sábado, 26 de septiembre de 2009

Acceso: negado

Había pasado una noche bastante mala, con sueños extraños y esas cosas y, para colmo, ese martes sólo tenía dos horas de clase, es decir, me tenía que hacer el santo viaje de todos los días solo por dos horitas (lo que se traduce: iba a tener que estar más arriba del colectivo que en tierra firme, un embole).
Con la cabeza como adentro de una murga, me subí al colectivo. Como eran las 12 y media del mediodía, encontré un asiento. Me senté, me dispuse a leer, pero me ganó el sueño y me dormí. Pero me dormí como uno se duerme en los colectivos, a medias, con un ojo en el otro mundo y el otro en este. Así llegué a la Autopista y pude advertir que el colectivo no subió, que siguió por el costadito. "Qué raro" pensé "ya subirá en Bernal".
Pero no, pasó la subida de Bernal y siguió y siguió.
En ese momento la gente se empezó a preocupar y a mover de sus asientos. Yo, mientras tanto, seguía con un ojo abierto y el otro cerrado. Hasta que escuché al chofer que hablaba con uno de los pasajeros: "Y, cortaron todas las subidas... y los puentes... no sé por dónde vamos a entrar"
Eso para mí fue peor que un despertador.
Iba a llegar tarde y, para colmo, la murga seguía tocando en mi cabeza. El día perfecto.
En eso, un hombre que estaba sentado atrás mío empezó a llamar a su trabajo. "Decile a Daniel que está todo cortado... que voy a llegar tarde. Avisale a Carlitos, porque... claro. Mirá, creo que estoy en Sarandí, pero no sé por donde mierda va a entrar... Sí, tengo el boleto." Acto seguido comenzó a soplar. Pobre, insoportable.
Al cabo de más de media hora, paramos en una esquina donde se subieron una mujer y un chico. El colectivero intercambió palabras con una persona que estaba en la vereda "guiando" a los automovilistas, y en eso escuché: "che, pibe, vos lo podés guiar". Pero no, al contrario de lo que todos pudieron prever, la señora fue la que guió perfectamente al chofer hasta la subida de Dock Sud (¡les tapó la boca! pensé, claro... yo no puedo guiar a nadie ni dentro de mi casa).
Al cabo de más de una hora y media, y luego de haber intentado por muchos lugares y no haber podido, por fin el colectivo atravesó el Riachuelo y entramos a las Ciudad de Buenos Aires.
Ese día aprendí algunas cositas, como por ejemplo: mucha gente confunde el Puente Pueyrredón con el Puente de la Boca, no son el mismo puente, se los aseguro. Cuando la gente está nerviosa puede poner nerviosa a otras personas y eso, en una situación tensionante de por sí, no ayuda. Y, por último, cuando hay un corte sorpresivo lo mejor es relajarse y disfrutar de los nuevos paisajes.

domingo, 20 de septiembre de 2009

El eterno retorno...

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Bueno, debo reconocer, de una buena vez por todas, que estoy incluida en esa categoría animal. Es decir, con una vez no me alcanza para darme cuenta de las cosas, algunos dirían que soy lenta, yo digo que no, que lo mío es más bien una necesidad de confirmar que, efectivamente, si una vez dije que no lo iba a volver a hacer era por algo.
Bien, después de pequeña explicación que intenta, sin lograrlo, exonerarme, paso a contar lo que me pasó:
Era miércoles y había quedado con mi gran amiga Lau (no la de Mar del Plata, si no la de la gran caminata luego del recital de Cerati ¿se acuerdan?) en encontrarnos para ir a la facultad, votar y, de paso charlar un rato de nuestras cosas, obvio.
La pasé a buscar por su casa y, como es nuestra costumbre, emprendimos la caminata desde Almagro hasta la facultad que está en Caballito.
Todo muy lindo, la charla amena, el clima casi primaveral.
Llegamos a Puan 480 y nos dirigimos al tercer piso (lugar clásico de votaciones), pero esta vez las mesas se dividían por letras y claro, el apellido de Lau empieza con "P" y el mío con "G", por lo tanto teníamos que recorrer el edificio buscando nuestras respectivas mesas. Lau votó sin problema. Pero, claro, a mí algo me tenía que pasar. Resulta que como ya me gradué de casi todo lo que podía por la carrera, no aparezco en los padrones por lo que tuve que hacer un pequeño trámite que, por suerte, fue breve.
Luego del pequeño percance, salimos de la facultad y nos encaminamos a la avenida Rivadavia, cuando recordé que no había subtes.
Tenía dos opciones: o volvía sobre mis pasos y me iba a avenida Directorio y me tomaba el 126; o me tomaba el 85 y me bajaba directamente en el centro de Quilmes (pequeño dato, a las cinco y media tenía que encontrarme con mi hermana para acompañarla a hacer unas compras y no quería llegar tarde... )
Medité unos segundos y decidí tomarme el 85...
El recorrido de este colectivo es demasiado largo y denso. Yo lo sabía, me lo había tomado una vez hacía como 10 años atrás y me había jurado no volver a tomarlo, pero como el encuentro con mi hermana apremiaba, me lo tomé.
Al principio fue incómodo: tenía un codo clavado en la cintura, una cartera apoyada en la nuca y, algo que resultó sumamente asqueroso, una cola apoyada en mi cola (¡y yo sin poder moverme!)
Luego, el viaje pasó a ser desconcertante: el colectivo andaba, y andaba, y yo no sabía dónde estaba, hasta que pasamos la Iglesia de Pompeya. "Bueno, en breve cruzaremos el Riachuelo", pensé, que era el único indico que tenía del paso a provincia.
Cruzamos el puente Alsina y entramos al GBA... pero no sabía en qué partido estaba, hasta media hora después que vi un gran cartel que decía "Partido de Lanús". Faltaba mucho para Quilmes...
La cuestión fue que mientras yo estaba apretujada en el 85, mi hermana hizo sus compras, y yo hasta no llegar a Mitre y Las Flores (Wilde) no sabía en qué parte del mundo estaba.
Cuando llegué a Quilmes me bajé, debo confesar que estaba de muy mal humor, despeinada y con una sensación de picor en todo el cuerpo.
Cuando me encontré con mi hermana lo primero que le dije fue "Haceme acordar que nunca más que tome ese colectivo". "Bueno", me dijo ella, pero yo sé y ella también sabe que en algún momento volveré a tropezar con el mismo cascote y volveré a tomarme el 85.