Había pasado una noche bastante mala, con sueños extraños y esas cosas y, para colmo, ese martes sólo tenía dos horas de clase, es decir, me tenía que hacer el santo viaje de todos los días solo por dos horitas (lo que se traduce: iba a tener que estar más arriba del colectivo que en tierra firme, un embole).
Con la cabeza como adentro de una murga, me subí al colectivo. Como eran las 12 y media del mediodía, encontré un asiento. Me senté, me dispuse a leer, pero me ganó el sueño y me dormí. Pero me dormí como uno se duerme en los colectivos, a medias, con un ojo en el otro mundo y el otro en este. Así llegué a la Autopista y pude advertir que el colectivo no subió, que siguió por el costadito. "Qué raro" pensé "ya subirá en Bernal".
Pero no, pasó la subida de Bernal y siguió y siguió.
En ese momento la gente se empezó a preocupar y a mover de sus asientos. Yo, mientras tanto, seguía con un ojo abierto y el otro cerrado. Hasta que escuché al chofer que hablaba con uno de los pasajeros: "Y, cortaron todas las subidas... y los puentes... no sé por dónde vamos a entrar"
Eso para mí fue peor que un despertador.
Iba a llegar tarde y, para colmo, la murga seguía tocando en mi cabeza. El día perfecto.
En eso, un hombre que estaba sentado atrás mío empezó a llamar a su trabajo. "Decile a Daniel que está todo cortado... que voy a llegar tarde. Avisale a Carlitos, porque... claro. Mirá, creo que estoy en Sarandí, pero no sé por donde mierda va a entrar... Sí, tengo el boleto." Acto seguido comenzó a soplar. Pobre, insoportable.
Al cabo de más de media hora, paramos en una esquina donde se subieron una mujer y un chico. El colectivero intercambió palabras con una persona que estaba en la vereda "guiando" a los automovilistas, y en eso escuché: "che, pibe, vos lo podés guiar". Pero no, al contrario de lo que todos pudieron prever, la señora fue la que guió perfectamente al chofer hasta la subida de Dock Sud (¡les tapó la boca! pensé, claro... yo no puedo guiar a nadie ni dentro de mi casa).
Al cabo de más de una hora y media, y luego de haber intentado por muchos lugares y no haber podido, por fin el colectivo atravesó el Riachuelo y entramos a las Ciudad de Buenos Aires.
Ese día aprendí algunas cositas, como por ejemplo: mucha gente confunde el Puente Pueyrredón con el Puente de la Boca, no son el mismo puente, se los aseguro. Cuando la gente está nerviosa puede poner nerviosa a otras personas y eso, en una situación tensionante de por sí, no ayuda. Y, por último, cuando hay un corte sorpresivo lo mejor es relajarse y disfrutar de los nuevos paisajes.
1 comentario:
jaja, yo me sentiría la reina del universo si algún día pudiera guiar a un colectivero en su camino. A veces fantaseo con que manejo un 39, me sé todo el recorrido.
Una vez un chofer del 42 se desvió y pidió ayuda a los pasajeros para encontrar el camino, y lo ayudó un pibe que lo guió derechito hasta su casa, donde se bajó lo más pancho.. jajaja
beijoo
Publicar un comentario