En la saga del viaje a Rosario no pueden faltar los dos viajes en taxi que hice en esa hermosa ciudad.El primero fue, obviamente, cuando llegamos a Rosario y debíamos transladarnos desde la terminal de ómnibus al hotel. Valijas en el baúl, algún bolso adelante y mis dos amigas y yo atrás. Íbamos hablando del viaje de las chicas, ya que ellas habían viajado juntas desde Buenos Aires. Me iban contando cómo, al parecer, algunas personas que viajaban con ellas en el micro se habían mostrado escandalizadas por algunos comentarios de alto contenido erótico/porno que ellas iban haciendo (típica conversación de mujeres, claro). Al terminar la narración una de las chicas concluyó con un sutil "Bah, que la chupen", a lo que el taxista respondió con un "¡Ehhh! mejor que la mamen, es mas delicado". Mi amiga puso mala cara, ya que le molesta mucho cuando los taxitas se meten en las conversaciones, por lo que intervine desde mi total desconocimiento futbolistico y dije "es que no somos maradonianas" (por aquella famosa frase que nunca supe bien como fue). Esto derivó en una conversación futbolera que duró menos de medio minuto. Al llegar al hotel tuvimos que pedir que nos diera las valijas del baúl porque con tanto comentario, el señor taxista se había olvidado dónde las había puesto.
El segundo viaje lo hice sola y fue cuando volvía a Buenos Aires, es decir, del hotel a la terminal. La conversación comenzó cuando, totalmente mareada, le pregunté al taxista si estábamos yendo por el camino correcto, porque, claro, yo pensaba que estábamos yendo para el otro lado. El taxista se encargó de dejarme bien en claro que él conocía muy bien la ciudad, así que opté por callarme. Pero ya había abierto el diálogo y, cuando eso pasa con un taxista no hay vuelta atrás. Comenzamos a hablar del calor que había hecho esos días (fueron los cuatro o cinco días de octubre más calurosos del 2009); él me preguntó qué pensaba de la ciudad, a lo que respondí con toda sinceridad, que la ciudad era hermosa, que me encantaba la conjunción ciudad-río, que los museos eran muy lindos, pero que el tránsito era peor que en Buenos Aires. El señor me miró por el espejito y me dijo "¿De verdad? yo creí que en Buenos Aires eran peores.
"Mirá, te doy un ejemplo. Cuando cruzo una calle allá mal, sin respetar el semáforo los autos van rápido, puede ser que me puteen, pero medio que frenan. Acá a la velocidad que van ni me animo, me da miedo, de verdad." El señor puso cara de "mirá vos" y me preguntó para qué había ido a Rosario. Le conté del congreso y de las cosas que había visto. Me dio consejos sobre qué otras cosas podía ver y me recomendó especialmente el casino:
"Es enorme, está en las afueras, cuando salgas con el micro fijate a tu izquierda. Podés pasarte el día ahí adentro, es muy bueno."
Fue inútil que le dijera que no me interesaban los casinos, que esas cosas me aburrían. Opté por decirle que cuando volviera me iba a dar una vuelta a ver si tenía suerte aunque sea en las maquinitas.
Al llegar a la estación nos saludamos tan amablemente que, sin exagerar, hacía dos cuadras más en su taxi y lo contrataba para que me llevara a conocer el resto de la ciudad.
Y aquí se terminaron las apasionantes aventuras por Rosario...