domingo, 25 de marzo de 2007

Expreso Quilmes S.A.


Eran alrededor de las diez de la noche, y después de indagar en mi guía, decidí tomarme el colectivo 98 para volver a Quilmes desde el porteño barrio de Congreso. (Un dato para nada menor, es que en esa época -1999- sólo sabía volver en tren, es decir, era mi primera experiencia colectivera).
En Av. Belgrano y Sarandí había una parada y ahí estuve hasta que el colectivo apareció. Pagué $1,25 y miré hacia el fondo por si había algún asiento libre, y tuve suerte pues conseguí uno al lado de la ventanilla.
Hasta cruzar el Puente Pueyrredón el trayecto se iba desarrollando acorde a lo indicado en mi guía.
Pero de repente el colectivo tomó una ruta que no era la que yo esperaba (obviamente la única persona que se turbó por el supuesto cambio de recorrido fui yo…)
Al cabo de casi una hora estábamos llegando a la Estación de Berazategui (recuerden que yo pensaba bajarme en Quilmes, y para aquellos que no tienen mucha noción de la geografía bonaerense, Berazategui está justo después de Quilmes y antes de La Plata). Todavía no puedo entender que operación “lógica” me llevó a pensar que, en algún momento, el colectivo iba a regresar al centro de Quilmes…
Lo correcto habría sido bajarme ahí y enmendar mi error que, en ese entonces, sólo era el de haberme pasado una estación, nada grave… pero ¿quién me aseguraba que el colectivo no iba a volver? Estaba tan convencida que, en ese instante, habría podido discutir el recorrido del colectivo como si yo misma lo hubiera trazado.
Obviamente el colectivo nunca dobló, y a los 30 minutos habíamos llegado a la Terminal del 98 en la desolada localidad de Villa España, partido de Berazategui.
Todos habían bajado excepto el colectivero y yo… “¿No vuelve a Quilmes?” “No, es la Terminal, no salen más colectivos.” Y se bajó también.
¿Qué iba a hacer a las once y media de la noche en un lugar por completo desconocido para mí? Primero, calmarme. Imposible. Entonces, cambiar el primer paso. Primero, buscar un teléfono público (recuerden que en el ’99 no abundaba la telefonía celular como ahora).
“- Hola, má… estoy en Villa España… parece que me confundí de colectivo…
- ¿Qué? ¿Otra vez? Bueno, buscá una remisería y venite… ¿pero cuál te tomaste?
- El 98…
- ¿Pero qué número?”
Pequeño detalle: el 98 tiene distintos ramales, dos de ellos me habrían dejado en el centro de Quilmes; y los otros tres no… (adivinen cuál fue mi respuesta y qué me dijo mi mamá).
Segundo paso: buscar una remisería. Empecé a caminar y me topé con las vías del tren ¿cruzar o no cruzar? Era el dilema.
Miré al sur: no venía ningún tren. Miré al norte: no venía ningún tren. Miré al este: no venía nadie. Miré al oeste: no venía nadie, pero se apreciaban luces y casas, y, quien dice, vida. Entonces, crucé.
Caminé dos cuadras hasta llegar a una remisería. “20 minutos de demora” “¿Y otra remisería por acá?” “Enfrente de la Catedral” “¿Y la Catedral?”
El pobre señor me explicó pero ya había decidido esperar ahí, además se había formado un lindo grupo de gente (faltaban las guitarras y las empanadas y eso parecía una peña).
Los 20 minutos se hicieron 30, y cuando ya estaba pensando en volver a llamar a mi casa para que supieran que aún estaba viva, apareció un auto.
Cuando llegué a mi casa nadie estaba preocupado, todo lo contrario, porque no era la primera vez y sabían que no sería la última.



(Fotomontaje: Marina García
http//:www.fotolog.com/salkix)

domingo, 18 de marzo de 2007

Vía Circuito

Justo ese día nos habían pasado una de las clases dos horas más tarde, por lo tanto habíamos tenido esas hermosas horas muertas tan famosas en todas las facultades de La Plata.
Así que, después de una clase sobre la estética adorneana, nos encaminamos hacia la estación de trenes. La cuestión era que a las 18:30 hs. estábamos esperando el tren que iba a llevarnos a nuestro hogar dulce hogar. Pero… “¡Accidente en Quilmes, los trenes no salen!” “¡¿Qué?! ¿Y ahora?”
Teníamos dos opciones: o esperábamos hasta que los trenes comenzaran a funcionar (que podía ser en dos horas o nunca) o nos tomábamos el último tren “Vía circuito Bosques – Varela – Temperley”. Las dos opciones implicaban pros y contras…
Decisión: “Tomémonos el vía circuito, nos bajamos en Bosques y de ahí un bondi a Quilmes”, me dijo mi compañera de viaje… “Bueno, pero… ¿Vos sabés qué colectivo nos deja?” “Sí, si no preguntamos”.
Entonces nos subimos al tren (cuya fragancia distintiva era una penetrante mezcla de pis y panchos) y comenzó nuestro viaje.
El paisaje que se veía por las ventanillas no era muy alentador, imagínense: Las vías estaban bordeadas por árboles, por lo tanto, verde por acá, verde por allá, y, por qué no, alguna que otra rama entrando por las ventanas y las puertas (siempre abiertas… en realidad, inexistentes).
Después de 20 minutos llegamos a Bosques… “¿Y el colectivo?” Obviamente no teníamos ni la menor idea de dónde paraba o si existía en realidad ese colectivo, por lo tanto, decidimos preguntar.
“Y, mirá tenés uno en la ruta (como a 10 cuadras en la mismísima nada) o tenés uno acá a 3 cuadras para allá.” (Señaló hacia un lugar que no sé dónde quedaba, suerte que mi compañera estaba prestando atención, porque yo todavía estaba pensando ¿Dónde está la ruta?)
Caminamos las tres cuadritas de tierra y llegamos a la parada. Esperamos unos cuantos minutos y nos subimos al 300 (línea MOQSA o, el nunca y bien ponderado “blanquito” que anda por el sur del conurbano bonaerense).
Aproximadamente en una hora y media pasamos por la estación de Quilmes y pudimos comprobar que los trenes ya pasaban, es decir, los despojos del accidente se habían levantado antes de lo que nosotras esperábamos, es decir, mucha odisea sin sentido… en fin… El gran comentario fue “Bueno, por lo menos vamos a tener algo para contar…”
Un consuelo que sería real.
(Foto: Estación de Quilmes.
Marina García)

miércoles, 14 de marzo de 2007

Buscando la UNLP

Corría el año 1997, más precisamente el mes de diciembre, alguien tenía que ir a averiguar cuándo comenzaban las inscripciones en la Universidad Nacional de La Plata y, claro, todas tenían algo más interesante que hacer y por eso me ofrecí.
Tan complicado no podía ser, teniendo en cuenta que de chica había ido a La Plata miles de veces con mi familia a visitar el museo y el zoológico, además yo no me iba a dejar intimidar por unas cuantas diagonales.
Tomé la precaución (aunque ustedes tengan dudas de ello) de mirar más de 200 veces el mapa de la ciudad (muy prolijo, por cierto, se ve que había gente que sabía lo que hacía), hice unas cuantas averiguaciones, es decir, le pregunté a mi papá que, aunque no explica mal, yo nunca le entiendo. Con algunas instrucciones aprendidas de memoria me tomé el tren “La Plata vía Quilmes parando en todas”.
52 minutos de viaje y llegué, por fin, ahora sí iba a poner a prueba mi fabuloso sentido de la orientación: la estación queda en la calle 1, yo tenía que llegar a la 4 que empalma con la diagonal 80, que me conduce a la 48 y de ahí hasta “48 entre 6 y 7, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP.” ¡A caminar!
Encontrar la 4 no fue difícil: 1, cruzar. 2, cruzar. 3, cruzar. Calle 4, ahora la diagonal… pero… ¿dónde?
Después de pasar dos veces por el mismo edificio de azulejos verdes (por ende, después de descubrir que estaba caminado en círculos) decidí preguntar por la diagonal a un señor con cara de pocos amigos. Muy descortésmente me contestó (señalando hacia la esquina) “Ahí, nena, ahí está la diagonal 80”. Dos veces había pasado por ese lugar, en fin…
Me encaminé hacia la esquina, tomé notas mentales de algunos puntos estratégicos (como una terrible iglesia, muy pero muy visible…), y caminé por la 48 hasta la 6. Descubrí la facultad (“¡Muy linda, se parece al normal!” mi colegio secundario). Hice mis averiguaciones y me fui, no sin antes contar las cuadras, distinguir negocios, semáforos y demás cosas útiles.
En el tren tuve oportunidad de escribir mis notas mentales: 3 puntitas y 2 cuadras, dobla mi cuerpo a la derecha y cruzo, 2 cuadras y 1 a la izquierda. Cuadra de la esquina Banco Provincia.
Revisando una agenda vieja encontré esas notas, y en la misma hoja una nota que decía “¡Llegué bien!”…
Solo yo puedo entender lo emocionante que es que mis guías me sirvan.

martes, 13 de marzo de 2007

Intro

Este blog estará enteramente dedicado al relato de mis experiencias en viajes urbanos. Muchos pensarán, después de leer alguna o algunas (o la gran mayoría de ellas) "Esta mina es una boluda, ¿por qué no se compra una guía?", y estarán en todo su derecho, más después de saber que tengo una guía que es casi mi biblia, de la que casi no me separo y que, sin embargo, me he perdido más de una vez gracias a ella (pueden pensar en malas lecturas o en interpretaciones erróneas... yo diría... las maravillas de la hermenéutica).
La cuestión es simple: tengo una brújula interna cuyos puntos cardinales distan mucho de los reales, es decir, mi Norte no es el Norte real, por lo tanto, mi orientación es un poco confusa o, mejor dicho, nula.
Toda mi vida he tenido problemas en relación al transporte urbano y a mi orientación en las ciudades.
Cuando era chica no podía viajar más de 30 cuadras sin descomponerme, hecho que a mi mamá le generaba una verdadera angustia cuando veía que, a las 15 cuadras de habernos tomado el colectivo, yo empezaba a ponerme pálida y a tener visibles signos de mareo, sabía que teníamos que bajarnos o la catástrofe sería inminente. A mi hermana, en esa época, le daba rabia únicamente y era muy entendible.
Con los años eso fue pasando, en primer lugar gracias a una pastillita milagrosa sin la que no podía ir a ninguna excursión escolar; y, en segundo lugar, a que una crece y las distancias se acortan y la necesidad de viajar hace que los pequeños problemas desaparezcan si o si.
Superado ese ínfimo problemita apareció otro: mi brújula particular. Tengo una amiga que, después de 14 años de conocernos, sabe que la única manera que podamos encontrarnos es si me dice "nos encontramos frente a tal supermercado o a tal iglesia o a tal plaza", porque tuvo que soportar más de una vez mi pregunta "¿y esa calle cuál es?" "La de la iglesia"... "Ahhhh".
Lo único bueno es que lo tengo tan asumido que tomo la precausión de salir con tiempo para perderme y llegar a horario a todos los lugares.
La amistad, el amor, el estudio y el trabajo me han llevado a transitar por la ciudad y a vivir situaciones que para una persona con la brújula bien orientada rayan el ridículo, pero para mí son casi cotidianas.