La noche anterior había arreglado con un amigo realizar una excursión rememorativa por la ciudad de La Plata, ya que él había pasado ahí sus primeros años de vida, y a mi no iba a molestarme recordar los momentos vividos por las calles platenses.
Lo interesante de todo esto era que el paseo había sido organizado con otros amigos que no contaban con mi presencia, entonces, yo iba a aparecer sorpresivamente en la estación de La Plata para alegría de todos.
El plan era casi perfecto: yo tenía que tomarme el tren anterior al que ellos se tomarían en Constitución, es decir, iba a tener que esperar en la estación “Dardo Rocha” entre 20 y 30 minutos, tiempo en el que debía buscar un sitio donde esconderme y del que les saldría al paso para sorprenderlos…
Al otro día salí de mi casa, aproximadamente, a las 9:30 hs. de la mañana, y caminé las quince cuadras que me separaban de la estación de Ezpeleta. Ya en el lugar saqué boleto (ida y vuelta, obvio) y me tomé el tren. Era sábado por la mañana, hacía mucho frío y viajaba mucha gente.
Cuando llegué recorrí un poco la estación. La habían arreglado un poco, y aunque habían pasado seis años, yo no la veía muy diferente.
Durante la inspección encontré el sitio donde iba a esconderme y me dispuse a esperar a mis amigos.
Cerca de mi futuro escondite vi un banco bañado por completo por la luz del sol, ideal para un día frío, por lo que me dirigí hacia él y me senté para disfrutar del sol.
A los pocos minutos una mujer con visibles problemas mentales se sentó a mi lado. Discutió con el perro que la seguía y luego se fue. Nada del otro mundo.
Mientras miraba como las personas y los trenes iban y venían, un señor se sentó al lado mío… “Acá se está lindo… hay solcito…” “¡Upa! ¿Y éste?... Bueno, esperemos que no esté loco…” pensé.
“Soy Luis” me dijo y me contó que, en ese momento, vendía en los trenes repasadores, franelas, broches, y esas cosas tan útiles para la casa y la cocina. Me dijo que no se podía quejar de su trabajo, que le daba lo suficiente para comer y vestirse, pero que antes… que él antes estaba mejor…
“Cuando era pibe, así como vos… porque vos sos una piba, ¿no?” “Y… no tanto, tengo 25…” “bueno, sos una piba… cuando yo tenía tu edad era albañil y laburaba bien. Me había casado con una mina que era muy buena y tuvimos dos hijos, una mujer y un hombre… Con lo que laburé pude hacerle la casita y… no te miento… estábamos bien. Los chicos fueron a la escuela. La piba terminó el secundario y se casó con un boludo… pero bueno, ella es feliz; y el pibe consiguió un laburo en Córdoba y se fue para allá… igual no tengo relación con ninguno de los dos desde que mi mujer se murió.
Yo me puse muy mal, viste… ella me mantenía derecho… y cuando se me fue me dediqué a tomar, y el alcohol no es bueno… me hizo perder todo, además me dediqué a jugar… y entre una cosa y otra me quedé seco.
Nadie me ayudó… mi hijo vendió la casa que yo les hice y se fue… y mi hija, bueno… es tan boluda como el tipo con el que se casó. Muy mal estuve yo… imaginate que hasta que dormir en la calle, y me metieron preso un par de veces por borracho…
Pero ahora estoy bien, conocí a una mujer y ella me ayudó mucho… no somos novios pero nos acompañamos… Ella vive en Ringuelet, vive con el hijo… y yo tengo mi ranchito en Gonnet, y a veces ella viene a mi casa y se queda. Yo no voy a su casa porque al hijo no le gusta…”
(Luis me detalló algunas cositas de su relación con esta mujer, pero, por suerte, mis barreras de censura se encargaron de reprimir esos recuerditos no muy agradables…)
“¿Vos de dónde sos?” “De Quilmes…” “Uhhh… yo ando mucho por ahí… conozco a todos los que venden en Irigoyen y Rivadavia… que raro que nunca te vi…” (Esa esquina es la conjunción de la peatonal quilmeña, una especie de calle Florida pero con menos gente, y la calle que viene de la estación de trenes, por lo que no era nada raro que nunca me hubiera visto y viceversa).
“Bueno… me tengo que ir a trabajar… un gusto hablar con vos y capaz un día nos vemos por Quilmes. Chau” “Puede ser, chau”.
Luis se fue a tomar el tren con su bolso lleno de cosas útiles para la casa y la cocina, y yo me quedé esperando a mis amigos que se habían retrasado más de la cuenta…
Cuando llegaron y luego de la emoción de la sorpresa, me enteré que el paseo había estado a punto de no realizarse porque uno se había quedado dormido, y que por eso llegaron más de una hora tarde.
Igual, esperar no había sido tan malo, ya que el tiempo pasó relativamente rápido gracias a Luis y su historia.
Lo interesante de todo esto era que el paseo había sido organizado con otros amigos que no contaban con mi presencia, entonces, yo iba a aparecer sorpresivamente en la estación de La Plata para alegría de todos.
El plan era casi perfecto: yo tenía que tomarme el tren anterior al que ellos se tomarían en Constitución, es decir, iba a tener que esperar en la estación “Dardo Rocha” entre 20 y 30 minutos, tiempo en el que debía buscar un sitio donde esconderme y del que les saldría al paso para sorprenderlos…
Al otro día salí de mi casa, aproximadamente, a las 9:30 hs. de la mañana, y caminé las quince cuadras que me separaban de la estación de Ezpeleta. Ya en el lugar saqué boleto (ida y vuelta, obvio) y me tomé el tren. Era sábado por la mañana, hacía mucho frío y viajaba mucha gente.
Cuando llegué recorrí un poco la estación. La habían arreglado un poco, y aunque habían pasado seis años, yo no la veía muy diferente.
Durante la inspección encontré el sitio donde iba a esconderme y me dispuse a esperar a mis amigos.
Cerca de mi futuro escondite vi un banco bañado por completo por la luz del sol, ideal para un día frío, por lo que me dirigí hacia él y me senté para disfrutar del sol.
A los pocos minutos una mujer con visibles problemas mentales se sentó a mi lado. Discutió con el perro que la seguía y luego se fue. Nada del otro mundo.
Mientras miraba como las personas y los trenes iban y venían, un señor se sentó al lado mío… “Acá se está lindo… hay solcito…” “¡Upa! ¿Y éste?... Bueno, esperemos que no esté loco…” pensé.
“Soy Luis” me dijo y me contó que, en ese momento, vendía en los trenes repasadores, franelas, broches, y esas cosas tan útiles para la casa y la cocina. Me dijo que no se podía quejar de su trabajo, que le daba lo suficiente para comer y vestirse, pero que antes… que él antes estaba mejor…
“Cuando era pibe, así como vos… porque vos sos una piba, ¿no?” “Y… no tanto, tengo 25…” “bueno, sos una piba… cuando yo tenía tu edad era albañil y laburaba bien. Me había casado con una mina que era muy buena y tuvimos dos hijos, una mujer y un hombre… Con lo que laburé pude hacerle la casita y… no te miento… estábamos bien. Los chicos fueron a la escuela. La piba terminó el secundario y se casó con un boludo… pero bueno, ella es feliz; y el pibe consiguió un laburo en Córdoba y se fue para allá… igual no tengo relación con ninguno de los dos desde que mi mujer se murió.
Yo me puse muy mal, viste… ella me mantenía derecho… y cuando se me fue me dediqué a tomar, y el alcohol no es bueno… me hizo perder todo, además me dediqué a jugar… y entre una cosa y otra me quedé seco.
Nadie me ayudó… mi hijo vendió la casa que yo les hice y se fue… y mi hija, bueno… es tan boluda como el tipo con el que se casó. Muy mal estuve yo… imaginate que hasta que dormir en la calle, y me metieron preso un par de veces por borracho…
Pero ahora estoy bien, conocí a una mujer y ella me ayudó mucho… no somos novios pero nos acompañamos… Ella vive en Ringuelet, vive con el hijo… y yo tengo mi ranchito en Gonnet, y a veces ella viene a mi casa y se queda. Yo no voy a su casa porque al hijo no le gusta…”
(Luis me detalló algunas cositas de su relación con esta mujer, pero, por suerte, mis barreras de censura se encargaron de reprimir esos recuerditos no muy agradables…)
“¿Vos de dónde sos?” “De Quilmes…” “Uhhh… yo ando mucho por ahí… conozco a todos los que venden en Irigoyen y Rivadavia… que raro que nunca te vi…” (Esa esquina es la conjunción de la peatonal quilmeña, una especie de calle Florida pero con menos gente, y la calle que viene de la estación de trenes, por lo que no era nada raro que nunca me hubiera visto y viceversa).
“Bueno… me tengo que ir a trabajar… un gusto hablar con vos y capaz un día nos vemos por Quilmes. Chau” “Puede ser, chau”.
Luis se fue a tomar el tren con su bolso lleno de cosas útiles para la casa y la cocina, y yo me quedé esperando a mis amigos que se habían retrasado más de la cuenta…
Cuando llegaron y luego de la emoción de la sorpresa, me enteré que el paseo había estado a punto de no realizarse porque uno se había quedado dormido, y que por eso llegaron más de una hora tarde.
Igual, esperar no había sido tan malo, ya que el tiempo pasó relativamente rápido gracias a Luis y su historia.
6 comentarios:
historias de vida, todo un género dentro de la narrativa. Aunque esto sería la "zona de orientación" de las historia de vida(donde se presenta el personaje, en este caso Luis) Casi siempre tratan mas o menos de los mismo: un pasado próspero (familia + trabajo estable), punto de quiebre narrativo (despido del trabajo, muerte de conyugue, etc.), desintegración de los lazos (mi mujer me dejo, mis hijos se fueron), caída -"nadie me dio una mano" (alcoholismo, drogadicción, marginalidad)y vuelta al trabajo (casi siempre inestable).
Lo tuyo es una especie de etnografía de la vida cotidiana. La verdad muy interesante!!!
Lo más interesante de todo es que la hija vivía (y se había ido) con un boludo. Toda una definición de principios. Si no lo volviste a ver en Quilmes apuesto un toblerone a que tuvo una recaída y volvió a la bebida, muriendo de cirrosis el pasado mes de abril.
soy el colo y me logueo anonimo porque sino es un bardo.
excelente cuento, la historia de la historia de luis nos alimenta y genera nuevas historias, en el proximo banco de plaza vacio me siento y le cuento a alguien que en mi historia lei la historia de la historia de luis...
ayer se me acerco un borrachin simpatico y mi partenaire se asusto, pero para mi era inofensivo
www.fotolog.com/juanenlucha
bueno, yo preferiria pensar que en realidad Luis se gano el acumulado del Quini y dejo la venta de cosas utiles...
igual yo quisiera un toblerone, ¿cuando se abren las apuestas?
jajaja
me encanto esta historia, como la anterior... espero la ultima de esta saga, como muchos de los que firman.
besos!
Pd. Coloh, no vale robar historias, ehhh.
Lo que más me gustó fue imaginarte saltando de atrás de una columna cual ninja suburbana...
jaja!
aguante la etnógrafa del sur
besos!!!
Vir
que genia! que genia!historia digna de charles dickens...
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