que éste termina en el Cementerio” le dije (Casualmente yo vivo a la vuelta del Cementerio, pero ese dato no tenía por qué saberlo)
“Ah, entonces no me deja… pero… te estaba mirando en el colectivo y me parecés muy linda… ¿Tenés novio?”
“No, acabo de terminar una relación muy larga y que terminó un poco extraña, así que imaginate que tampoco tengo muchas ganas de tener uno” (Siempre con esa simpatía tan característica en mi)
“¿hace mucho que terminaste?”
“Dos días, pero no quiero hablar de eso”
“Ah, me imagino… yo hace unos meses que terminé una relación de seis años y te entiendo… pero bueno, no sé, si querés pasame tu teléfono y te invito al cine… ¿Viste el Código Da Vinci?...”
“No, no la vi…”
“Bueno… ¿me das tu teléfono? ¿O querés que te de el mío y me llamás vos?”
Realmente no sé por qué este muchacho pensaba que yo tenía ganas de darle mi teléfono o de tener su teléfono, pero ante tanta insistencia le dije que me diera su teléfono y que yo después le daba el mío o le mandaba un mensajito para que le quedara guardado.
“Bueno, anotá… Gonzalo es mi nombre y el número 15…”
Claro que lo anoté con mucha paciencia, casi como si fuera la primera vez que tenía un teléfono en las manos y justo (miren lo que son las casualidades) cuando le iba a dar mi número vino mi colectivo, al que paré y al que me subí, después de saludarlo muy amablemente (es decir, casi con la mano).
La historia podría haber quedado ahí, como una inyección de autoestima, nada más, pero… una semana después…
Me subí al colectivo y, como siempre, me dirigí al fondo del vehículo. Me paré delante de un asiento y cuando miro al pasajero que estaba sentado, identifico a Gonzalo (o el muchacho del jopo) que me miraba con una sonrisa digna de publicidad de crema dental. Como soy muy educada me acerqué y lo saludé…
“¿te querés sentar?” me dijo… la oferta era tentadora, pero si le decía que sí después iba a tener que mantener una conversación y esas cosas… Así que le dije que no, que cómo se iba a parar, que no se molestara… Y veo que, en su insistencia hace un gesto que me desagradó a tal punto que se me notó en la cara:
Mientras me repetía la pregunta levantó un ceja, lo que le dio a su cara un expresión por demás libidinosa, levantó un poco la pierna e hizo que su mano rebotara en su rodilla repetidas veces como diciendo “Sentate acá, mami…”
Me puse seria casi inmediatamente, le dije que no, me di la vuelta y me acomodé del otro lado del pasillo. Unas horas después estaba borrando su teléfono y felicitándome por haber confiado en mi intuición y no haberle mandado nunca mi número.
Me lo crucé muchas veces más, tanto en el colectivo como en la parada y nunca más le hablé, ni lo saludé ni lo miré ni nada de nada… Calculo que habrá pensado que era una histérica, que es lo más fácil y no que él fue un poco desubicado… en fin, cada uno es libre de pensar lo que le convenga…