miércoles, 16 de mayo de 2007

Amores perros


Hacía unos meses que nuestra perra se había muerto, y por esto y por otros temitas, en mi casa estábamos todos bastante sensibles, y se palpaba en el ambiente la necesidad de tener un perrito que nos cambiara el humor.
Un día una amiga, que estaba al tanto de esto, me llamó para contarme que en un kiosco del barrio de Belgrano había un cartel con la leyenda “Se regalan perritos”, y que había uno que, si yo quería, podía ir a buscar por mi. Obviamente le dije que sí y que esa semana iría por él a su casa.
A los dos días volví de la facultad de La Plata, pasé por mi casa a buscar un bolso donde, si era necesario pudiera meter al canino, y me fui a tomar el tren para bajarme en Constitución, tomarme el subte C hasta Av. de Mayo para combinar con la línea A hasta la estación Loria.
Cuando entré a la casa lo primero que hice fue mirar para todos lados para ver si lo veía… y nada… hasta que, de atrás de un sillón, vi una cosita negra que se me acercó casi corriendo (imagínense: un perrito del tamaño de una de esas botellitas de vidrio de Coca Cola, negrito, peludito y con las patitas cortitas y marrones… ¡precioso!)
El tema era cómo llevarlo, ya que el viaje era muy largo y el pobre animalito no iba a resistir una hora y media en colectivo… ¿Qué podía hacer? La única opción que se me ocurrió fue la de hacer un viaje con escalas… Subte, tren, colectivo…
Guardé los juguetitos que le había dado el dueño de la mamá del perrito a mi amiga y lo envolví en una mantita que era “su” mantita, y bueno… si era de él no la iba a dejar…
Había empezado a garuar, por lo que caminé rápido hasta el subte. En esa cuadra y media el pichicho se portó bien y pensé que el viaje sería tranquilo.
Subí al subte y pude comprobar que no había ningún lugar donde sentarme, así que, mientras con una mano me sujetaba fuerte de uno de esos caños aptos para la gente normal, con la otra sostenía al perrito. A las dos estaciones el pequeñín empezó a moverse, era como si quisiera escalar hasta mi cuello y, mientras él subía la mantita bajaba, y yo intentaba que ni perro ni manta se cayeran…
Llegué a Lima, hice la combinación con la línea C y de ahí a Constitución.
Fuera del subte se tranquilizó, aunque la estación era un mundo de gente, creo que él no lo notó.
Cuando me subí al tren faltaban como veinte minutos para que saliera, gracias a lo que pude conseguir un asiento con ventanilla… era una ventanilla, aunque no cerraba del todo y entraba vientito por todos lados… “Bueno, por lo menos no se va a sentir ahogado”, pensé.
Como no se sentó nadie al lado mío por varias estaciones, aproveché para dejarlo algunos minutos paradito en el asiento, cuidando que no se cayera, igual se acomodó en mi regazo y se quedó dormido. Por mi parte, estaba incómoda y me estaba mojando con a garúa que entraba por la ventanilla (porque: si una ventanilla está abierta permanecerá abierta hasta que desaparezca… máxima indiscutible de la ex línea Roca).
Llegué a la estación de Quilmes y me fui a tomar el colectivo para llegar a mi casa (aproximadamente a 30 cuadras de la estación, localidad de Ezpeleta en el partido de Quilmes, un poco de geografía sureña…)
Ya no lloviznaba y la mantita había pasado a ocupar un lugar en mi bolso junto a los juguetes, el perrito estaba tranquilo, o mejor dicho, cansado.
Cuando llegamos a mi casa tuvo un gran recibimiento, y a la hora de dormir, no me pregunten cómo, terminó acomodado en mi almohada y mordisqueándome el pelo durante gran parte de la noche…

4 comentarios:

Ganirivi dijo...

Qué ternuraaaaaa... yo no lo vi a ese pichicho, no estaba en tu cumple, o sí?
Me gustó mucho!

beso!!

Anónimo dijo...

nunca me voy a cansar de escuchar el relato sobre la llegada del Negrito a casa. Si me voy a esos dias, recuerdo cuando ya bien de noche volvi de la facultad y lo vi salir de atras de la puerta, contento por la llegada de un nuevo miembro (o sea yo), porque desde que piso la casa fue su casa, su cocina, su silloncito. Tambien recuerdo que lloraba al pie de la escalera porque no se queria quedar solito y que dormia enroscado en nuestro cuello, salvo cuando queria jugar y lo hacia con nuestro pelo, o cuando se metia adentro de tu cama porque tenia frio, el mimoso!
un mimoso total!
lo que mas añoro es que no me despierto endurecida porque ocupa mas de la mitad de la cama... estoy reconsiderando volver a mi viejo cuarto.
(te queres matar, no?)

a no preocuparse!

besos!!!

Pd. creo que estas de acuerdo, si digo que este negritin, mas que una mascota, es nuestro hermano... lo es!

Unknown dijo...

Que tierna historiaaaaaaa!!!
Me hiciste acordar cuando fui a buscar a mi Feli... solo q me llevaron en auto... ja!
Extraño una mascota en ksaaaa!!!

lucas en barcelona dijo...

la palabra "pichicho" me mato, además de no haberla escuchado hace años creo que nunca la había visto escrita. Concuerdo en la ternura del relato.