
Eran alrededor de las diez de la noche, y después de indagar en mi guía, decidí tomarme el colectivo 98 para volver a Quilmes desde el porteño barrio de Congreso. (Un dato para nada menor, es que en esa época -1999- sólo sabía volver en tren, es decir, era mi primera experiencia colectivera).
En Av. Belgrano y Sarandí había una parada y ahí estuve hasta que el colectivo apareció. Pagué $1,25 y miré hacia el fondo por si había algún asiento libre, y tuve suerte pues conseguí uno al lado de la ventanilla.
Hasta cruzar el Puente Pueyrredón el trayecto se iba desarrollando acorde a lo indicado en mi guía.
Pero de repente el colectivo tomó una ruta que no era la que yo esperaba (obviamente la única persona que se turbó por el supuesto cambio de recorrido fui yo…)
Al cabo de casi una hora estábamos llegando a la Estación de Berazategui (recuerden que yo pensaba bajarme en Quilmes, y para aquellos que no tienen mucha noción de la geografía bonaerense, Berazategui está justo después de Quilmes y antes de La Plata). Todavía no puedo entender que operación “lógica” me llevó a pensar que, en algún momento, el colectivo iba a regresar al centro de Quilmes…
Lo correcto habría sido bajarme ahí y enmendar mi error que, en ese entonces, sólo era el de haberme pasado una estación, nada grave… pero ¿quién me aseguraba que el colectivo no iba a volver? Estaba tan convencida que, en ese instante, habría podido discutir el recorrido del colectivo como si yo misma lo hubiera trazado.
Obviamente el colectivo nunca dobló, y a los 30 minutos habíamos llegado a la Terminal del 98 en la desolada localidad de Villa España, partido de Berazategui.
Todos habían bajado excepto el colectivero y yo… “¿No vuelve a Quilmes?” “No, es la Terminal, no salen más colectivos.” Y se bajó también.
¿Qué iba a hacer a las once y media de la noche en un lugar por completo desconocido para mí? Primero, calmarme. Imposible. Entonces, cambiar el primer paso. Primero, buscar un teléfono público (recuerden que en el ’99 no abundaba la telefonía celular como ahora).
“- Hola, má… estoy en Villa España… parece que me confundí de colectivo…
- ¿Qué? ¿Otra vez? Bueno, buscá una remisería y venite… ¿pero cuál te tomaste?
- El 98…
- ¿Pero qué número?”
Pequeño detalle: el 98 tiene distintos ramales, dos de ellos me habrían dejado en el centro de Quilmes; y los otros tres no… (adivinen cuál fue mi respuesta y qué me dijo mi mamá).
Segundo paso: buscar una remisería. Empecé a caminar y me topé con las vías del tren ¿cruzar o no cruzar? Era el dilema.
Miré al sur: no venía ningún tren. Miré al norte: no venía ningún tren. Miré al este: no venía nadie. Miré al oeste: no venía nadie, pero se apreciaban luces y casas, y, quien dice, vida. Entonces, crucé.
Caminé dos cuadras hasta llegar a una remisería. “20 minutos de demora” “¿Y otra remisería por acá?” “Enfrente de la Catedral” “¿Y la Catedral?”
El pobre señor me explicó pero ya había decidido esperar ahí, además se había formado un lindo grupo de gente (faltaban las guitarras y las empanadas y eso parecía una peña).
Los 20 minutos se hicieron 30, y cuando ya estaba pensando en volver a llamar a mi casa para que supieran que aún estaba viva, apareció un auto.
Cuando llegué a mi casa nadie estaba preocupado, todo lo contrario, porque no era la primera vez y sabían que no sería la última.
(Fotomontaje: Marina García
http//:www.fotolog.com/salkix)
En Av. Belgrano y Sarandí había una parada y ahí estuve hasta que el colectivo apareció. Pagué $1,25 y miré hacia el fondo por si había algún asiento libre, y tuve suerte pues conseguí uno al lado de la ventanilla.
Hasta cruzar el Puente Pueyrredón el trayecto se iba desarrollando acorde a lo indicado en mi guía.
Pero de repente el colectivo tomó una ruta que no era la que yo esperaba (obviamente la única persona que se turbó por el supuesto cambio de recorrido fui yo…)
Al cabo de casi una hora estábamos llegando a la Estación de Berazategui (recuerden que yo pensaba bajarme en Quilmes, y para aquellos que no tienen mucha noción de la geografía bonaerense, Berazategui está justo después de Quilmes y antes de La Plata). Todavía no puedo entender que operación “lógica” me llevó a pensar que, en algún momento, el colectivo iba a regresar al centro de Quilmes…
Lo correcto habría sido bajarme ahí y enmendar mi error que, en ese entonces, sólo era el de haberme pasado una estación, nada grave… pero ¿quién me aseguraba que el colectivo no iba a volver? Estaba tan convencida que, en ese instante, habría podido discutir el recorrido del colectivo como si yo misma lo hubiera trazado.
Obviamente el colectivo nunca dobló, y a los 30 minutos habíamos llegado a la Terminal del 98 en la desolada localidad de Villa España, partido de Berazategui.
Todos habían bajado excepto el colectivero y yo… “¿No vuelve a Quilmes?” “No, es la Terminal, no salen más colectivos.” Y se bajó también.
¿Qué iba a hacer a las once y media de la noche en un lugar por completo desconocido para mí? Primero, calmarme. Imposible. Entonces, cambiar el primer paso. Primero, buscar un teléfono público (recuerden que en el ’99 no abundaba la telefonía celular como ahora).
“- Hola, má… estoy en Villa España… parece que me confundí de colectivo…
- ¿Qué? ¿Otra vez? Bueno, buscá una remisería y venite… ¿pero cuál te tomaste?
- El 98…
- ¿Pero qué número?”
Pequeño detalle: el 98 tiene distintos ramales, dos de ellos me habrían dejado en el centro de Quilmes; y los otros tres no… (adivinen cuál fue mi respuesta y qué me dijo mi mamá).
Segundo paso: buscar una remisería. Empecé a caminar y me topé con las vías del tren ¿cruzar o no cruzar? Era el dilema.
Miré al sur: no venía ningún tren. Miré al norte: no venía ningún tren. Miré al este: no venía nadie. Miré al oeste: no venía nadie, pero se apreciaban luces y casas, y, quien dice, vida. Entonces, crucé.
Caminé dos cuadras hasta llegar a una remisería. “20 minutos de demora” “¿Y otra remisería por acá?” “Enfrente de la Catedral” “¿Y la Catedral?”
El pobre señor me explicó pero ya había decidido esperar ahí, además se había formado un lindo grupo de gente (faltaban las guitarras y las empanadas y eso parecía una peña).
Los 20 minutos se hicieron 30, y cuando ya estaba pensando en volver a llamar a mi casa para que supieran que aún estaba viva, apareció un auto.
Cuando llegué a mi casa nadie estaba preocupado, todo lo contrario, porque no era la primera vez y sabían que no sería la última.
(Fotomontaje: Marina García
http//:www.fotolog.com/salkix)