domingo, 9 de noviembre de 2008

Desenlace...

Y volví una noche a la remisería donde la recepcionista me había contado aquella historia de amor con el repartidor de pizzas. Y nos reconocimos con la clásica frase de: "Hola, ¿cómo estás? ¿nosotras hablamos una vez, no?" me dijo ella.
"Sí, me contaste de tu novio de 40", respondí yo...
"Ahhh... él fue el que te llevó ese día... hablaron..."
"¿era él? si, hablamos pero no me acuerdo de qué" respondí ante su carita de desilusión. "¿Y cómo están?"
"nos peleamos"
"ah, ¿hace mucho?"
"ayer..."
Pude ver que estaba triste, porque aunque la gente no llore o no tenga cara de tristeza esas cosas se sienten.
"¿estás bien?" le pregunté, y no para chusmear, si no para saber
"Sí, estoy bien... me emociona la tele, nada más..."
Y justo llegó un remise y me fui...

miércoles, 29 de octubre de 2008

Las cosas que se ven por Florida...

Salí del trabajo en una linda tarde de primavera, por lo que me dispuse a disfrutar de una caminata por la Av. de Mayo, donde ya se empezaba a sentir la primavera.
Mientras caminaba pude apreciar algunas de esas cosas que se ven todos los días y que ya son del paisaje urbano, es decir, esas cosas a las que no les damos bola porque siempre están ahí. Un ejemplo: Hay un señor que hace garrapiñadas que antes de comenzar a cocinar su golosina comienza a golpear la cacerola cual murga uruguya al grito de "¡Sale, sale!", todo con mucho ritmo.
Bien, la cuestión es que cuando voy llegando a la esquina de Av. de Mayo y Perú vi que había mucha gente parada en la esquina mirando para arriba. Obviamente, cuando llegué a la esquina miré y, realmente, lo que vi me sorprendió.
Paradito en la baranda de un balcón había un... ¡carancho! Sí, sí, como lo leyeron. "¡Eso es un halcón!" decía un muchacho, "¿cómo llego ahí?" preguntaba otra señora.
Mientras todos lo mirábamos extasiados, el carancho saltó al balconcito de al lado de donde estaba paradito, desapareció unos segundos y cuando volvió a aparecer tenía en su pico una paloma...
La señora que estaba al lado mío dije "¡Pobre paloma!" Y yo pensé... "y bue, el bicho tiene que comer"
En el momento en el que estábamos en plena deliberación, el bichito levantó vuelo, y pudimos ver cómo con una de sus patas tomaba su almuerzo y se iba por Florida dando un grito que nos dejo a todos mirando con la boca abierta...
En fin, por Florida uno puede encontrar, literalmente, cualquier cosa...

martes, 7 de octubre de 2008

Historias de amor

Hace unas semanas, luego de escuchar un relato de mi hermana sobre dos adolescentes con los que comparte el viaje cuando va a trabajar, y luego de concluir en que seguro que se gustaban pero como eran chiquitos no se animaban a decirse nada, recordé que una vez había sido testigo del comienzo de un romance en el colectivo...
Fue hace, aproximadamente, ocho años (¡cómo pasa el tiempo!), yo volvía de la facultad en el 159 L azul, ya que en ese entonces no viajaba en el semirápido. En Quilmes Oeste, creo que en Avenida 12 de octubre, siempre se subían unos chicos (dos chicos y una chica) de una escuela para sordomudos que quedaba cerca de ahí. Claro que, por esta curiosidad natural, yo miraba cómo se comunicaban entre ellos, lo rápido que movían las manos y esas cosas que mira una persona totalmente neófita en esos temas. Varias semanas los vi hacer lo mismo, hasta que un día, veo que uno de los chicos se sienta en un asiento solo y el otro chico y la chica se sientan juntos.
Conversaban como siempre, hasta que él le dice (o yo interpreto que le dice) que le gustaba y que le quería dar un beso (bueno, lo del beso no lo interpreté casi casi que se le tiró encima), pero ella le corrió la cara y le dio a entender (o fue lo que yo entendí) que no, porque eran amigos y esas cosas, aunque se notaba (o fue lo que me pareció) que a ella también le gustaba.
Por unas semanas no los volví a ver, hasta que una noche volvieron a subir al colectivo y, para mi sorpresa, el chico y la chica estaban de la mano, se sentaron juntos y sin pudor se besaron delante de su amigo.
Como quien dice, un final feliz...
La otra historia es un poco más reciente, pero no por ello deja de tener su mérito.
Fue una noche en la que había ido a ver tocar a un amigo y su grupo de percusión. Llegué a Quilmes como a las once y media de la noche, y por esta cuestión de ser una persona que da mucho miedo a los supuestos asaltantes y/o violadores, decidí tomarme un remise en el centro de Quilmes y llegar tranquila a mi casa.
La remisería, un lujo... los sillones desvencijados, las paredes descascaradas, la luz opaca... en fin, bien alegre.
La cuestión es que era 19 de septiembre y por lo que se comentaba la recepcionista estaba por cumplir años.
En eso todos se van y nos quedamos solas ella y yo, y claro, le pregunté "¿cuándo cumplís años?" "el 21 de septiembre" me contestó. "¡Qué lindo, el día de la primavera!" y no me pregunten cómo pero empezó a contarme que tenía un novio de 40 años (detalle: ella cumplía 19 añitos, nada más...) que el tipo era repartidor de pizza, trabajo que solo realizaba los fines de semana, ya que durante la semana se dedicaba a su pasión: era músico.
"Es músico... un bohemio y a mí me encanta que sea así... no sé, estoy enamorada. Pero, tiene 40 y vive con la madre y hace un año que salimos y no me dijo de irme con él."
"Bueno" le dije haciéndome la tía que había pasado por esas cosas, "vas a ver que cuando tengas 25 esas cosas no te van a importar, vas a buscar algo más estable y seguro... ahora te gusta porque a los 19 a todas nos gustan los bohemios... pero con el tiempo vas a ver que te va a empezar a gustar otro tipo de hombre. Disfrutalo hasta que te canses y listo..." Ya sé, ni yo me lo creí, pero imaginen ¿cómo le iba a decir que el gusto por lo músicos, bohemios, poetas, problemáticos, etc. sigue con una toda la vida, que no importa la edad, que es igual a los 19, 28, 30 y pico?
Por suerte llegó el remise y yo dejé de dar consejos inútiles.

domingo, 28 de septiembre de 2008

En el bar...

Esta vez las historias van a cambiar de decorado, ya que lo ocurrido, en dos oportunidades diferentes, amerita ser contado.
El primer relato se desarrolló un día en el que tenía que encontrarme con una compañera de estudios a preparar un texto que debíamos exponer ante otros compañeros de estudios. Había salido de trabajar a la una de la tarde y el encuentro era seis y media en Corrientes y Av. Alem (zona muy conocida para mí), por lo que tenía mucho tiempo para comer y releer el texto. Entonces, fui caminando desde el trabajo a la zona de encuentro,con mucha calma, pensando en sentarme en un bar y hacer mis cosas hasta que llegara mi compañera.
Aproximadamente a las tres de la tarde entré en el bar que está ubicado, justo, en Corrientes y Av. Alem, muy apropiado para mí. Me senté cerca de la ventana, saqué mis anteojos, mi libro, mis hojas y mis lapiceras y me dispuse a esperar la mozo. Cuando llegó pedí café con leche y medialunas y, mientras esperaba que me trajeran el alimento, le mandé un mensaje a mi amiga diciéndole dónde estaba y que la esperaba ahí.
Con el café con leche en la mesa, me dispuse a leer y esperar...
Todo transcurría normal hasta que, en un momento, veo que el mozo cruza una barra en la puerta trabándola e impidiendo que la gente entre. "Qué raro" pensé "¿cerrarán a las cinco y yo no me di cuenta?" En ese momento recordé haber visto ese bar abierto a las nueve de la noche, así que deseché esa posibilidad.
Pero, a los pocos minutos, veo que los mozos entran presurosos las macetas que estaban decorando la entrada del lugar y que le decían a las personas que querían entrar que el lugar estaba cerrado... pero yo estaba adentro... Entonces veo que un muchacho, que estaba sentado en una mesa detrás mío, se levanta y sale del lugar, en sus manos tenía un papel y una plasticola, y veo que pega el papel en la puerta... "Clausurado"
Llamé al mozo, pagué y me fui. Le avisé a mi amiga que nos encontrábamos afuera del bar y así lo hicimos.
Los días siguientes a eso, al pasar por la puerta del lugar, pude ver (calculo que serían los dueños del lugar) que habían pegado sobre el cartel de clausura uno que decía "Cerrado por reformas"... "¡Qué chantas! si está recontra clausurado!" pensaba yo.
Igual lo más interesante es que, hace dos días nos volvimos a encontrar con mis compañeros de estudios y por cosas de la vida terminamos en ese bar, que estaba nuevamente abierto. Al otro día pasé por la puerta y, asombrada, volví a ver el cartel de clausura. La ley del eterno retorno...
La otra historia, digna de ser compartida ocurrió, sorpresivamente, dos días después de la anterior... Había ido con dos amigas a ver al grupo de percusión de otro amigo y cuando salimos (muertas de hambre) decidimos acercarnos hasta Palermo e ir a comer algo por ahí, pues una de las chicas tenía una fiesta por esas zonas.
Caminamos un poco y una de mis amigas estaba con antojo de McDonald's (bueno, cada uno se antoja con lo que quiere...) entonces decidimos entrar a uno de estos antros de comida rica en grasas y en... grasas.
Comimos unas nutritivas hamburguesas, ellas se comieron un delicioso helado y yo, como estoy mayor y casi eran las doce de la noche, me tomé un rico café (espero se entienda el tono irónico).
Todo muy lindo, todo muy rico pero ya era hora de cerrar y uno de los muchachos que trabajaba en el lugar nos lo hizo saber: "Chicas en cinco minutos cerramos". Listo, dijimos, vamos al baño y nos vamos a otro lugar. Tomamos nuestras carteras, nuestros abrigos y subimos al baño... Cuando bajamos uno de los chicos que estaba terminando de limpiar nos mira y nos dice: "¿Y ustedes de dónde salieron?" "Del baño" contestamos.
Miramos para la puerta y descubrimos que la persiana estaba baja... "Ups!... ¿Nos abren o nos tiramos a dormir acá?"
Claro que nos abrieron y salimos venturosas de nuestro encierro en McDonald's...

viernes, 29 de agosto de 2008

El tren...


Era una de esas mañanas de fin del invierno, cuando el solcito empieza a calentar ya desde tempranito pero sin exagerar.
Me había tomado el colectivo con la certeza de que iba a llegar a horario, justo para disfrutar de unos buenos mates y de las conversaciones femeninas que se daban en la cocina minutos de empezar las clases.
Iba agarrada de dónde podía, como siempre, pero muy tranquila escuchando la radio. El tránsito, como siempre, caótico... en fin... todo normal hasta que llegamos al puente que baja de la autopista en la Av. Huergo y el colectivo se detuvo de repente...
Pasaron unos minutos, demasiados para ser un simple embotellamiento, y la gente empezó a ponerse nerviosa, como siempre. La cuestión era que no sólo el colectivo en donde yo estaba, sino que todos los habitantes de los otros vehículos estaban nerviosos, tanto que comenzaron a bajarse de los autos, hablar entre ellos, todos muy alterados.
Pasaron unos minutos más, para ser exacta como 20 minutos y el chofer del colectivo fue increpado por algunos de los pasajeros que le pedían que abra las puertas porque llegaban tarde y se querían bajar para ir caminando.
Después de una breve discusión y de ver que otras personas de otros colectivos estaban caminando por la autopista, el colectivero abrió las puertas y bajamos...
Empecé a caminar por la autopista siguiendo a la gente y cuando llegamos a la Avenida pude ver que la razón por la que el tránsito no se movía era que había un tren carguero pasando por la vía que corta la avenida.
¿Qué podía hacer? Llamé y avisé que llegaba tarde... pero... ¿esperaba que terminara de pasar el tren o hacía como el resto de las personas cruzaba por arriba de él? Terminé siguiendo al resto, pero antes de pasarlo por arriba, hice un acto comunitario...
Resulta que había una chica morrudita que no podía subir la escalerita, unos minutos había subido un muchacho con un timbal al que le pidió ayuda, pero él desde arriba no podía solo, entonces yo, como soy un pan de Dios, la empujé desde abajo y subió la gorda. Claro que cuando estiré la mano para que me ayudaran a mí, no había nadie, por suerte aún tengo la habilidad de la gente que ha trepado muchos árboles en la niñez, por lo que no tuve mayores problemas para subir y bajar del tren.
Luego de esa hazaña, caminé por una Av. Huergo vacía hacia Brasil y, sin darme cuenta, me puse a la par del muchacho del timbal, que me contó que gracias al "puto tren perdí el micro a Rosario" donde iba a laburar haciendo su música.
Nos separamos en la parada del 152, colectivo que tomé y del que me bajé después de unos 20 minutos de viaje.
Llegué una horita tarde al laburo, pero no importaba, lo único importante era acomodar los acontecimientos para poder contarle a mis compañeros de trabajo mi nueva anécdota.

sábado, 23 de agosto de 2008

Colectiveros

Durante el tiempo que llevo viajando en el 159 he podido observar que cada colectivero tiene algo que lo hace especial, algo que hace que uno diga "Uh... me tocó este que..." completando con la característica que lo distinga como único e irrepetible.
A continuación detallaré algunos porque, como dicen... para muestra sobra un botón:
Colectivero frenador
Éste es un hombre de mediana edad cuya principal característica es la de frenar de golpe, no importa dónde esté, él frena. Por ejemplo, vamos por la autopista y a 20 metros tiene un auto que va disminuyendo la velocidad, el tipo frena de golpe y arranca de golpe, produciendo un lindo vaivén entre los pasajeros.
Colectivero conversador
Este señor es uno de los colectiveros con los que da placer viajar, porque además de ser un buen conductor, es muy bueno conversando. Saca temas que, si bien no son interesantes, son llevados adelante con una maestría digna de un retórico. Ustedes saben de quién estoy hablando, si ven alguna de las viejas historias lo van a reconocer en el chofer que me aleccionó sobre las tarjetitas del peaje.
Colectivero dancer
No sólo él si no también el colectivo tienen una onda digna de discoteca: luces violetas, vidrios un poco oscuritos, las cortinitas siempre cerradas... él: anteojos oscuros y un corte y tintura en su cabello que son la envidia de mucha señora mal teñida. Música: electrónica, por supuesto... un poco estresante para mí, pero bue...
Colectivero...
En realidad no sé qué nombre darle, es un señor un poco ambiguo, es decir, el colectivo está decorado como si fuera un bulo, pero bien berreta. El asiento con una especie de piel roja, una bolita de espejo colgando del techo, flecho de los espejos por los que suelen mirar para el fondo... y él, bueno, es un señor mayor, unos 60 añitos le daría yo, pelo atado en un colita, canoso, uñas largas (de verdad bastante largas), muy flaco.
Un día con una amiga recuerdo que debatimos si el señor era colectivero de día/travesti de noche (lo que explicaba las uñitas) o simplemente un descuidado que no se cortaba las uñas... Nunca lo sabremos

lunes, 30 de junio de 2008

¡A caminar!

Puedo decir sin equivocarme que hoy fue un día caótico para el 80% de las personas que deambulan por la Ciudad de Buenos Aires. Claro que, por suerte, yo me encuentro entre el 20% restante...
Resulta que bajé del colectivo con 20 minutos para llegar al trabajo "sin problema" me dije "me tomo el subte y llego en 10". Llego a la entrada del subte y las puertas cerradas, miro el cartelito y veo que los subtes no funcionan por problemas gremiales "Uhhh, ¿y ahora?... y... ¡a caminar!" Le mandé un mensajito a mi coordinadora y listo, me dispuse a caminar ya que si me ponía a esperar el colectivo tardaba más.
Por suerte llegué puntual, di una clase magistral (ayudada, claro, por la célebre "Ojalá que llueva café" llena de subjuntivos y con el interesante tema del trabajo que me iba a ser muy útil para hablar de negocios y economía con una yanqui a la que le interesa y con la que no paro de guitarrear por mi falta de conocimiento de ambos temas).
Cuando salí de trabajar, vi que la cosa seguía igual, con la diferencia que había mucha, pero mucha gente en la calle. Colas terribles en las paradas de colectivos, de las combis, mucha gente levantándole la mano a los taxis sin respuesta positiva... en fin, caos...
Yo, como si nada, como saben estoy tan acostumbrada a la caminata que no me modificó en nada, salvo que por la cantidad de transeúntes (y, según mi hermana, por tener unas cosas medio raras con los planetas en mi carta natal que me hace muy enamoradiza) me crucé con, aproximadamente, 7 potenciales amores de mi vida y me enamoré perdidamente de uno pero (por la misma razón mencionada antes) todo quedó en el más hermoso platonismo (a lo que ya tendría que estar acostumbrada) en fin...
Tomé el coletivo sin problemas, y a las 20 cuadras de llegar a mi casa suena el teléfono... era mi madre que muy preocupada me decía "Hay paro de subtes, cuidado por dónde andás... ¿dónde estás?" "En el colectivo..." "Ahh..."
Lo que vale es la intención, ¿no?

jueves, 22 de mayo de 2008

La comunidad del matafuego


El 159 crea vínculos comunitarios, eso es así, pero por si queda alguna duda acá va una historia que va a hacer creer al más incrédulo:

Volvía, como siempre, de mi trabajo (parece que las mejores cosas me han sucedido entre las 19 y las 24 hs... ) y como siempre el colectivo estaba más que lleno, así que me fui para el fondo donde por suerte encontré un buen lugar dónde apoyarme: casi al lado de la puerta de atrás.

Me dispuse a escuchar un poco de musiquita así podría amenizar un viaje que, a esa hora, era un poco más lento ya que las rutas de salida de la Capital están más que cargadas.

En el fondo, casi frente al lugar en donde estaba parada se sentaron/acomodaron dos chicos, que hasta ese momento no tenían nada de particular salvo que gritaban un poco al hablar, pero bueno, eso es casi normal teniendo en cuenta que cuando el colectivo sube a la autopista hace mucho ruido...

El trayecto se iba desarrollando normalmente y, por suerte, estábamos llegando a la bajada de Quilmes cuando un olor extraño hizo su aparición en la sección del vehículo en la que me encontraba y, dos segundos después... humo.

Si, el colectivo se estaba incendiando...

Los jóvenes que mencioné antes fueron los primeros en dar la voz de alarma y un señor que estaba parado en el estribo de la puerta de atrás le hizo señas, por el espejo (que por suerte el chofer miró) al conductor para que detuviera el colectivo.

Estábamos a 20 metros del peaje de Quilmes, era invierno, hacía frío y estaba oscuro...

El colectivo paró en la banquina y todos bajamos. Ya en tierra firme pudimos ver que uno de los ventiladores del techo echaba humo, mucho humo. De alguna manera había que apagarlo, pero nadie hacía nada salvo el chofer que iba de un lado al otro por arriba y por abajo del vehículo.

Y fue ahí, entre las quejas de algunos, los mensajes de alarma de otros, los mensajes de mi madre con su típico "Qué raro, siempre te pasa algo a vos", cuando los dos muchachos gritones se subieron al colectivo y comenzaron a hablar con el chofer.

Acto seguido se escuchó un ruido de vidrios rotos, se vio al chofer subirse al techo del colectivo, a uno de los chicos sacar medio cuerpo por una de las ventanillas y al otro alcanzarle el matafuego que le pasó al primero, que apagó el principio de incendio que había hecho peligrar el regreso a los hogares de todos los pasajeros.

Obviamente, ante tal acto, nadie aplaudió, pero todos reconocimos el valiente esfuerzo de los muchachos.

A los pocos minutos estábamos todos arriba del colectivo ocupando nuestros correspondientes lugares, porque eso sí, si una persona estaba sentada antes del incidente debía seguir sentada después, claro que una mínima mayoría había comenzado a caminar, pero el chofer se dedicó a subirlas mientras iba avanzando, porque uno nunca deja de ser pasajero del 159...

lunes, 24 de marzo de 2008

Agua en Buenos Aires

Puedo recordar el día exacto en el que sucedió esta anécdota, fue el 17 de abril del 2007 (increíble mi memoria, ¿no?).
Había salido de mi trabajo a las 18 hs y a los pocos minutos había comenzado a llover, esas lluvias leves que se van haciendo cada vez más fuertes. La cuestión era que, como es costumbre en mi, no tenía paraguas (evento que no hubiera mejorado la situación, ya que un paraguas en mis manos es lo mismo que nada) y cuando salí del subte para tomarme mi querido 159 llovía a cántaros.
Llegué a la cola del colectivo y me paré detrás de un muchacho bastante grandote que tenía un paraguas y como su altura era mucho mayor que la mía su paraguas hizo de techito provisorio para mí, aunque ya estaba mojada y la lluvia no seguía las leyes de la gravedad, ya que venía de todos lados y cuando digo de todos lados también hago referencia al piso.
Cuando pude subirme al colectivo, éste estaba tan lleno que no me quedó otra que viajar pegada a la máquina, por lo menos tenía de dónde agarrarme.
Las calles estaban completamente inundadas, tal era el caso que el vehículo parecía un barquito en lugar de un colectivo.
Y acá comienza lo interesante, salir de Capital con agua cayendo en forma ininterrumpida, con una visión mínima (porque realmente no se veía nada por ningún lado) y, para colmo, con tanta gente en el colectivo que al chofer le tapaban el espejito con el que podía fijarse si venía algún vehículo o lo que fuera...
Pero como ya expliqué antes, el 159 en ciertas ocasiones funciona como una comunidad, y los pasajeros, todos hombres (aclaración que no está de más) comenzaron a guiar al chofer:
"Dale, doblá... a ver... pará, pará que viene un boludo rápido" y... se presentía la ola que el otro vehículo hacía llegar hasta nosotros.
"Dale, ahora... dale que no viene nadie... ¡uh, qué quilombo!" y así se sucedían los comentarios hasta que pudimos subir a la autopista y comenzaron a hablar de fútbol y de autos. Al bajar del colectivo ya eran casi todos amigos, hasta a mí me saludaban los muchachos.
Ese día aprendí mucho de cómo guiar a un chofer, de los equipos que estaban en la punta del campeonato, del Tc y de otras cosillas, pero por suerte ya me olvidé todo... bueno o casi todo...

martes, 18 de marzo de 2008

Mi alter ego

Hoy fui testigo de una situación que, en general, suele tenerme como protagonista:
Resulta que iba en el 159 rumbo al trabajo y, como siempre, el colectivo tuvo que parar donde estaba el guarda para subir más personas por la puerta de atrás (porque por la de adelante no podía subir ni una hormiga). En eso se escuchan los gritos de una señora: "¡Esto es ilegal! ¡Esto es ilegal! no se puede viajar así, ¿Por qué no te subís vos a ver si entrás?" Todo esto dirigido al guarda, quien, harto de las calumnias, decidió que no subieran más personas.
Junto al chofer estaba parado un chico, del que no puedo ni podré identificar edad ni contextura física, ya que sólo lo veía de espaldas.
Lo que pude ver fue el momento en el que el chofer lo miró y comenzó a decirle: "Siempre es así, estamos obligados a parar, porque si no te levantan en peso. Porque el tipo no dice que vos venís hasta las bolas de gente, dice que no le paraste y listo, ¿viste?"
"Claro" dijo el muchacho, y ahí comenzó una conversación que duró gran parte del viaje.
Y, aunque no formé parte de ella, me puedo imaginar las cosas que el chico habrá contestado, los comentarios sin sentido que habrá hecho, porque son similares a los que una hace en esas situaciones solo para mantener viva la charla y no parecer descortés ante un hombre que, mal que mal, nos lleva y trae todos los días.

lunes, 18 de febrero de 2008

El muro de la muerte...


Era el comienzo del otoño del año 2007, en Quilmes se presentía el año electoral, ya que nuestro intendente había comenzado con las obras de repavimentación y arreglos generales en las callecitas del municipio. Callecitas que incluían a la subida de la Autopista Buenos Aires-La Plata.
En esta zona la obra consistía en dos hermosas rotondas y en una fuente preciosa con una bandera y tres hermosos chorros de agua (los paralelismos entre el ex intendente y la decoración de la fuente corren por cuenta del lector).
Gracias a las rotondas los pasajeros del 159 adquirimos un equilibrio casi pugilístico, ya que sí o sí tuvimos que aprender a fijar bien los pies al suelo y tener un buen movimiento de rodillas, pues en caso contrario podíamos ir a dar, como mucho, al piso del vehículo.
La cuestión fue que, al parecer, el intendente quería construir una pared que tapara la villa que hay cuando uno baja en Quilmes, cosa que a los vecinos de la zona no les gustó ni un poquito. Entonces decidieron hacer, por el período de, aproximadamente, un mes, unos lindos piquetes cortando la bajada y obligando a los choferes a desviarse hasta el Río para luego retomar el recorrido por la calle/avenida Otamendi (que es como irse bastante lejitos del recorrido habitual).
Entonces, imaginen que lo que antes duraba 15 minutos, incluyendo transito y barreras que no subían, en ese momento se extendía a media hora…
Por lo tanto, si antes era molesto en ese momento era más irritante, más cuando una los veía sentaditos en sus reposeras o sillas, tomando mate y comiendo biscochitos, mientras una venía muerta de hambre… (debo confesar que en más de una oportunidad me hubiera bajado solo para sentarme y tomarme unos amargos)
Lo más llamativo de los manifestantes, además del pic nic, eran sus banderas. Algunas las habían colgado en los frentes o alambrados de algunas casas, otras las agitaban con calma ante cada vehículo que pasaba. Estas banderas decían:
“NO AL MURO DE LA MUERTE” “ESTO NO ES UN CAMINO NACIONAL, ES ZONA RESIDENCIAL” “NO AL MURO DE BERLIN”
Muy impresionante todo… mucha policía, mucha arma, mucho camión hidrante y celular, para 20 vecinos que salían a cortar la calle.
Bien, este es el contexto de mi historia, ahora el hecho en sí:
Volvía un día de esos, cuando distingo que había subido al colectivo un vecino que, para qué andar con vueltas, es bastante cargoso, de esos que te ven y te preguntan hasta el tipo sanguíneo.
Me hice la tonta (algo casi natural en mi) hasta que el tipo se paró a mi lado y, bueno, me conoce desde que nací, me saqué los auriculares aislantes y lo saludé.
La cuestión es que el tipo se puso a hablar de su trabajo y de otras cosillas que, por suerte mi cerebro no retuvo, hasta que llegamos a la bajada y el colectivo se desvió hacia el Río.
“Está bastante crecido el Río, parece que va a haber sudestada” dije yo desde mi total analfabetismo en relación a los vientos…
“Si, y con esto de los piquetes parece que ahora viene por acá el colectivo, ¿no?” dijo mi vecino, que entre otras actividades canta en el coro de la Iglesia.
“Sí, viene por acá… pero hace mucho que está viniendo por acá”
“Bueno, entonces, ya sabés… si tenés ganas venimos a dar una vuelta al Río” y se rió…
Y yo, caída del catre como soy, le respondí: “ni loca, para pasear prefiero otro lado”. Y le pregunté por el nieto…
Cuando bajamos del colectivo me preguntó si tenía novio, y ante mi respuesta negativa, acotó: “Está bien, hay que pasarla bien… después te casás y ya está…” Y me lo decía uno de los piratas más importantes del barrio, así que tenía que darle algo de crédito, mientras me contaba de la suerte que tenía su hija menor por haber tenido dos hermanos mayores…
Por suerte esa fue la única vez que me encontré con este señor de amplia sabiduría en cuestiones de la vida.
Y para resumir la historia: a los pocos días los vecinos de la Autopista levantaron el piquete, el muro nunca se construyó, las banderas se fueron rompiendo y destiñendo por el paso del tiempo y yo decidí no sacarme nunca más los auriculares en caso de volver a toparme con mi vecino…

viernes, 1 de febrero de 2008

Nota al pie

Hace un par de semanas atrás volví a cruzarme con el acosador del 159. Recordaran ustedes al muchacho del jopo, bien... sigue con el mismo jopito y con la misma mirada insistente... Eso sí, cambió los jeans por unas lindas bermuditas (y bue... el calor es igual para todos)

lunes, 7 de enero de 2008

Impresiones del 159

El gran resoplador

Hay un señor que se sube en la misma parada que yo que tiene por costumbre resoplar, todo el tiempo durante el viaje.
En varias oportunidades, por cuestiones de poco espacio, me ha tocado estar parada cerca de él y pude comprobar que no sólo lo hace cuando hay mucho tránsito y el colectivo va lento, sino en toda oportunidad.
En estos días descubrí que además del ya conocido resoplido, intenta mantener una especie de diálogo con los pajaritos de los árboles de la parada: él silba, ellos cantan. Todavía no se puedo comprobar si se comunican pero, por el momento, esa es su dinámica…


Bailando en el 159

Día de lluvia, de esos días de lluvia que uno sabe que va a parar en una horita, pero que llueve como si se cayera el mundo. Me paré cerca de la puerta del fondo (de donde podía agarrarme con comodidad) y a mi lado se paró una chica, paso a describirla: aproximadamente un metro cincuenta de altura (mi pensamiento “qué lindo que haya alguien más pequeña que yo), cabellos negros ondulados y sueltos, bastante pulposa por donde se la mire (el nunca y bien ponderado “corchito erótico” pensé). Hasta ahí, todo normal, la cuestión es que era pleno invierno y ella tenía puesta una minifalda rosa que no dejaba mucho a la imaginación (porque se movía un poquito y se le veía todo, para delicia de los muchachos que estaban sentados).
En un momento y luego de ponerse, prolijamente, su mp3, veo que se empieza a sacudir cual bailarina de programa de cumbia. Estuvo bailando durante todo el viaje, agarrada de uno de los caños verticales, moviendo sus caderas (y su pollerita) hasta el Correo Central…


¡Cuidado que se te sienta!

Hay un señor muy particular que se sube en la parada siguiente ala mía que tiene una costumbre también muy particular.
Como todos saben a las 7 y media de la mañana el 159 semirápido va más que lleno y es muy difícil encontrar un lugar donde estar cómodo. En general muchas personas (entre las que me incluyo) solemos viajar con nuestras mochilas colgadas adelante (como si lleváramos un bebé), esta acción hace que, para mantener el equilibrio, la cintura se quiebre un poco, adquiriendo una postura similar a la de Nazarena Vélez.
Un día yo estaba en pleno acto de equilibrio cuando siento un peso antinatural en la zona baja de mi espalda. “bueno, seguro que es que quiere pasar y como hay mucha gente no puede…” pensé. Pero no, el tipo se había acomodado de tal manera que, literalmente, se me había sentado encima. Obviamente me escapé para el fondo.
En otros viajes pude comprobar que yo no había sido la única víctima…


Maquillaje fantasía

Hay muchas mujeres que, al no tener tiempo en su casas, optan por maquillarse arriba de subtes o colectivos, las aplaudo de pie, por mi incapacidad de maquillarme parada ante el espejo del baño.
Una mañana de mucho mucho calor tuve el privilegio de ver a una de estas artistas del maquillaje en el 159.
Me había parado delante de ella porque era la única que tenía la ventanilla abierta de par en par. En eso veo que saca de su carterita (todo lo que tocaba parecía pequeñito, teniendo en cuenta que era una persona muy robusta… como cinco yo, digamos) un estuchecito con sus maquillajes y comienza la faena:
Primero se delinea los ojos con negro (con mucho pulso en una curva), luego se aplica una sombra rosa con unos leves brillitos, luego otra un poco más oscurita y como toque final el rimel, muy prolijamente pestañas izquierdas, pestañas derechas, y terminó con los ojos.
Pasamos a la boca: primero un delineado con un color rosa oscuro de difuminó un poco con el dedo, luego una base de lápiz labial rosa un poco más claro, para terminar con un brillo rosa… Todo esto lo intercalaba abanicándose con un cuadernito que, cuando se maquillaba, descansaba en una de sus piernas.
Cuando terminó se quedó dormida, y no era para menos...