lunes, 2 de abril de 2007

Bestiario


No sólo de extravíos se vive, existen también otro tipo de experiencias dignas de ser narradas.
Las que siguen son tres breves historias, ocurridas en distintos momentos de mi vida, que poseen un mismo hilo conductor… bichos, alimañas, como gusten…

Cara a cara

Esa tarde (casi noche diría teniendo en cuenta que era invierno, y que a las siete ya está oscurito) volvía a mi casa nuevamente desde Congreso, nuevamente en el 98, pero, esta vez, en el ramal correcto.
Había encontrado, por suerte, un asiento individual desde el que podía apreciar el bello paisaje que me ofrecía la ciudad (contando Constitución y Avellaneda).
El viaje transcurría (para maravilla de todos) sin sobresaltos. Hasta que de repente vi una cosa extraña acercándose, sigilosamente, desde la ventanilla de adelante. Me paralicé.
Ella seguía acercándose. Era muy pequeña, roja y sus antenitas se movían sin parar. Cuando llegó al marco metálico de mi ventanilla se detuvo.
Inmediatamente cerré la boca (no es que la tenía abierta, pero apreté los labios, ya que siempre tengo la sensación, cuando hay algún bichito cerca –y más tan cerca- que se me va a meter en la boca o en el pelo… y bueno, nadie es perfecto…). La cucarachita estaba a quince centímetros de mi cara, podía distinguir cada parte de su cuerpito, cada uno de sus movimientos.
En ese momento lo único que podía pensar era que de un instante al otro iba a volar, o a dar un salto y se me iba a meter en el pelo. Entonces, muy suavemente, saqué un pañuelito descartable de mi bolso, lo hice un bollito (para evitar cualquier posibilidad de contacto entre ella y yo) lo aproximé al insecto y lo empujé lejos de mí, es decir, lo tiré para adelante.
No puedo asegurar el lugar exacto donde cayó, peor creo que la abundante y rulosa cabellera de una señora que estaba dos asientos adelante fue una pista de aterrizaje segura para el bichito.
Aunque sabía que no era así, cuando bajé del colectivo no podía evitar sentir cucarachitas caminándome por todo el cuerpo.


Saltando

Llegamos con mi hermana, luego de una amena tarde con amigos, a la Plaza del Correo de donde sale el 159.
La cola, que cuando llegamos no era muy larga, fue poblándose poco a poco, con el transcurso del tiempo.
Mientas conversaba con mi hermana sobre los acontecimientos del día, escuchamos que un chico que estaba con su novia detrás nuestro le decía “¡Mirá! ¡Mirá el árbol! ¡Uhhh!” Obviamente, no pudiendo resistirme a la curiosidad, también miré.
Aproximadamente a cinco metros de donde nos encontrábamos había un arbolito (muy parecido a esos árboles de cuentos de terror, todo torcido y con sus ramitas peladas) en cuya base había un hueco de donde salían ratitas.
En un primer momento solo eran dos que salían, despacio, como inspeccionando la zona, pero en pocos minutos eran alrededor de cinco ratitas saltando de acá para allá.
“¡Mirá parecen conejos cómo saltan!” Dijo la chica de la pareja que estaba atrás nuestro, y como nosotras estábamos mirando también el comentario se hizo extensivo.
“Es verdad, cómo saltan… hasta son simpáticas”, dijimos con mi hermana.
Lo interesante era que cada vez se alejaban más del arbolito, acercándose a los tachos de basura, a los puestos de panchos y galletitas (sí, un asco… pero bueno).
Cuando tomamos el colectivo (que se hizo esperar bastante, aunque con las ratitas estábamos todos muy entretenidos) pudimos ver cómo bajaban la parecita que separaba la tierra de donde habíamos hecho la fila del colectivo y pasearse tranquilas en busca de comida.


Verde

Había pasado una tarde digna de recordar, pero como todo lo bueno (o casi todo) tiene su final, tenía que volver a mi hogar, por lo que fui a la Plaza del Correo a tomarme el 159 semirápido.
Como era costumbre iba a viajar parada así que busqué un sitio donde pudiera agarrarme de los pasamanos de los asientos (ya que al otro, el del techo, no llego y no por ser muy petisa, ¡ojo! Sino porque los que construyen los colectivos tienen la idea falaz de que los argentinos miden todos del metro sesenta para arriba y no es así, ¿no?...)
Bueno ya ubicada y con el colectivo en marcha comenzó mi regreso.
Cuando estaba en la mitad del viaje veo algo moviéndose en mi brazo (por suerte yo tenía una campera, es decir, el brazo cubierto). Era un bichito verde, de forma romboidal que se movía, por suerte para mí, despacio. Inmediatamente apreté los labios (por lo comentado anteriormente) y miré a mi alrededor, nadie me miraba.
Entonces, rápidamente, con ayuda de mis dedos índice y pulgar expulsé al insecto de mi brazo.
Lo vi caer en la espalada de un chico que estaba detrás de mí… “¿Le digo o no?” Pensé, pero en eso veo que el bicho desciende por su espalda y pasa a su maletín (no voy a detallar el recorrido…) En ese momento el chico se sentó, pero el bicho verde seguía ahí, se había pasado a su pierna, y creo que ahí sintió el cosquilleo porque sin pausa le dio un manotazo que lo tiró al piso.
Calculo que alguien lo habrá pisado… y bueno… la vida del insecto es triste, no hay más vuelta que darle…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

todavia me pregunto como llego la cucaracha a ese omnibus de media distancia (un lujo para el viajante, ni hablar del blanquito!)...y con la naturalidad con que las ratas se paseaban entre nosotros, sin temor, como cediendonos su espacio en un gesto de amabilidad para que el techo de chapa nos cubra del fresco de esa noche, mientras esperabamos el bondi...no puedo creer que hubo gente que no se percato de su presencia, mas cuando ya desde el colectivo podiamos ver como saltaban de aqui para alla en la parada desierta.
siempre que salgo con vos me pasa algo... o nos agarra la lluvia torrencial o quedo varada en el molinete del subte o me enamoro, esa salida no iba a ser la excepción. y no lo fue

besos!!!

Unknown dijo...

Como siempre: te aplaudo tus relatos!!! Che, tmb llueve cuando salis con tu hermana??? A nooooooo... pense q solo nosotras teniamos la exclusividad!!! Jajaja
Quiero massssssssss
Besos

Anónimo dijo...

hoy viaje con una libelula en el bondi y enseguida me tape las orejas y recorde tu relato.
yo no sabia que tenia esa mania, pero me da cagaso que un insecto se meta en mis orejas.
Cuando me baje me dio lastima dejarla ahi, indefensa ante cualquier accion humana asesina... no te olvides que si se cae un bicho al agua o tiene problemas con su movilidad, antes de seguir con mi tarea, voy y lo saco o lo doy vuelta o lo que sea. menos matarlo. salvo con una cucharacha o un mosquito.
tambien soy un ser humano con defectos, que voy a hacer!

te firme dos veces, este tema me inspira.

besos nena!

lucas en barcelona dijo...

La de cerrar la boca bien fuerte me parece genial. Quizás sea algún comportamiento "residual" de la infancia. No sé, habría que investigar un poco más, algo seguro que va a aparecer.

Te mando un beso grande,

lo que no sé es si actualizas el blog los domingos o los lunes.

Clara O. dijo...

Viva por las ratas casi domésticas! Después de todo ¿no son como las palomas de plaza de mayo, pero sin alas? Estas últimas sí que se zarpan en lo de domésticas, ni caminar tranquila por la plaza te dejan...
Amiga, muuuuuy lindo post! Me gusta el tema de las alimañas.
Besote!