viernes, 25 de junio de 2010

Desde la ventana

Cuando uno se da cuenta que no es el único en el mundo al que le pasan las cosas que, por ejemplo, me pasan a mí, es una sensación maravillosa.
La anécdota que voy a relatar en breve no me tuvo como protagonista, sino más bien como espectadora.
Era viernes por la noche, me había acostado en mi cama que, oportunamente, está pegada a la ventana que da a la calle. Había terminado de leer un cuento, pero ahora no recuerdo si en verdad lo había terminado de leer o si el sueño me había vencido, la cuestión es que apagué la luz e intenté dormir.
Aproximadamente a los 20 minutos escucho que frena un auto en la puerta de mi casa y que bajan unas personas que hacían sonar sus tacos por la vereda.
Me incorporé y vi que eran dos chicas con bolsas en las manos, muy arregladitas y que miraban la casa oscura y totalmente cerrada con sorpresa.
"Dice 13-55, pero no puede ser acá" dijo una. Mientras ambas caminaban de punta a punta de la casa mirando para adentro.
"¿Pero es la calle? Es el número, pero no sé..." El remise que las había llevado hasta la puerta de mi hogar seguía ahí, esperando que ellas se decidieran si se quedaban, se iban o qué.
En eso a una se le ocurre llamar por teléfono a la persona que, creo, era la anfitriona de la fiesta que se estaban perdiendo: "¿Pero cómo Buenos Aires? Sí, yo veo un paredón... ah, es una escuela... bueno..."
"Boluda ¡nos pasamos como cinco cuadras!" La amiga le dijo algo que no pude entender porque se estaban subiendo al auto que las llevaría a su tan ansiado destino.
Cuando volví a acomodarme en la cama para continuar con la actividad que había comenzado antes de la llegada de las desorientadas, no pude evitar hacerlo con una leve sonrisa y con la certeza de que, aunque mi historial es amplio, esta vez la historia era de otros y yo solo la miré desde mi ventana.

domingo, 6 de junio de 2010

El suicida

Había tenido una corta mañana de trabajo, muy corta en realidad, ya que a las 11 de la mañana estaba caminando por Avenida de Mayo en dirección al Correo Central.
No puedo negar que iba mas que contenta porque iba a llegar temprano a casa, iba a poder almorzar como corresponde y ponerme a trabajar en otros asuntos pendientes. Además, era una hermosa mañana de otoño, de estas mañanas a las que nos estamos acostumbrando ahora, donde hay sol y hace un poco de calor.
Llegué al Correo y, para mi sorpresa la fila para esperar al colectivo no era muy larga, todo estaba a mi favor, iba a viajar sentada y todo, ¿qué mas podía pedir?
Pasados unos cuantos largos minutos de espera, comencé a percibir que las personas se iban de la fila y que ésta se hacía cada vez mas pequeña sin que ningún colectivo llegara. "Extraño" pensé.
El tiempo pasaba y los colectivos no llegaban. Obviamente la gente se iba (nos íbamos) impacientando. Al cabo de unos minutos aparecieron tres chicas que, en un lenguaje muy apurado (porque estaban apuradas) dijeron que los colectivos no iban a pasar por esa parada porque habían cortado la Avenida Paseo Colón, pero no dieron mas información porque tenían que irse.
Ante tan pocos datos decidí acercarme al puesto en donde están los colectiveros y los supervisores para saber si podía tener más detalles sobre lo que pasaba.
Cuando llegué pude escuchar algo sobre un hombre que amenazaba con suicidarse. A mi derecha había un policía, que por supuesto había sido el héroe que había logrado hacer que un colectivo llegara hasta la terminal, había visto todo, por lo que me le acerqué y le pregunté qué era lo que pasaba, a lo que respondió:
"Hay un tipo, ahí en Paseo Colón y Estados Unidos que amenaza con pegarse un tiro. Dicen que no le dieron un crédito en el banco y por eso se quiere suicidar. Debe tener unos 75 años, así que si se mata ahora o espera un poco es lo mismo."
Sonreí agradecida por tanta información y presté atención a lo que estaban hablando a mi izquierda, ya que uno de los guardas nos estaba organizando: "Los que toman el semirapido por los dos peajes vayan a la parada; los de la L azul se quedan acá... ¿alguien toma el B/G?"
Con una mujer y un chico nos dirigimos a la parada que nos correspondía. En el camino (casi dos cuadras) la señora me iba diciendo: "qué poco solidaria que es la gente, no avisan porque los que se fueron sabían y no avisaron... y yo tengo pacientes y les tengo que avisar..." "Ahh, ¿sos doctora?" le pregunté. "Soy psicóloga", a lo que respondí, teniendo en cuenta la situación de suicido que nos estaba reteniendo en el Correo, "podrías ser útil en esta situación." En ese momento le sonó el celular "Sí, soy yo... ¿quién te pasó el número?..." Y dejé de escuchar, porque ya no me interesaba lo que hablara por teléfono.
Llegamos a la parada y en unos 10 minutos llegó el colectivo con el guarda colgado de la puerta como diciendo "¡Llegué a rescatarlos!"
Fue el viaje más largo que hice al mediodía y el más incómodo, todo gracias a un señor que estuvo tres horas amotinado en la puerta de un banco con un arma en la mano, amenazando quitarse la vida, mientras comía caramelos, fumaba como un escuerzo y era salvado por los bomberos y los policías.