sábado, 28 de noviembre de 2009

Publicidad interna

Resulta que desde hace unos meses tengo otro blog, pero es muy distinto a éste. Es algo así como un lugar para la catarsis o para poner pavadas (de estas últimas hay y habrá muchas).
Así que si quieren pueden darse una vuelta: La caja de zapatos

lunes, 16 de noviembre de 2009

Rosario: juego de ruta

En el incómodo viaje que hice a Rosario, retomé un juego que hago a veces cuando estoy aburrida. Es un juego muy simple, hasta un poco tonto, pero efectivo (recuerden que iba sentada al lado de una mujer que me triplicaba en tamaño y que estaba muy disconforme con los asientos, no así con el baño que, parece, le resultaba cómodo).
El juego consiste en una serie de probabilidades que, gracias al azar o vaya uno a saber a qué, definen cuestiones más o menos claves en mi vida. Es decir, para ser gráfica, si A es porque B.
Yo estaba más que aburrida después de escuchar los únicos tres discos que había podido subir a mi mp3, no por descuido o falta de imaginación, si no por falta de tiempo y memoria. En un momento la música comenzó pasar sin distinguir quién o qué cantaba, por lo tanto comencé con mi juego.
Resulta que días antes de ir al congreso y por una de las circulares me enteré que uno de los dos chicos que, secretamente (para ellos porque después lo sabían todos), me gustaron durante el tiempo que me llevó la carrera, iba a estar en Rosario. X (vamos a ponerle aunque dudo que lea este bolg) había sido compañero mío en casi la mitad de las materias que había cursado y nunca hablé con él. Debo confesar que el hecho de no haber hablado fue por prejuicio mío, ya que tenía miedo que me pareciera un pelotudo y el idilio se fuera al carajo.
El segundo de mis amores platónicos era Z (tampoco creo que lea esto, pero no me importa, queda mucho más interesante si enmascaro los nombres ¿no?). Con Z llegué a hablar un par de veces, nada trascendental, es decir, ninguno de los dos supo nunca mucho del otro (tampoco creo que le interese). La cuestión que Z, además de lindo era interesante, así que por el momento le ganaba ampliamente a X, pero a X lo veía más seguido. En fin, parece que esa conjunción extraña entre mi Luna y mi Venus, conjunción de la que me habló alguna vez mi astróloga hermana, estaba, en esa época, bastante activa.
Bueno, luego de esta presentación, volvamos al viaje.
Entonces, yo, bastante aburrida, me acordé del juego, de X en el congreso y de Z (tenía que haber un segundo, si no el juego era muy fácil) y me dije: "Si en algún cartel, toldo de camión, puente o lo que sea que pueda ser escrito, apararece el nombre de X es que algo va a pasar entre nosotros. Lo mismo para Z."
Pasaron horas, incomodidades, intentos de lecturas, almuerzos tardíos, la despedida de mi compañera de ruta, el espacio, las fotos desde la ventana del micro, y ninguno de los nombres apareció en ninguna superficie que pueda ser escrita, serigrafiada, ploteada o demás.
Cuando llegué a Rosario y vi a X me di cuenta que ya no era el mismo, que todo lo lindo que lo había visto en el pasado se había borrado y que solo era un flacucho con pinta de chico Puan. Cuando volví a Buenos Aires me di cuenta que nunca iba a volver a ver a Z, que las veces que hablé con él había sido sólo porque es un chico muy amable, que nunca le iba a interesar y que, en el fondo estaba bien, al fin y al cabo no me conoce.
Conclusión: o el juego me mostró que no iba a conocer en profundidad a ninguno de los dos; o (y siguiendo la cuestión de los astros) que el juego sigue abierto y que, tal vez, en algún cartel o superficie que pueda ser escrita, un día encuentre uno de los dos nombres y... uno nunca sabe.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Rosario: en viaje

El martes a las 13:30 hs. salía el micro que iba a llevarme, en un viaje de cuatro días, a Rosario (turismo académico, que le dicen).
Salí de mi casa en un remise con mi madre hacia el Cruce Varela, terminal de ómnibus que me queda mucho mas a mano que la de Retiro. Mi mamá iba hablando con el remisero de las personas que conocían del barrio, de lo complicado que era llegar al Cruce, de que había un colectivo que te dejaba en la esquina, de esas cosas en las que yo no podía intervenir por desconocimientos de tema.
Llegamos a la terminal y se me ocurrió hacer el siguiente comentario: "Tendría que haber sacado asiento individual, andá a saber quién me toca de compañía..." A lo que mi madre respondió, "bueno, tal vez tengas a alguien interesante"... Ilusiones maternas.
Un poco después de y media llegó el micro. Mi asiento era el que estaba justo detrás del baño y debajo del televisor, por lo que lo podía ver desde la puerta quien sería mi compañía en el viaje. Cuando pasé para dejar mi valija la vi.
Era una señora muy gorda que ocupaba un espacio de mi asiento. Pasé por al lado de mi madre y le dije "mierda, me tocó una gorda", le di un beso y subí.
Cuando la mujer me vio ocupar mi lugar me dijo "Qué suerte que sos normal", no pude evitar sentirme mal.
El micro partió, yo estaba hecha un chorizo, casi pegada a la ventana. Acto seguido la señora sacó de su bolso una almohada envuelta en una toalla, se la puso detrás de la cabeza, apoyó los pies en la pared del baño y se durmió. En esa posición, yo tenía un poco más de espacio, hasta que la señora se relajó y su cuerpo se expandió. Volví a la posición chorizo.
En Retiro la señora se levantó para ir al baño, aproveché para sacar de mi mochila, que había ubicado debajo del asiento, un libro, mis anteojos, un paquete de galletitas y un pebete que había llevado por si tenía hambre y, sí, estaba muerta de hambre, pero con la señora al lado mis posibilidades de movimiento era reducidas.
Ella volvió del baño y me dijo: "Esos baños son tan chiquitos que no queda espacio para el aire... pero te digo, son muy cómodos después." Yo asentía con la cabeza, no podía decir nada, porque no quería meter la pata. Había entendido su planteo: chiquitos para entrar, por la puerta y eso, pero cuando ella estaba adentro no había posibilidad de movimiento.
El viaje continuó. Ella dormía. Yo comía o escuchaba música o leía. Así durante cinco horas, hasta que el micro entró en San Nicolás.
La señora se levantó. Yo pensaba que otra vez iba al baño, pero no. Sacó su bolso de debajo del asiento, me hizo un gesto con la cabeza, al que respondí de igual forma y se bajó.
Al ver la inmensidad del asiento me despatarré y viajé muy cómoda la hora que me separaba de mi destino y aproveché para sacar fotos del paisaje que se veía por la ventanilla.
Cuando llegué a la terminal de Rosario, me senté a esperar a mis amigas. Me tomé la botella de agua que me había comprado en el Cruce Varela (que no había tomado antes por temor a tener ganas de ir al baño y tener que hacer que la señora se moviera. No la quería molestar).
A los pocos minutos de estar sentada, tres perros vinieron hacia mí. Eran grandes y con caras simpáticas, tal vez con caras de sueño, me movían la cola. No pude evitar tocarlos, no pude evitar que me dieran besos en las manos, ni que se tiraran a dormir a mi alrededor.
Cuando llegaron las chicas me vieron custodiada y se rieron. No es raro que me sigan los perros. Uno de ellos nos siguió hasta el taxi mientras veíamos un mapa de la ciudad y yo les contaba de mi peripecia con la señora del micro.