domingo, 12 de julio de 2009

La mortal

Había salido de un encierro de casi ocho horas de lectura constante y, por suerte, había podido sentarme en uno de esos cómodos asientos que ostenta la línea B del subte. Iba muy tranquila pensando en todas las cosas que había leído y había llegado a la conclusión que si no hubiera tenido que corregir esas dísmiles notas para esas eclécticas revistas nunca las habría leído.
Mientras mi mente deambulaba entre el pompón de lana que había aprendido a hacer gracias a una revista femenina y, si los zapatos de la chica que tenía sentada frente a mí eran lindos o más o menos lindos o, directamente, feos, algo me hizo volver a la realidad del vagón del subte.
Por el pasillo que dejan las dos filas de asientos iba avanzando un chico de aspecto extraño. Estaba vestido como un mendigo, su piel era muy similar a la de los mendigos, ya que tenía ese color particular que oscila entre bronceado y sucio, tenía unas zapatillas que parecían bastante nuevas y sobre uno de sus hombros cargaba una gran caja negra.
Caminó unos pasos, se detuvo al lado de una de las puertas, dejó la caja en el suelo y se acercó a dos chicos que estaban parados en frente de la puerta contraria donde él había dejado la caja.
"Se van a tener que correr" les dijo y los chicos lo miraron consternados o, por lo menos sus cuerpos se movieron como se mueven los cuerpos cuando algo desconcierta a las mentes que los controlan.
"Se van a tener que mover porque necesito esta puerta para apoyarme cuando haga la mortal".
Los chicos alzaron los hombros. Uno se corrió y el otro estaba medio indeciso.
"Bueno, si no te corrés, quedate quietito, porque te puedo patear." El chico se paró bien derecho junto a la puerta.
Luego de esta introducción y con todo el vagón mirando al supuesto mendigo, éste se acercó a la caja negra, que en realidad era un parlante, apretó un botón y de él comenzó a salir música de Hip Hop. En ese momento el falso mendigo comenzó a bailar. Daba vueltas por el piso, hacía movimientos de atrás para adelante con sus piernas, se contorsionaba, todo muy impresionante hasta que llegábamos a alguna estación, donde apagada la música, pedía aplausos y monedas. A cada moneda él repetía: "Qué grande, la rubia" por una chica que le había dado una o "qué grande, la señora", por el mismo motivo.
Él siguió bailando hasta Alem, donde, por supuesto me tuve que bajar y, hasta ese momento no lo vi hacer la mortal contra la puerta del vagón.
Entonces, si alguno de ustedes llegara a tomarse el subte B a eso de las 7 y media, 8 de la noche y se topa con este personaje, por favor, cuentenme si pudo hacer la mortal.