Después de un maravilloso viaje, de una agradable espera rodeada de perritos y de un más agradable encuentro con mis amigas nos dirigimos al hotel que, bondadosamente, una de las chicas había reservado para todas.
Lo primero que nos extrañó fue que cuando le dijimos al taxista el nombre del hotel él no dijo nada. "¡Uhhh, debe ser terriblemente malo entonces!" dijimos nosotras, por ese famoso dicho de que el que calla otorga, y bueno, era así nomás.
Lo segundo que, directamente, no me gustó fue el olor. A veces cuando entro a lugares a los que nunca fui, inconscientemente, siento los olores y este hotel no fue la excepción. Mi gesto fue contundente, me señalé la nariz con el dedo, creo que disimuladamente, aunque una de mis amigas me entendió enseguida. Había olor a hospital y ese olor no me gusta para nada.
Subimos los dos pisos por escalera, con todos nuestros bártulos, y llegamos a la habitación que para nuestra sorpresa no tenía mucha luz, las paredes eran de papel pero tenía un placard tan grande que una de nosotras podría haber dormido adentro. Acomodamos nuestras cosas y salimos a cenar.
Cuando volvimos después de una cena en un comedero un poco extraño de la peatonal, había otra recepcionista (diferente al gordito que nos dio la llave de la habitación y al que una de mis amigas le dijo que, de las tres dos eran pareja, tengo que preguntar por qué). Tomamos nuestra llave y subimos movidas por la algarabía y los nervios lógicos ya que al otro días una de las chicas y yo teníamos que leer nuestras ponencias en el congreso por el que viajamos a Rosario.
Reconozco que halábamos a los gritos y nos reíamos mucho, pero bueno... Aproximadamente a la hora de haber entrado a la habitación, sonó el teléfono. Era la recepcionista pidiendo que nos calláramos porque había pasajeros que se quejaban por ruidos molestos.
"Esperemos que no sea el de al lado, porque nosotras nos podemos quejar por los ronquidos", dijimos. "Tendríamos que empezar a gemir, como que estamos en una orgía" dijo una de las chicas "nadie te puede decir nada por tener sexo". Pero como las otras dos somos mas pacatas, no hicimos nada.
A la mañana siguiente mis amigas simulaban ser pareja y yo la futura madrina de su futura unión civil.
Todo transcurrió normalmente (exceptuando por un par de jadeos y risitas amatorias que venían de la habitación del roncador), hasta que el jueves (el día más calor de octubre) después de haber caminado por muchas partes y escuchado alguna que otra ponencia en el congreso, una de mis amigas decidió volver temprano al hotel para bañarse y descansar acunada por el aire acondicionado.
Mientras estaba escuchando a Jorge Panesi (profesor y critico literario al que escuchaba por primera vez) y a Tamara Kamenszain (poeta y critica literaria) mi amiga me mandó un sms que decía: "Se cortó la luz y el gordo no me dijo nada. Además no me quiere dar más velas."
Inmediatamente le mostré el mensaje a mi otra amiga y ambas, casi sincronizadamente, dijimos: "Vamos a ver qué pasa."
Y si, llegamos y no había luz y el gordito no nos quería dar más de una vela porque decía que no había para todos. Le hicimos entender que necesitábamos una vela para el baño, que nos queríamos bañar y éramos tres personas.
Después de idas y vueltas, enojos, velas que fueron y que vinieron, salimos a cenar. Era nuestra última noche y fue un lindo momento que ni el corte de luz lo pudo arruinar.
Al otro día nos descontaron el día, nos permitieron dejar las valijas en el hotel todo el tiempo que quisiéramos y nos despidieron con una sonrisa muy amplia.
Para nosotras fue toda una experiencia y una arsenal inagotable de anécdotas.
Lo primero que nos extrañó fue que cuando le dijimos al taxista el nombre del hotel él no dijo nada. "¡Uhhh, debe ser terriblemente malo entonces!" dijimos nosotras, por ese famoso dicho de que el que calla otorga, y bueno, era así nomás.
Lo segundo que, directamente, no me gustó fue el olor. A veces cuando entro a lugares a los que nunca fui, inconscientemente, siento los olores y este hotel no fue la excepción. Mi gesto fue contundente, me señalé la nariz con el dedo, creo que disimuladamente, aunque una de mis amigas me entendió enseguida. Había olor a hospital y ese olor no me gusta para nada.
Subimos los dos pisos por escalera, con todos nuestros bártulos, y llegamos a la habitación que para nuestra sorpresa no tenía mucha luz, las paredes eran de papel pero tenía un placard tan grande que una de nosotras podría haber dormido adentro. Acomodamos nuestras cosas y salimos a cenar.
Cuando volvimos después de una cena en un comedero un poco extraño de la peatonal, había otra recepcionista (diferente al gordito que nos dio la llave de la habitación y al que una de mis amigas le dijo que, de las tres dos eran pareja, tengo que preguntar por qué). Tomamos nuestra llave y subimos movidas por la algarabía y los nervios lógicos ya que al otro días una de las chicas y yo teníamos que leer nuestras ponencias en el congreso por el que viajamos a Rosario.
Reconozco que halábamos a los gritos y nos reíamos mucho, pero bueno... Aproximadamente a la hora de haber entrado a la habitación, sonó el teléfono. Era la recepcionista pidiendo que nos calláramos porque había pasajeros que se quejaban por ruidos molestos.
"Esperemos que no sea el de al lado, porque nosotras nos podemos quejar por los ronquidos", dijimos. "Tendríamos que empezar a gemir, como que estamos en una orgía" dijo una de las chicas "nadie te puede decir nada por tener sexo". Pero como las otras dos somos mas pacatas, no hicimos nada.
A la mañana siguiente mis amigas simulaban ser pareja y yo la futura madrina de su futura unión civil.
Todo transcurrió normalmente (exceptuando por un par de jadeos y risitas amatorias que venían de la habitación del roncador), hasta que el jueves (el día más calor de octubre) después de haber caminado por muchas partes y escuchado alguna que otra ponencia en el congreso, una de mis amigas decidió volver temprano al hotel para bañarse y descansar acunada por el aire acondicionado.
Mientras estaba escuchando a Jorge Panesi (profesor y critico literario al que escuchaba por primera vez) y a Tamara Kamenszain (poeta y critica literaria) mi amiga me mandó un sms que decía: "Se cortó la luz y el gordo no me dijo nada. Además no me quiere dar más velas."
Inmediatamente le mostré el mensaje a mi otra amiga y ambas, casi sincronizadamente, dijimos: "Vamos a ver qué pasa."
Y si, llegamos y no había luz y el gordito no nos quería dar más de una vela porque decía que no había para todos. Le hicimos entender que necesitábamos una vela para el baño, que nos queríamos bañar y éramos tres personas.
Después de idas y vueltas, enojos, velas que fueron y que vinieron, salimos a cenar. Era nuestra última noche y fue un lindo momento que ni el corte de luz lo pudo arruinar.
Al otro día nos descontaron el día, nos permitieron dejar las valijas en el hotel todo el tiempo que quisiéramos y nos despidieron con una sonrisa muy amplia.
Para nosotras fue toda una experiencia y una arsenal inagotable de anécdotas.