domingo, 21 de junio de 2009

En un papel...

Las experiencias que voy a contar me pasaron en dos momentos muy diferentes y en dos vehículos muy distintos, pero las historias son bastante similares.
La primera sucedió allá por 1999, cuando iba desde La Plata a la ciudad de Buenos Aires a visitar a mi enamorado de entonces.
Subí al tren en la estación de La Plata y me senté. Saqué mi libro y me dispuse a leer, ya que el viaje era por demás largo
Al lado mío, en el sitio más preciado de todo tren, es decir, al lado de la ventanilla, estaba sentado un chico que, por lo que pude presentir, me miraba. Obviamente que lo primero que siempre tiendo a pensar cuando alguien está a mi lado y me mira y, justamente, tengo un libro en las manos, es que quiere saber qué estoy leyendo o leer de reojo (el ladrón juzga a todos por su condición, dicen), entonces, cerré el libro para que pudiera ver la tapa y después seguí leyendo con una leve inclinación hacia su lado (algo que a mí me gustaría que hicieran los demás).
En un momento, como suele pasar cuando se viaja en tren, llegamos a la estación donde el muchacho debía bajar. Me pidió permiso pero, antes de pasar y bajar de la formación, me dio un papelito. Luego se bajó y me saludó con la mano desde el andén.
Cuando abrí el papel el chico había escrito su nombre, su teléfono y la frase: "Para una amistad telefónica."
Cerré el papelito y lo enganché en el metal que servía de "marco" a esa ventanilla del tren, pensando que, tal vez, a alguien le podría interesar ese tipo de amistad. Igualmente, debo confesar que la reacción del muchacho me causó mucha ternura...
La segunda historia ocurrió hace unos días. Salía tarde y cansada de un nuevo trabajo y, como de costumbre, fui a tomarme el colectivo.
Subí, saqué boleto y, para mi sorpresa, me senté.
El viaje fue de lo más cómodo. Estaba sentada, al lado de la ventanilla, y el colectivo avanzaba sin tropiezos por la autopista.
La cuestión es que cuando me estaba por bajar, luego de tocar el timbre y de mirar al colectivero porque no me abría la puerta, escucho que éste me llama y me dice: "Vení, que te olvidaste el boleto."
"Ahh", dije yo entre dormida y asombrada, porque convengamos, para qué me iba a servir el boleto si ya me bajaba del colectivo, ¿no?
Me acerqué y agarré el boleto. "Gracias, chau", le dije.
"Espero que mires el boleto" me dijo él... "Si, si..."
Cuando el colectivo se fue miré el boleto que decía "Diego..." y el número de teléfono.
No pude evitar sonreír y recordar la historia del chico del tren y, por qué no decirlo, me di cuenta que cada diez años un desconocido siente el impulso de escribirme su teléfono en un papel, y mi pregunta es... ¿quién me lo escribirá en el 2019?...

4 comentarios:

Ganirivi dijo...

jojo! buenísimo! dejaste el boleto del chico en el asiento?? qué wacha! quien sabe quién lo habrá llamado para una amistad telefónica...
Igual, viva por esos que dan el teléfono! nunca son los que una quiere, pero bueh.
besoo!

alejandro farias dijo...

Gracias Vale por pasar por mi blog!!! La verdad que me sirven las correcciones porque cuando escribo soy un desastre en ese sentido, escribo rápido y sin releer y después me cuesta mucho autocrregirme, por lo general, lo hago circular entre amigos para que vean cosas que yo no puedo. Serás una de esas sino te molesta. Muy lindo lo tuyo!!! Nos seguimos leyendo.

Anónimo dijo...

entre tanta investigacion sobre Rosencof y los uruguayos, te tomaste un recreo y nos regalaste un relato cotidiano y ameno sobre el amor y sus vericuetos...muy bueno Vale!!!, entretenido sobre todo. Me gusto mucho la reflexiòn de cierre...ojala que sea alguien que te haya encontrado mucho antes (para el 2019 faltan algunos años!).
un beso grande tomana!
Marina

NURIA dijo...

¡Aguante Diego el colectivero!